Eran tres haitianos y un dominicano, pero el jolgorio parecía como si fuera un gentío. La discusión se dirimía a ritmo de reguetón, un colmadón era el escenario perfecto. La particularidad atraía los clientes del negocio. Uno de los haitianos brincó de manera repentina, dijo:

— ¿Tú no viste en el vídeo? Son tres francotiradores que hay vigilando la frontera entera, todo el que intenta cruzar, pumm, en la cabeza.

El haitiano siguió sazonando su novela, cada detalle traía añadida su dosis respectiva de pimienta, típica de la picardía de la negritud caribeña.

— Es que nosotros, los haitianos no somos como ustedes, los dominicanos agarran a uno por atrás, a traición. Pero los haitianos vamos de frente, con poderes de arriba.

Entonces, el conflicto por la construcción del canal sobre el rio Masacre condicionaba el imaginario de dominicanos y haitianos. Las historias se tejían cada día y a cada instante. Nutrían la dramaturgia en ambos lados del escenario binacional.

Los haitianos defendían su derecho sobre la fuente acuífera en el tramo que cruza por territorio haitiano. Los dominicanos, en cambio, apelaban al Tratado de Paz y Amistad Perpetua y Arbitraje de 1929 entre los dos gobiernos.

Pero, que tres francotiradores tengan dominio visual de la frontera en toda su extensión —320 kilómetros— es humanamente imposible. El ojo humano no llega lejos. ¿Miras telescópicas? Los accidentes geográficos de la zona son insalvables. Quizá los tiradores ven al través del ojo de Dios o el de Belcebú.

¿Será que Macandal, máximo líder del Vudú Haitiano reencarnó en los tiradores de la frontera?

¿Será que se le montó el espíritu de Vasili Grigórievich Záitsev, conocido como Nievi? Si, es el mismo del “disparo de Nievi” —según Silvio Rodríguez— en la canción Ojalá.

El video mostraba, además, la escena donde un sacerdote —servidor de misterios— corría por una llanura arenosa. Avanzaba hacia el encuentro de dos vehículos tipo yipetas que se desplazan a alta velocidad. Cuanto más cerca, mayor era la tensión de los que estaban viendo el video, el choque entre el sacerdote y las yipetas parecía inminente.

Pero de manera repentina, el servidor de misterios cayó de rodillas. Luego levantó las manos hacia el sol, las bajó, las puso sobre la tierra: como haciendo reverencia. En fracciones de segundos hizo varios movimientos rituales, mientras, los vehículos amenazaban con arrollarlo.

Él levantó sus manos de nuevo, las bajó a la altura de los hombros, puso las palmas hacia el frente, como si estuviera empujando las yipetas. Como si quisiera detener su marcha.

Ya parecía humanamente imposible detener la marcha de los dos vehículos. Ni siquiera era posible que los conductores detuvieran los automóviles pisando los frenos de sistema ABS que traen.

Menos de dos metros separaba el sacerdote de los autos veloces. Las yipetas, no obstante, se detuvieron bruscamente. Se levantaron de la parte de atrás con el impacto, mientras se barrían de medio lado. Como si una fuerza sobrenatural pesara sobre ellas.

Pero el sacerdote continuaba de rodillas y pujando hacia el frente, contra los automóviles, parecía librar una lucha en contra de la fuerza automotriz.

El servidor de misterios se levantó lentamente, los brazos abiertos y zancadas pausadas, caminó hasta la puerta de una yipeta y a la otra. Los ocupantes salieron uno a uno en actitud de rendición.

Pero los mirones no pudieron ver el final del video. El dueño del celular lo interrumpió bruscamente. Nadie conoce el título ni los créditos de producción. Él misterio es inexplicable.

Lo anterior demuestra que el fanatismo religioso, o la fuerza indetenible del dogma, condicionan el imaginario colectivo e individual. La propaganda, sea política o religiosa influye en la percepción humana para crear nuevas narrativas.

Los poderes fácticos en ambos lados de la isla aprovechan las narrativas señaladas para manipular políticamente a los ciudadanos haitianos y dominicanos. A los dominicanos les hacen creer que todo se reduce a la defensa del patriotismo para fortalecer la identidad, la dominicanidad.

No obstante, para los haitianos la maniobra se limita a que sus ciudadanos sigan convencidos de ostentar poderes del más allá. Que el poder de los líderes religiosos y políticos viene de arriba.

En suma, dominicanos y haitianos deberían saber: primero, que los súper poderes obran siempre en favor de los poderosos, nunca de los pobres. Segundo, que las balas que disparan los francotiradores fronterizos no son de plomo sino ideológicas.