Los recientes triunfos electorales de Lula en Brasil, Petro en Colombia y Boric en Chile han motivado comentarios sobre la “izquierdización” de América Latina, un estereotipo recurrente después de que Fidel Castro optara por aliarse a los soviéticos cuando enfrentó dificultades en la sostenibilidad de su proyecto de nación.  Como el hombre había sido educado por jesuitas, una vez se pronunció sobre ese aspecto trató de mantener la coherencia y se mantuvo en este camino hasta el último de sus días.

 

En el transcurso de su vida contagió a muchos en la confianza de que era necesario trabajar para establecer regímenes que aspiraran a la justicia y la solidaridad, ideales que son pertinentes en la región donde abundaban y todavía son corrientes los problemas de pobreza, analfabetismo y racismo.  Los problemas siguen siendo los mismos que hace tantas décadas, pero la capacidad de ilusión se mantiene incólume a pesar de que esos ideales han estado tan mal servidos por muchos gobiernos que se autocalifican como de izquierdas.  También, lamentablemente, a menudo esas aspiraciones se han defendido sobre un discurso que, en lugar de ser constructivo, se apoya en la creencia de que existe una lucha de clases y que inevitablemente los que tienen riquezas y medios de producción detestan y oprimen a los que no los tienen.

 

En Estados Unidos las oposiciones tienen una connotación más de diferencia partidista que de atención a un tipo de organización de la producción o de la ideología.  En ese sentido, los simpatizantes de uno u otro grupo se acusan entre sí de no tener los estados anímicos convenientes. Así, en el día de ayer, se reportó que el ex presidente demócrata Bill Clinton, al hacer campaña para las elecciones congresuales de este mes de noviembre de 2022, dijo: “Los republicanos son simples, ellos dicen: Quiero que ustedes sufran mucho, que estén de mal humor y luego voten para nosotros para que nos encarguemos de empeorar las cosas para más tarde echarle la culpa a los demás”.  En la misma línea argumental, pero con respecto al bando contrario, Dave Rubin, un comentarista conservador, señaló que una diferencia visible entre los mítines de los republicanos y los de los demócratas es que en los primeros el ambiente es festivo y en los segundos lo que prima es la ira.

 

En Europa más que la justicia social (un problema que era pertinente hace ciento cincuenta años) o el estado de ánimo el reclamo más ardiente viene de las poblaciones que se sienten desplazadas al interior de los países que los vieron nacer a ellos y a sus antepasados. Así, en recientes procesos electorales hemos visto la popularidad de opciones como Meloni en Italia, Zemmour y Le Pen en Francia o Baudet y Wilders en los Países Bajos. Las ilusiones no se cifran en una mejora de los sistemas económicos ni en la predominancia de un partido político u otro sino en el repliegue identitario y nacionalista.

Tres tipos de sufrimientos con tres maneras diferentes de ilusionarse. Quizás el comentario de Pepe Mujica, pasado presidente de Uruguay, ofrece una respuesta que conviene a todos: “El odio es ciego como el amor, pero el amor es creador”.