La trapatiesta que sacude al PLD, detonada por la renuncia del coordinador de campaña del candidato presidencial, es solo la punta del iceberg del grueso corpus de las ambiciones, zancadillas, arrogancias, frustraciones y desconfianza que allí medran.

La cacareada renuncia, que bien debió pasar como un hecho intrascendente, acaecido en un curtido que todas las encuestan sitúan en un lejano tercer lugar, ha sido magnificada y ordeñada hasta sacarle la última gota de jugo.

Los ditirambos y fruslerías cachachean, y no en cualquier dirección. Al juzgar por los trinos de ciertos opinólogos, se trata de un terremoto de alcance planetario.

Ya no es la simple dejación individual -o de un dedal de gente- de un quehacer colectivo, sino de la renuncia de un estratega situado por encima del candidato; de un elfo hacedor infalible de presidentes; una deidad que irradia luz para tumbar de nuevo a San Pablo de su caballo.

No cuentan la desconfianza y el ego, mismos que unidos a la urgencia de domesticar al candidato, habrían recomendado el amaraco de ahuecar el ala para precipitar la sumisión.

¿Estaba en la testuz del renunciante que su huida, una vez echada a vuelo, cobraría dimensiones disolventes; que harían posible poner narigón al señalado y cortar de un tajo sus miradas pecaminosas? Si tal era, hay motivos para celebrar. Solo persiste la convicción arraigada de sentirse a varios escupitajos de distancia sobre el candidato.

Dado que “en un lodazal todo huele a podrido”, no debe descartarse la planificación cuidadosa de una maniobra cupular encaminada a dejar el candidato oliendo donde guisan, mientras se olfateaban horizontes más promisorios. Ello es materia de estudio de la Reología.

No hay nada nuevo bajo el sol (“Nihil novum sub sole”, decían los latinos). “Siempre el otoño sucedió al estío/ Gemelos son tu corazón y el mío”. El hacedor de presidentes volverá a aportar, pero no será suya la derrota.

A la vista la Crítica de la razón Pura de Immanuel Kant: superado el “fenómeno” y alcanzado el “nóumeno” de la batracomiomaquia, se comprende que gente tan acaudalada e importante vea disparada su ansiedad, al percatarse del estreñimiento de las expectativas que impregnan al partido que puso en sus manos el cuerno de la abundancia, y los catapultó a la gloria de Dios.

Deo gracias, la poesía de Salvador Díaz Mirón sigue trayendo satisfacción: “Hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan….”

Está demostrado: en República Dominicana las arcas del Estado producen más pepitas de oro que las arrastradas por el río Pactolo en la leyenda del rey Midas.

“El oro es excelentísimo”, escribió en 1503 el Almirante de la mar océano a los Reyes Católicos, “del oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las ánimas al paraíso”.

¿Entendido? Si hay “condiciones”, hacer un presidente es tan fácil como curar el cáncer.

¡Impensable abandonar el Olimpo sin pelear!

El principio de la conservación de la masa, de Antoine Laviosier, da garantía de permanencia: “En la naturaleza nada se crea, nada se pierde, y todo se transforma”.

Por ahora, ¡eureka! En un rapto de inteligencia más que de cobardía, o viceversa, el candidato ha descubierto el camino trazado por el rencor.

Más adelante, los restos esparcidos por la trapatiesta y sus secuelas podrán transformarse. No es especulación, ni arte de birlibirloque. Es el resultado propicio de la consulta puntual en los oráculos de Delfos y Dodona.