El último capítulo de la reconocida obra El Poder, del filósofo Bertrand Russell, titulado La doma del poder, comienza con el pasaje siguiente: “Al pasar junto al monte Thai, Confucio avanzó hacia una mujer que lloraba amargamente junto a una tumba. El Maestro se apresuró y llegó rápidamente hasta ella; entonces envió a Tze-lu para que la interrogase. Tus lamentos -le dijo- son de quien ha sufrido un dolor tras otro. Ella replicó: Así es. Una vez el padre de mi marido fue muerto aquí por un tigre. Mi marido fue también muerto y ahora ha muerto mi hijo del mismo modo. El Maestro dijo: ¿Por qué no dejas este lugar? La respuesta fue: Aquí no hay un gobierno opresor. El Maestro dijo entonces: Recordad esto, hijos míos: el gobierno opresor es más terrible que los tigres”.

Como sostiene Russell, el problema de domar el poder es muy antiguo, como lo demuestra la citada anécdota. En el mismo período, en Grecia, la democracia, la oligarquía y la tiranía luchaban por imponerse. Entonces se intentó la democracia para contener los abusos del poder, pero constantemente esta se anulaba a sí misma haciéndose víctima de la popularidad temporal de algún demagogo.

Lo anterior se hizo realidad en la República Dominicana a partir de la toma del poder por el demagogo militar, Rafael Leónidas Trujillo Molina, quien el 24 de abril de 1930, inició su campaña electoral en Monte Cristi, con el falaz manifiesto político siguiente: “No hay peligro en seguirme, porque en ningún momento la investidura con que pueda favorecerme el resultado de los comicios de Mayo, servirá para tiranizar la voluntad popular a la cual sirvo en este momento y a la que serviré lealmente en el porvenir”.

No fue necesario esperar la juramentación de Trujillo para darse cuenta que la nación había caído en manos de un cruel y sanguinario tirano, ya que antes de tomar juramento, el primero de junio de 1930, ordenó asesinar, de la manera más brutal, a Virgilio Martínez Reyna y a su esposa, Altagracia Almánzar, sin tomar en cuenta que estaba embarazada. Luego de su juramentación, el 16 de agosto, como Robespierre en los momentos más desenfrenados de su Dictadura del terror, hizo rodar las cabezas de sus adversarios políticos.

El régimen trujillista tuvo matices propios del despotismo, definido por Montesquieu como un gobierno en el que uno solo, sin ley ni freno, arrastra todo y a todos tras de su voluntad y su capricho.

Trujillo, igual que los déspotas orientales, fue un apasionado del miedo, el cual utilizó para mantenerse en poder durante treinta años. Del mismo modo que sus pares asiáticos, fue temido y adorado como un dios, llegando al extremo de disponer a su antojo de las mujeres y los hombres dominicanos, como disponía un esclavista de sus esclavos.

Sin embargo, como ocurre con los tiranos al final de sus regímenes, Trujillo cometió los más brutales crímenes y tomó las más erráticas decisiones, como fueron los asesinatos de las hermanas Mirabal y el fallido atentado, en pleno centro de Caracas, contra la vida del presidente venezolano, Rómulo Betancourt.

¿Cuántos asesinatos más hubiera cometido Trujillo, en el ocaso de su régimen, de no haber sido ajusticiado el 30 de mayo del 1961?