Tu presencia es caudal abundante de ilusiones y experiencias dichosas. Abre caminos de versos luminosos a través de mares y océanos. Me hace andar con pasos de seguridad en cada metraje de mi existencia terrenal; entre caídas y levantadas, calmas y tempestades, penas y alegrías. Vivencias y sensaciones, que he recorrido entre cantares, pentagramas, erupciones volcánicas y amaneceres.
Oírte reafirma con profunda certeza de que no estoy solo porque escuchar tu voz es pura omnipresencia con el toque melodioso del arpa de un amor infinito que aniquila cualquier soledad. Es que tu voz susurra paz y fortaleza más allá de las complejidades. Tu voz abraza con los brazos del corazón en el justo instante en que necesitamos ternura y protección.
Tu prominencia es incentivo perfecto para inspirarse en la belleza y la verdad de la vida; me convierte en agricultor ilusionado para arar en mis pensamientos cada parcela poética con vocación a lo sublime. Me hace exprimir gotas de líricas en cada detalle que brota de un amor fecundo; regando los campos de mi existencia peregrina.
Tu presencia se hace vida en las cuatro esquinas de mi corazón, cada latido es señal convincente del milagro de la vida; cada bombeo de sangre define la redención eterna; todo tu amor se filtra por las venas y arterias reverdeciendo todo el camino que lleva hacia el Edén celestial.
Definitivamente tú eres luz cálida cubierta por el esplendor de una primavera vestida de flores; perseguida por las lluvias copiosas de verano, que besan la tierra con gotas musicales; donde cada sonido mueve las hojas caducas de un otoño de belleza efímera; dando paso a un invierno de guirnaldas de paz y olor a belenes alegres y fulgurantes.
Eres un bello atardecer que se filtra en la memoria de mis pupilas, haciendo de ese mágico instante un paisaje que envuelve mi aliento en expectación eterna. Dulce crepúsculo que es bálsamo para la salud de un espíritu que flota entre versos, pétalos vivos y fantasías de poeta. Que se hace cómplice de la quietud romántica del mar. Dulce anochecer que es verbo y sabiduría perenne que devela el verdadero sentido de la vida.
Y entonces amanece entre la brisa fresca de una mañana lluviosa y el silencio de un otoño que anuncia que pronto se marcha de la estación; que se va para volver, esperando hallar un corazón descongelado y coronado en su interior por un pesebre reluciente que se hace vida más allá del invierno.
Se va con las ansias de regresar y poder encontrar con esperanza una primavera que, vestida de flores, con rayos de multiformes colores y virtudes, haya pintado con trazos perfectos y perpetuos el retrato humano con las bienaventuranzas. Primavera celestial, que sea huerto de vida y gracia, de perdón y exultación, de compañía y refugio ante los avatares, dónde se pueda abrevar la sed y necesidad de la felicidad.
Que se va con el anhelo envuelto en hojas áureas y melancolía de luna verde, esperando recibir bienhechoras noticias cuando le toque retornar, de los labios de un verano sudoroso que con su calor optimista ponga a chorrear de versos, verdad y humanidad los poros del alma.
Y volvió el otoño aquel con un pensamiento infinito, abriéndose pasos ante el recuerdo de lo vivido; volvió para volver a empezar y ser mejor de lo que fue ayer; habiendo entendido en una tarde gris que lo mejor vendrá.