Para todos es más que conocido que el sector turismo es la base de la economía del país. El gobierno se ha encargado de celebrar con bombos y platillos el que cada mes recibimos más turistas en nuestras hermosas playas, y el hecho nos llena de júbilo a todos. Por su parte, el sector privado resalta constantemente la capacidad del sector para generar efectos multiplicadores en la economía, lo que amplía considerablemente el impacto de este.

El pasado año 2023, recibimos 8,058,671 turistas, aportando ingresos de divisas por US$ 9,751 millones, generando unos 400,000 empleos directos e indirectos, lo que representa cerca de un 15 % del PIB del país. Estos datos del Banco Central reflejan la importancia y el impacto del turismo como actividad social y eco­nómica de nuestro país.

Sin embargo, pocos toman en cuenta que el turismo es uno de los sectores más susceptibles y frágiles, debido a que es altamente vulnerable a fuerzas externas o a cualquier suceso que pueda, temporal o permanentemente, interrumpir o decrecer el flujo de llegadas turísticas.

Nuestro destino ha pasado ya por varias experiencias. Recordamos como todos vimos destruirse Punta Cana con el paso del huracán Georges, en el año 1998; como nos impactó el ataque terrorista de las torres gemelas en el 2001; de igual manera fuimos afectados por la crisis financiera de los Estados Unidos en el 2008, y por la campaña de descrédito que enfrentamos en el 2019. Y es que todos los destinos turísticos se enfrentan a la incertidumbre de experimentar un desastre o crisis en algún momento.

Ahora que se plantea una reforma fiscal en el país, todos alegremente pudiesen enfocar su atención hacia la muy codiciada gallinita de los huevos de oro. Y aunque entendemos que definitivamente existen espacios de mejoras en la formulación de la estructura fiscal del sector, es prudente recordar que no es de inteligentes dañar lo que va bien o querer mejorar lo que no va mal.

Nuestras fórmulas para el éxito están siendo tomadas de ejemplo por muchos otros destinos turísticos, quienes emulan nuestras iniciativas con el objetivo de convertirse, algún día, en el destino privilegiado que hoy es República Dominicana. Sobre todo, hay muchos que ya implementan las leyes de incentivos que han sido la base del éxito que hoy ostentamos.

Los destinos turísticos pasan por diferentes etapas en su ciclo de vida, al igual que los productos o servicios. República Dominicana se encuentra actualmente en una etapa de crecimiento, sobre todo en su mercado más importante, los Estados Unidos. Durante esta etapa, el destino experimenta un aumento significativo en el número de visitantes, y concomitantemente un crecimiento en la infraestructura. En esta etapa es importante gestionar la calidad del servicio, brindar seguridad a los turistas e inversionistas y asegurarse de que el impacto a la economía local sea importante y sostenible.

Los incentivos fiscales concedidos hasta la fecha han sido la clave para convertir a República Dominicana en el principal destino turístico del Caribe. De igual manera, estos incentivos han fomentado la inversión extranjera directa, la cual genera empleos y dinamiza las economías locales.

El objetivo principal de estos incentivos es corregir desventajas comparativas que tiene el turismo dominicano frente a sus competidores directos; que son extranjeros y fijan sus valoraciones en parámetros globales. Por lo tanto, la eliminación total de estos pudiese significar un obstáculo al ritmo de crecimiento que hoy experimentamos.

Sería importante considerar una serie de medidas que pudiesen aliviar el sacrificio fiscal que asume el gobierno. Existen muchas fórmulas puestas en marcha por otros destinos que son exitosas, que bien pudiésemos implementar y que aportarían beneficios económicos a nuestro país.

  • Se pudiese considerar priorizar el otorgar incentivos fiscales para proyectos que se comprometan con prácticas de un turismo sostenible, tanto en términos de conservación ambiental como de inclusión social de las comunidades locales; inversionistas que implementen tecnologías limpias, usen energías renovables o adopten prácticas de bajo impacto ambiental en sus proyectos turísticos.
  • Deberían beneficiarse proyectos que sean única y exclusivamente dirigidos al turismo. Es decir, no beneficiar proyectos inmobiliarios.
  • Sugeriría acortar el período de beneficios. Estos no deberían de exceder a los 10 años.
  • Estoy segura de que nuestros turistas estarían dispuestos a contribuir para que nuestro destino sea cada día más amigable con el medio ambiente y, por lo tanto, más sostenible en el tiempo, por lo que se pudiese implementar una tasa impositiva cuyos ingresos generados se destinen a financiar proyectos de sostenibilidad, conservación del medio ambiente y patrimonio cultural, lo que algunos destinos han llamado Ecotasa o Green TAX.

Todo lo que impacte al sector turismo deberá de ser analizado y manejado con guantes de seda, y evitar de esta manera afectar a nuestra eterna amada, gallina de los huevos de oro.