En el año 1981  vieron la luz por vez primera, bajo el respetable cobijo  de editorial Planeta, las interesantes memorias del célebre urólogo barcelonés Antonio Puigvert  Gorró, tituladas: “Mi vida…y otras más”.

El doctor Puigvert fue médico de celebridades. Confiesa en las mismas que viajó a América en 78 ocasiones, casi siempre en labores profesionales. Por las páginas de sus memorias desfilan – en calidad de pacientes – destacados personajes de la política latinoamericana, entre los que destacaron Getulio Vargas, ex Presidente de Brasil, Juan Domingo Perón, ex Presidente Argentino y – por lo que atañe a nuestro interés histórico- dedica quince interesantes páginas de las mismas- págs. 169 a 184- a describir sus vínculos profesionales con su paciente Rafael Leonidas Trujillo Molina.

foto del Dr. Antonio Puigvert publicada por la Real Academia Europea de Doctores.

El primer contacto con el doctor Puigvert, en Barcelona,  lo realizó el prominente urólogo dominicano doctor Abel González, quien a la sazón se desempeñaba profesionalmente como coronel médico en el hospital Marión, y quien utilizó para acercarse a Puigvert la mediación de quien al momento desempeñaba las funciones de  cónsul general en Barcelona, el doctor Espaillat. Era el mes de julio de 1956.

El doctor González, admirador de Puigvert, prolongó por más de una semana su estancia en Barcelona, programada inicialmente por dos días, a los fines de familiarizarse con sus técnicas operatorias y percatarse de la organización de su clínica.

El doctor Puigvert diría al respecto: «.El colega dominicano fue persona encantadora y sigue siéndolo…Se me pegó mañana, tarde y noche, a todas las sesiones operatorias, clínicas, etc., pero haciendo gala de una discreción absoluta y de un notorio interés profesional».

Dr. Abel González.

A juzgar por las revelaciones del doctor Puigvert, la intención del doctor González, al contactarle en Barcelona, no residía sólo en conocer su persona y sus destrezas en el campo de la urología. Comportaba, además,  la delicada misión de gestionar sus servicios profesionales a los fines de dar seguimiento a los padecimientos prostáticos de Trujillo, algo que comprobaría al poco tiempo, dado que en aquel momento el doctor González le trató su caso clínico pero manteniendo en el anonimato el nombre del paciente.

A este respecto revelaría Puigvert: «…El día antes de partir vino a despedirse acompañado del cónsul y, después de expresarme su agradecimiento por el trato recibido, me dijo:

– Doctor, yo no sé si será abusar de su amabilidad, pero usted me depara una ocasión preciosa que no quisiera desaprovechar. Me comentó, entonces, que era urólogo del hospital militar Marión en Ciudad Trujillo, y me planteó el problema de un paciente de sesenta y tantos años, cuya documentación clínica me exhibió. El enfermo había sido operado de una afección periuretral unos años antes y, según el diagnóstico de quienes lo habían examinado en el hospital militar, era ahora necesario extirpar la próstata. Quería saber mi parecer…».

El doctor Puigvert describe su encuentro y consulta médica con Trujillo en las págs. 174 y 175 de sus memorias. Hace de él esta descripción, propia de un clínico avezado, acostumbrado no sólo a explorar el cuerpo de sus pacientes sino también su espíritu: “…Leonidas era un hombre ya mayor, ni grueso ni delgado, con las facciones mulatoide, muy marcadas, hechas a cincel. Tenía el aspecto de ser hombre frío y por tanto peligroso. De sus ojos se escapaba una vivacidad impropia de un sexagenario. Había en el fondo de sus pupilas como un timbre metálico…”.

Conforme las revelaciones del gran urólogo barcelonés, su diálogo inicial con el dictador se desenvolvió en los siguientes términos:

– T.: Bueno, doctor. Ya sabe usted cuál es el objeto de la invitación. Ha venido para visitarme y aclarar mi dolencia.

– P.: Esta mañana he conversado con un médico, aquí presente, y con el urólogo del hospital, que me han mostrado sus radiografías, sus análisis, su historia clínica. Pero para mí, el documento de mayor interés es el enfermo.

 T: ¿Qué quiere decir con esto?

– P: Pues necesito saber de usted y que me conteste a lo que le pregunte.

Me miró un poco de refilón. Estaba dándose cuenta de que al entrar en el terreno profesional médico era yo quien pensaba llevar la batuta sin concesiones. Y eso no le gustaba.

T: A usted le gusta mucho mandar.

P: Efectivamente, general, tanto como a usted. Y si usted no obedece no nos entenderemos.

Nuestras respectivas posiciones quedaron definitivamente señaladas desde el primer momento. En estas cuestiones después es muy difícil rectificar.

T: Pues bien, ¡pregunte! – me dijo en torno enérgico.

Inicié el interrogatorio acerca de sus antecedentes y trastornos actuales. Me contestaba con serenidad. A continuación le comenté las radiografías que por la mañana había examinado en el hospital que traía su médico de cabecera. Señalé las lesiones y valoricé las imágenes. Estas eran poco precisas, pero suficientes para ser interpretadas y relacionadas por la semiología clínica que él había informado.

El General, como todos los que arrastran largo tiempo una enfermedad, estaba muy interesado en su tema y antes había oído y contrastado muchas opiniones de urólogos norteamericanos y europeos. Escuchó atentamente mi descripción; me hizo repetir algún detalle que se le escapaba. Y cuando terminé, volvió su mirada inquisitiva hacia el coronel y dijo con un tono seco y acusador:

– Vosotros no habíais dicho nada de esto. ¿No lo habíais visto en las radiografías?

La pregunta fue de tal tono que sentí un escalofrío. Imaginé por un instante al coronel en el paredón, con los ojos vendados frente a un piquete de fusilamiento.

Entonces, para ayudar a mi compañero, y además, porque era cierto, intervine en su defensa.

Las radiografías no son bastante claras, y por ello poco demostrativas; además, han sido vistas por otros urólogos.

Trujillo aceptó el diagnóstico y las propuestas de intervención clínica del doctor Puigvert.

Ambos, posteriormente, acordaron la construcción de un gran hospital de urología en Santo Domingo, cuyos planos fueron realizados por los arquitectos barceloneses Antonio Lozoya y Duran Reynals. El proyecto finalmente se frustró debido a las exigencias de Trujillo de que Puigvert pasara a residir a Santo Domingo a tiempo completo, propuesta que el notable galeno desestimó a pesar de ser sumamente atractiva en términos económicos y profesionales.

Aunque el doctor Puigvert no relata la fecha exacta en que examinó a Trujillo, ni las veces en que lo hizo, si el primer contacto entre él y el Dr. Abel González, a tales fines, se produjo en julio de 1956, aproximadamente seis años antes del tiranicidio, cabe colegir que para entonces las dolencias prostáticas del tirano eran acentuadas, lo cual es un dato no menor a considerar por el impacto psicológico que las mismas pudieron producirle.

Tal vez por caminos como estos, más allá de jugosas anécdotas de café, podría avanzarse en la verdadera patografía de Trujillo y desde una perspectiva multidisciplinar, analizar su compleja personalidad;  las razones profundas  de su evidente declive físico y mental y con ello el principio del fin de sus 31 años de omnímodo reinado.