Nadie está libre total, mental y socialmente del lastre que arrastramos en la pospandemia de la pandemia. La vida cambió en muchos aspectos y formas de vivir en relación con otros tiempos, que hoy vemos a la distancia como modelos "normales" de existencia y de convivir. Nos movemos y avanzamos con arados y bueyes diferentes a los de ayer y todavía no nos hemos acostumbrado. Muchos moriremos sin adaptarnos al nuevo cambio.
Todo cambió. Se transformaron la forma y la velocidad de la vida. El pensamiento del ciudadano tiene otros espacios adonde hacer sus reflexiones, bajo otros miedos y otras incertidumbres. El manejar o conducir solo por una avenida tiene otros encantos y desencantos. Otras sensaciones y otras prisas y otros silencios. Y ellos, los que se fueron, sin despedida, aún nos reclaman el abrazo que no les dimos y que nunca se alojó en su alma. Las lágrimas brotadas de los recuerdos tristes tienen otro vacío y otros desalientos.
La vida de las universidades ha sido impactada en todas partes del mundo. Las modalidades de la enseñanza se multiplican por necesidad imperiosa, gracias a las maravillas de la tecnología. Pero nada llena el vacío y el desierto de las aulas y la deserción peligrosamente amenazante.
Tuvimos que aprender de prisa y decimos que todo "vino para quedarse", pero nadie recuerda ni le da la razón al genio creador de las universidades a distancia, que funcionan desde décadas como una luz bajo la sombra de las academias. Las ignoramos y hoy ellas se ríen de nosotros. Como también ignoramos a la National School y a la Hemphill School a través del correo, el otro correo que el tiempo borró de la memoria y que los jóvenes nunca vieron, porque ellos son de otro mundo y de otra época.
Los que pensaron que, pasada la pandemia, el hombre iba a ser más humano, más justo y menos egoísta, se equivocaron. Contemple la pobreza y la riqueza y busque usted mismo la penosa respuesta. No. No quiero hablar del aumento de las guerras, directas o por delegación, de los dueños del mundo. El complejo industrial de las potencias dinamiza sus economías con la muerte y los cadáveres. Aún bajo el olor de la pandemia, los poderosos hacen las guerras para vender sus armas y luego hablar de paz.
Es cierto que la modalidad laboral también cambió. El trabajo a distancia o desde casa es un producto del cambio. Pero debemos abrirnos y ver hacia el futuro: ¿cuáles serán el comportamiento y el porvenir, treinta o cuarenta años después, de los millones de hombres y mujeres en el mundo que trabajan desde los pocos y reducidos metros de habitación en la soledad y sin sociabilidad laboral, y sin la seguridad de su pensión bien ganada?