Hasta finales del siglo XIX la economía tabaquera de Santiago se limitaba al cultivo, procesamiento y exportación del tabaco en ramas hacia los mercados de Europa, y los andullos poseían un mínimo de valor agregado. El andullo se obtenía a partir de las hojas de tabaco prensadas en yagua, en forma cilíndrica de un metro de longitud, aproximadamente, con extremos cónicos. La yagua, o cartón natural como la llama Pedro F. Bonó, movilizaba muchos brazos y su transporte a las poblaciones a recuas de burros, mientras “un ejército de capeadores, ripiadores y prensadores están por muchos días ganando salarios correspondientes a su esmero y diligencia”. (1)

Una parte de los andullos producidos por los pequeños y medianos productores estaba destinado al consumo de la región y a las restantes las provincias del este, una parte del sur y al departamento norte de Haití que era transportado en recuas de mulos y caballos. De manera progresiva, tanto en la ciudad como en las zonas rurales, se desarrollaron pequeñas unidades productivas dedicas al procesamiento del tabaco y producían cigarros destinados al mercado interno y con una mano de obra familiar.

A fines del siglo XIX e inicios del XX el número de andullerías superaba ampliamente las tabaquerías existentes. La picadura del andullo se utilizaba en todos los pueblos del Cibao para fumar en cachimbos, para masticar como si fuera una goma y con fines medicinales en forma de cataplasma en inflamaciones. En 1891 el Ayuntamiento de Santiago otorgó patentes para operar tabaquerías a José Tolentino, Zacarías Jiménez, Miguel Gelabert, José A. Infante, Emilio Cordero y Armando Negret y en enero de 1900 a Idelfonso Chicón, a los sucesores de Rafael Vega, José Tolentino, Manuel Vásquez, Antonio Pichardo, Simeón Mencía y Arismendy Peralta. (2)

El número de tabaquerías creció rápidamente y en 1906 Enrique Deschamps registró en el país 87 tabaquerías y 25 cigarrerías, de las cuales 26 y 6 respectivamente se hallaban ubicadas en Santiago, donde funcionaban también un gran número de este tipo de empresas manufactureras que operaban de manera clandestina, sobre todo en las áreas rurales para evadir el pago de impuestos.

En dichas casas tabaqueras laboraban, según Deschamps, 215 cigarreros, 4 cigarreras, 8 elaboradores de cigarrillos, 2 marquilleros de cigarros, 126 apartadores de café y tabaco. El historiador Antonio Lluberes aclara que Deschamps no registró todas las tabaquerías existentes en los pueblos fuertemente vinculados a la actividad tabaquera como Tamboril, La Vega y Moca. (3)

Las tabaquerías se clasificaban en tres grandes grupos. (4) Las grandes fábricas, en las que se invirtieron grandes capitales, dotadas de una alta tecnología, edificios, una nómina considerable, canales de comercialización y se desarrollaban conforme a la lógica capitalista. El segundo grupo lo formaban las medianas tabaquerías, con pocos empleados, un capital reducido, y sus dueños también incursionaban en otras actividades comerciales, y, por último, las tabaquerías informales, conocidas popularmente como chinchales, ubicadas tanto en la ciudad como en las zonas rurales, carecían de máquinas y capitales, empleaban mano de obra familiar y esto le permitía vender sus cigarros a menor precio.

Las grandes fábricas.

La Matilde

En 1876, Simeón Mencía fundó la fábrica de cigarros La Matilde, ubicada en la entonces calle Las Rosas, en la cual laboraban 35 operarios y 12 mujeres que lo hacían en sus casas; en principio solo se dedicaba a la fabricación de cigarros y posteriormente empezó a producir cigarrillos. (5)

La Anacaona

En 1878, José Tolentino fundó la fábrica de cigarros La Anacaona con 18 operarios hombres, 36 mujeres más cuatro señoras que trabajaban en sus casas. En 1914 quedó constituida la compañía anónima La Bandera, fabricante de cigarros y cigarrillos, con un capital de $15,000 oro. Su consejo de administración lo componían José Tolentino, Luis Guillermo Nava, Manuel Bermúdez, Eduardo Grau, Octavio Patxot, Teodoro Virella y Manuel Valverde. (6)

