Hablar de tolerancia está de moda y parecería que vamos a redundar, pero señalaremos algunos aspectos que pocas veces se relacionan con el término. Todos esperamos que el Mundo mejore, pero no necesariamente coincidimos en lo que consideramos que debe priorizarse. Lamentablemente es muy difícil encontrar dos personas entre los casi 8 billones que constituyen la población mundial que piensen exactamente igual. Por lo que sin importar quien yo sea, estoy obligado a ser tolerante y ceder en algunos puntos, para poder encajar adecuadamente en nuestro planeta.

Actualmente cuando se reclama tolerancia, usualmente se refiere a lo novedoso, excéntrico o minoritario. Se supondría que, ante una persona con una inadaptación social severa, si intentamos seguirle el juego y aparentamos que nos parece normal, creeríamos que somos personas tolerantes. Quien no pudiera adaptarse a esos casos inusuales o anormales, sería intolerante y no merecería tolerancia, por ser un “atrasado o de mente cerrada”. Pero el concepto de tolerancia no puede ser tan limitado.

Las personas “chapadas a la antigua”, psicorrígidas, tradicionalistas o intolerantes, también merecen respeto y tolerancia; además, aunque se aferren a fenómenos del pasado, no todo lo pasado es necesariamente negativo. Las bases de nuestro futuro están en nuestro pasado y los eventos recientes han sido posibles gracias a los pasados. “Quien no conoce su historia está obligado a repetirla” Santayana.

No importa qué tanto se desarrolle la civilización, siempre existirán antisociales, delincuentes, corruptos, violentos, hipócritas, etc. y la Sociedad está obligada a buscar la forma de que hagan el menos daño posible. También siempre habrá personas fanáticas e inmaduras, con fuertes limitaciones para entrar en razón, frente a quienes discutir carece de sentido. Ante algunas críticas, burlas o rechazos que pudiéramos recibir, la tolerancia consistiría en no responder, no dar explicaciones, siendo el silencio la mejor respuesta. No puedo ser condescendiente con el error, pero sí ser tolerante con el despistado, siempre recordando que el equivocado podría ser yo.

Estamos conscientes de que sin justicia no podemos convivir, pero constantemente creemos que nuestra astucia puede permitirnos violar la justicia sin que los demás lo noten.

Hemos sublimizado el rencor y eso nos lleva a llamar justicia a la venganza, al punto de que no reconocemos la diferencia. Se nos ha enseñado que la venganza no es la mejor opción, pero, aunque muchas veces decimos estar de acuerdo, nuestros actos o expresiones parecen no coincidir con nuestras palabras.

Aunque tenemos organismos o asociaciones mundiales que se encargan de mediar en los conflictos internacionales, cuando las naciones poderosas se ven agredidas por otra nación, no solicitan su arbitraje, sino que toman inmediatamente la justicia por su propia mano, sin siquiera consultarlos; la consecuencia es el clima de inseguridad del planeta que estamos viviendo. El egoísmo o egocentrismo disfrazado de nacionalismo, ha logrado que no nos tengamos confianza. Es ingenuo creer que mientras los abusos contra naciones más débiles permanezcan impunes, podría existir paz verdadera o duradera. Solamente cuando lo robado sea devuelto, se indemnicen los pueblos masacrados y se dejen de enaltecer a los genocidas, habrá garantías para que nuestra especie no desaparezca.

Respetando sólo las leyes que nos convienen no puede haber paz y de surgir otra guerra mundial, ya no podrá haber ganadores.

Lamentablemente a nivel personal mantenemos las mismas actitudes que muestran los países. Exigimos que otros cumplan las leyes, pero nos parece aceptable si las violamos nosotros. Esa falta de justicia y equidad tiene pocas consecuencias en tribus primitivas, pero es algo grave para una civilización globalizada y mientras más desarrollo tecnológico alcancemos, tendríamos mayores peligros. Si las bombas nucleares que tenemos pueden destruir fácilmente nuestro mundo ¿Para qué queremos armas más potentes? Hemos perdido la razón y no nos damos cuenta. Tolerar acciones que perjudican a los demás, no es ser tolerante sino cómplice.

A medida que se incrementa la tolerancia en el hombre, le permite: aceptarse a sí mismo, vivir en familia, compartir con amigos, integrarse armoniosamente en una población, aceptar leyes y costumbres de un país, y finalmente, tolerar y respetar el derecho de cualquier Ser Humano.

Gran parte del sufrimiento que vive actualmente la humanidad se debe a la falta de tolerancia.

Los demás no serán nunca exactamente como yo quiero que sean, pero mi existencia pudiera ser más grata si lograra llegar a tolerarlos tal como son. Lo que me impide sentirme bien no está en ellos, siempre ha estado en mí.

La tolerancia permite aceptar a quienes piensan diferente, estando estrechamente ligada al amor, la comprensión y al perdón. El ser humano puede llevar una vida sostenible y ciertamente podríamos vivir muchos años más de los que ahora podemos vivir, pero no si seguimos rechazando a “los otros”. Si el Homo sapiens logra llegar al año 3,000, sería porque finalmente aprendió a tolerar.

Si dedicas la mayor parte de tu tiempo a pregonar lo mal que estamos, eres parte del problema, no de la solución. Si en cambio disfrutas resaltando las cosas positivas, necesitamos más personas como tú.