En la selva, el león se las pasa de maravillas ostentando su poderío ilimitado, dándose el lujo de arrebatarle las presas a la fuerza, abusivamente, (no capturadas por él con enorme sacrificio)a las leonas, que son las cazadoras, mientras él ruge con gran fuerza de modo terrorífico causando el pánico entre sus cercanos y hasta eliminando a las mordidas a las crías para que no le hagan competencia en el futuro y pintándoles criaturas, una tras otra, a las sacrificadas del hogar, reynando sin oposición como un caudillo cualquiera y haciendo de sus fuerzas una maquinaria blindada, impenetrable y hasta mediática dada la fama de portento salvaje que le acompaña mientras tiene cómo y con qué, pero ay! los cambios, ¿para qué vienen al mundo? cuando el león envejece, con una grande escasez de respaldo selvático, sin leonas al lado (que no quieren ni verlo) da hasta pena su olvido, su destino, y cuando su ajada misión termina de manera patética, triste, escandalosa, tiene que abandonar la manada o es echado, (lo cual casi siempre sucede), por los más jóvenes no acostumbrados a su caudillaje dominante con sesgos absolutistas, y sucede lo peor y es que entonces, los demás habitantes del lugar, viendo su marcada debilidad, se le echan encima como los pavos, le devuelven los desfavores a puros arañazos sangrantes, lo destrozan y del gran león no queda apenas nada, ni siquiera el recuerdo ya que la vida salvaje tiene que continuar, tienen que continuar las leyes, el orden, la realidad histórica y ya nada puede hacer la gran fiera para cambiar su oscuro y malogrado porvenir.