La Habanera

El 2 de abril de 1902, el alemán Richard Söllner constituyó La Habanera, una fábrica de cigarros y cigarrillos, ubicada en el barrio Los Pepines, la cual disponía de una alta tecnología para la época. Por el volumen del capital, su elevada tecnología y el número de obreros que empleaba, La Habanera fue la más importante empresa tabaquera de Santiago. Inicialmente se limitaba a fabricar cigarros y luego empezó a producir cigarrillos. La empresa disponía de un poderoso motor movido por vapor:

“[…] para hacer funcionar al mismo tiempo las dos máquinas en que se elaboran los cigarrillos, y las cuchillas que pican diariamente unos treinta quintales de tabaco. Ya el estado del tiempo no puede paralizar el trabajo, pues hay una secadora que, en 10 o 12 minutos, despoja al tabaco de toda humedad y lo pone en condiciones de ser rápidamente convertido en cigarrillos”. (7)

Para resolver los asuntos técnicos y dirigir el funcionamiento de sus aparatos, Sollner contrató un mecánico inglés, quien realizaba además todas las reparaciones necesarias. La empresa tenía capacidad para producir 1,200,000 cigarrillos diariamente y llegó a tener 200 cigarreros. En 1905 empleaba un total de 70 personas para encajetillar los cigarrillos.

 

En 1914, La Habanera se fusionó con la Casa Nadal y Cía.., de Santo Domingo y pasó a llamarse Compañía Anónima Tabacalera (CAT). Su cuerpo directivo lo integraban Anselmo Copello, Esteban Piola, E. B. Freites, Santiago Michelena, Pedro Nadal, Francisco J. Peynado y la Dominican Tobacco Co., del italiano Amadeo Barletta. Su capital social ascendía a $375,000 oro, totalmente pagado.

Los enormes beneficios obtenidos por la CAT le permitían desarrollar una amplia campaña publicitaria en los medios de comunicación y mediante rifas. El 30 de junio de 1918, por ejemplo, rifó un carro nuevo marca Ford. Por cada 100 cupones que se encontraban en las cajetillas de cigarrillos La Habanera, Sport, La Fama y Casino, o por cada diez certificados de los que se encuentran en las cajitas y paquetes y paquetes de cigarros La Habanera, se otorgaba un billete gratis. (8)

La Aurora

En 1903, Eduardo León Jimenes estableció en Don Pedro, Guazumal, Tamboril, una pequeña fábrica de cigarros, La Aurora, con dos o tres tabaqueros, una despalilladora y dos ayudantes que producía 600 cigarros por día. En 1915 la fábrica fue trasladada a Santiago y por la inexistencia de redes viales en el país, vendía sus cigarros principalmente en la Región del Cibao.

El factor clave en la consolidación de esta empresa tabaquera lo determinó la calidad de sus cigarros y con el discurrir del tiempo se convirtió en la más perdurable y sólida del ramo. A partir de 1930 La Aurora pasó a llamarse E. León Jimenes, C. por A con un capital social de $100,000 dividido en mil acciones de 100 pesos cada una.

 

Los impuestos a los cigarros y cigarrillos

Hasta 1934 la industria de cigarros y cigarrillos se desarrollaba bajo los principios de la libre empresa. Un ciento de casas productoras de cigarros se repartían el mercado, mientras la CAT y la Dominican Tobacco Co., el de cigarrillos. Pero en este año el dictador Trujillo decide participar en los dividendos obtenidos por la industria y para tal fin emite una serie de leyes y decretos sobre el tabaco para establecer un control absoluto de la producción de cigarros y cigarrillos.

La ley 712 del 22 de junio de 1934 pretendía establecer un sistema de control sobre las operaciones del tabaco y establecer el equilibrio perdido en perjuicio de los productores y evitar que fueran desalojados por la miseria extrema.

Posteriormente, dictó otras leyes, como la 754, que ampliaban las facultades de la ley anterior, así como impuestos escalonados a los derechos de fabricación y precios de venta que afectó a todas las empresas ya que limitaba su expansión y reducía a niveles mínimos sus beneficios. Por el constreñimiento impuesto por Trujillo, Eduardo León Jimenes llegó a plantearse la posibilidad de trasladar su empresa a Puerto Rico o abandonar la actividad.

