Me ha llamado la atención un artículo aparecido hoy (8/7/22) en el periódico La presse de Montreal, titulado “El todo incluido debe cambiar”. Su autor, Yves Baril, lanza un grito de alarma contra el indecente derroche de comida, glotonería e inconciencia de la mayoría de los turistas que utilizan esta modalidad de vacaciones.
“En incontables ocasiones hemos visto, en República Dominicana, Cuba y otros destinos, adultos y niños probar un postre y dejarlo de lado, plantos repletos de carne y legumbres que podrían alimentar a tres personas dejados casi intactos en la mesa, vasos con bebidas dejadas por la mitad por doquier”. En fin, al referido articulista le repugna este derroche de comida a la medida de la glotonería e inconciencia de los turistas que nos visitan.
Este derroche, en un mundo donde una de cada diez personas pasa hambre y miles de millones no tienen una alimentación adecuada, no puede ser catalogado de otra manera que no sea una indecencia.
Sí, indecencia que nosotros vendemos y compran inconscientes personas en su mayoría obesas, que con su actitud insultan a los hambrientos de este mundo, incluyendo a los cientos de miles de dominicanos que viven en situación de pobreza.
Estamos frente a uno de los efectos perverso de este modelo que tanto ha contribuido al desarrollo del turismo en el país, y la solución no está, lógicamente, en desistir de él, sino en corregirlo, hacerlo más racional, respetuoso de la gente y amigable con el medio ambiente.
Parecería imposible revertir esta situación, uno de los mayores atractivos de esta fórmula de vacacionar es que ofrece a la clientela, a un precio razonable, el lujo de consumir todo lo que quiere y en el momento que quiere, sin ninguna restricción. En ella, ambos agentes, productor y consumidor del servicio, insultan su condición de seres inteligentes, racionales.
Justamente esto es lo que debe corregirse. Sin dejar de vender el principal atractivo de la oferta, recordar a los turistas, desde el momento mismo de su llegada, que todo incluido no significa todo permitido, todo derrochar.
Este negocio debe comenzar a adecentarse, y podría comenzarse por proceder a la capacitación del personal que allí labora para sensibilizar a los turistas en torno al despilfarro. Pequeñas acciones, gestos, explicaciones corteses, repetidos de manera sistemática, pueden ayudar a reducir esta absurdidad, sobre todo hoy que la pandemia de la COVID-19, más la guerra en Ucrania, han puesto en evidencia las limitaciones de la economía globalizada para abastecer de alimentos a países que no están en capacidad de producirlos localmente. Hay que recordarle a la gente que es bochornoso botar la comida que otro necesita, porque, aunque siga haciéndolo, un cargo de conciencia nunca podrá ser un buen compañero para pasar unas alegres vacaciones, aún en el más insensible de los hombres.
Hacer negocio de manera correcta implica una cierta responsabilidad medioambiental y, en el sector turístico, esta debe comenzar sensibilizando a los turistas, recordándoles, de manera sistemática, que producir alimentos implica un gasto considerable de agua, energía e insumos que se producen contaminando el planeta.
Y recordarles también que botar comida contradice su condición de seres inteligentes y es un insulto a los hambrientos de este mundo. Por el contrario, no hacerlo es participar, durante unas placenteras vacaciones, de los esfuerzos por reducir al mínimo ese bochornoso 20% de la comida mundialmente producida que termina en el zafacón, en mundo de hambrientos.