A veces quisiera diluir esos subrayados apocalípticos sobre nuestras ciudades que no dejan de fluir. No pensar en lo terrible que lo están haciendo nuestros arquitectos con sus imágenes de cartones hiperpostmodernos sobre un espacio cada vez más frágil. No pensar en ese proceso acelerado de analfabetización de intelectuales y profesionales, más preocupados por aquellos textos que te permiten partirle un brazo a cualquier con tal de hacer dinero y disfrutarlo en algún Hard Rock café de donde sea, hasta de Azua. No pensar en ciudades cada vez más iletradas como Santo Domingo, Santiago, y del resto ni se diga, porque el dolor también tiene sus límites.

Pero no seamos tan duros. También el conocimiento consuela. También emergen nuevas comunidades de actores pensantes, actuantes, sangre fresca donde hay pasión e inteligencia por nuevas imágenes -como la de los chavoneros de la rama tanya-valettiana, como la de independientes que a pesar de las tiranías de algunos directorcitos y productorcitos locales saben sacarle chispas a sus cabezas.

Para estos nuevos actores de nuevas ciudades estoy compartiendo mis libros de cabecera. Son textos que tratan de producir frescas dispersiones, pluralidades, la potenciación de la verdad que cada uno tendrá en alguna región de su espíritu.

Son textos que he utilizado en el aula, en la calle, que me han acompañado en viajes, odiseas, y que han sobrevivido a tempestades, mochilas repletas, siendo pomadas, telescopios, brújulas, sofás freudianos y techos donde he descubierto que somos ya tantos los lectores-familias.

No solo son libros: son palabras para el diálogo, son alientos a creer, amar, sufrir, compartir, vivir, trascender, superar, animarte con lo que queda de verde, negro, azul, todos los colores, porque todos seremos igualmente necesarios en algún instante.

Comienzo con “Yo y tú” (1923), del judío alemán Martin Buber (1878-1965). Es un texto que se mueve entre el aforismo y la teología, entre esa capacidad de revelarte en tu desnudez con una persona -la tuya- que necesariamente implica otras personas. Porque no estamos solos. Somos siempre el eco de otros ecos y así el campanario hasta llegar a todos los fondos. Si bien somos ese muro de palmas que rodea nuestra media isla, también somos ladrillo de algún templo cisterciense o de una deidad de madera africana. Sin proponérselo, con Buber hay muchísimos puentes a la gran poesía, desde Walt Whitman hasta León Felipe. Eso es lo que hace grande a esta obra: reconocernos en los espejos, las comunidades, revelándonos que nunca habrá un yo que no sea un tú, y mejor si instalamos el nosotros como un valor esencial.

Otro alemán, amigo y colega de Buber, sigue en esta lista: Walter Benjamin (1892-1949), con “Einbahnstraße” (1928), que bien pudiera traducirse como “Calle de dirección única” o “Una vía”. Fue uno de los primeros libros que leí en alemán. Más que leerlo, ha sido de esos textos que he convertido en un mapa, ya que al tratarse de Berlín -mi segunda ciudad y algunas veces hasta mi primera-, no solamente contiene ideas sino también te saca calles, espacios, visiones, alucinaciones lo generado en esa prosa breve se convierte en algo táctil.

Venido de un país donde el sonido que emites se convierte en tu marca, porque siempre hay que estar gritando en Santo Domingo hasta para hablar solamente al oído, este libro de Benjamin se convierte en una referencia para potenciar la poesía de la ciudad: el traslado de los valores del habitar a la calle. Es como lo que está en el afuera de tus espacios particulares, que igualmente vale como lo que contienes en tus adentros: algo de la esquina como tu cama, lo de la otra calle como tus zapatos. Así se va moviendo “Einbahnstraße”, revelándote la poesía de tus acciones.

“Las ciudades invisibles” (1972) fue un libro mágico, en traducción de Aurora Bernárdez. Su autor: Italo Calvino (1923-1985), narrador, ensayista, conciencia democrática. Estamos ante una obra armada a partir de los viajes de Marco Polo, donde los espacios urbanos se producen al calor de lo más interno y amplio del sujeto: sus ángeles y demonios. Cada quien crea su ciudad, su ruta. Dime cómo te desenvuelves en esta ciudad y te diré cómo será tu vida. Calvino clasifica las ciudades, te revela en cada una de ellas las posibilidades de tu rostro, tus pasos, es decir, tus dos sustentos esenciales. En una época comenzaba mis clases diciendo que quien no leyera ese libro no pasaría de curso. Por suerte que ya no doy clases, porque no se puede ser tan dictador en esta vida.

De Georges Perec (1936-1982) tengo “Especies de espacios” (1974). Aquí sí que tenemos a un neurótico, cuasi autista, obsesionado por los listados más absurdos, por los experimentos que al final te generan ese timing para disfrutar lo que ves: desde los horrores de la 27 de febrero hasta la venta de habichuelas con dulce cayendo nieve en Dyckman o la 148.

“Especio de espacios” te dispone en el centro de un bombardeo de ideas. Luego te das cuenta del valor mágico de palabras como “barrio”, de frases como “doblar la esquina”, hasta del delívery, incluso verás mejor la ciudad viniendo del Este o aterrizando en las Américas.

En el 2004 le pedí a cuatro buenos y queridos amigos, arquitectos -Omar Rancier, Gustavo Luis Moré, Sachi Hoshikawa y Emil Rodríguez Garabot-, que me hicieran un listado con sus diez libros sobre la ciudad, que pueden consultar todavía en esta página: https://acento.com.do/actualidad/la-ciudad-y-los-libros-de-los-arquitectos-8206472.html

Ahora me permito incluir esta mi pequeña lista de libros esenciales sobre la ciudad.

Como diría Kavafis: que tengan buena suerte los viajeros, que sean muchas las madrugadas…