El siguiente paso de Trujillo fue apoderarse de la Compañía Anónima Tabacalera (CAT), dirigida por Anselmo Copello, para lo cual embistió los intereses cigarraleros de esta y de la Dominican Tabacco Co., de Amadeo Barleta (1874-1975). En principio, Copello obtuvo la autorización para la fabricación exclusiva de cigarrillos en perjuicio de Amadeo Barletta, pero luego se vio conminado a vender parte de sus acciones a Trujillo para que este fuera el accionista mayoritario, pues también había adquirido las acciones de Richard Söllner en la CAT. El último paso dado por Trujillo fue crear en 1946 una compañía para comprar toda la producción de la CAT y venderla luego al público. (11)

 

El caso Amadeo Barletta

Barletta poseía una moderna fábrica de cigarros baratos y cigarrillos con tabaco negro y rubio (burley) importado, llamada Dominican Tobacco Company con la participación de capitalistas estadounidenses, en la entonces calle José Dolores Alfonseca de Santo Domingo, frente a un edificio de un compañía telefónica, permaneció como el único competidor de la CAT, ya en posesión de Trujillo, quien le propuso, por medio de un emisario, que le vendiera la proporción del capital que poseía en su empresa (45%) por un monto muy por debajo de su valor real. Además, para presionarlo le envió un avance de $125,000.00, propuestas que rehusó el empresario italiano.

Enconado por este intento de despojo, Barletta participó en una conspiración para asesinar a Trujillo para la cual aportó dinero para la compra de armas y un vehículo. En el movimiento participaron Eduardo Vicioso, Oscar Michelena, el Dr. Ramón de Lara, Manuel Cochón, entre otros. En marzo de 1935 el complot fue denunciado por uno de sus integrantes, el industrial ZZ, cuyo ha permanecido en el anonimato hasta ahora. (12)

El 4 de abril de 1935 Barletta fue apresado y encerrado en la tenebrosa cárcel de Nigua, acusado de conspirar contra el Gobierno. El 17 de este mismo mes, Trujillo emitió una ley que le otorgaba el control de todos los negocios de Barletta, ya que el Estado administraba las empresas propiedad de personas acusadas de conspiración.

El 4 de mayo, Barletta fue condenado a cuatro años de prisión. La renuencia de Trujillo para liberarlo enfureció a Benito Mussolini y el embajador de Italia amenazó con enviar barcos de guerra al país. A estas presiones se sumó el secretario de Estado, Cordell Hull y Sumner Welles, pues también las decisiones de Trujillo afectaban los intereses de empresas estadounidenses, y su intervención resultó decisiva para liberar a Barletta, quien de inmediato se marchó a Cuba. (13)

Referencias

(1) E. Rodríguez Demorizi (editor), Papeles de Pedro F. Bonó, Barcelona, Academia Dominicana de la Historia, Vol. XVII, 1980, p. 200.

(2) Boletín Municipal, Nos. 106 y 322 del 30 de enero de 1891 y 31 de enero de 1900.

(3) Antonio Lluberes, “El tabaco dominicano: de la manufactura al monopolio industrial”, Eme Eme, No. 35, (marzo-abril de 1978), p. 8.

(4) Michiel Baud, “La huelga de tabaqueros, Santiago, 1919. Un momento de la lucha obrera en la República Dominicana”, Estudios Sociales, año XXIII, No. 81, (julio-septiembre de 1990), p. 5.

(5) Tulio M. Cestero, “Por el Cibao”, Eme Eme, No. 4 (enero-febrero de 1973), p. 123.

(6) El Diario, 15 de abril de 1912.

(7) Isaías Franco, “La Habanera de R. Sollner”, El Diario, 3 de marzo de 1905.

(8) La Información, 3 de mayo de 1918.

(9) J. Alcántara Almánzar e Ida Hernández Caamaño, Huella y memoria. E. León Jimenes: un siglo en el camino nacional, Santo Domingo, 2003, p. 118. Las fotos de Anselmo Copello y Eduardo León Jimenes también se tomaron de este libro.

(10) Antonio Lluberes, “El tabaco dominicano…, p. 16.

(11) Ibidem, p. 17.

(12) Emilio Cordero Michel, “Un documento diplomático británico poco conocido, 1935”, Clío, año 87, No. 195, (enero-junio de 2018), pp. 141-151.

(13) B. Vega, Nazismo, fascismo y falangismo en la República Dominicana, Santo Domingo, 1989, pp. 326-332.