“Que 20 mil años no es nada”, cantó alguna vez un geólogo. (Y yo apenas acabo de cumplir 68 añitos). Se calcula que el planeta Tierra se formó hace 4,600 millones de años y la Isla de Santo Domingo, hace sólo 145 millones de años en el Período Cretáceo de la Era Mesozoica del Eón Fanerozoico. Según algunos geólogos, al sumergirse la placa tectónica continental, e introducirse por debajo de la placa caribeña, comenzaron a emerger las montañas y a formarse los valles por sedimentación en la Isla de Santo Domingo.

“El valle del Cibao Oriental o de La Vega Real se formó como consecuencia de los aluviones del río Yuna y sus afluentes, por lo que también es llamado valle del Yuna, hace unos 145 millones de años. Este valle cuenta con una superficie de unos 3,500 kilómetros cuadrados, y se extiende desde la ciudad de Santiago hasta la bahía de Samaná”. (En esa era, ni mis padres, ni mis abuelos, ni mis tatarabuelos habían nacido aún. Yo nacería aproximadamente 145 millones de años más tarde, en ese mismo valle).

Croquis de la Isla de Santo Domingo en la Era Cenozoica/Terciaria

En esa era, Dios todavía no había nacido; el pino aún no había emigrado desde el norte durante la última glaciación, hará unos 11 mil años, por lo que no había derramado su resina y el ámbar no se había cuajado en la piedra del Jurásico; la iguana (diminuto dinosaurio) aún no ponía sus huevos verdes en el monte, ni existía la jutía, tampoco el manatí; y los arahuacos no habían remado desde la desembocadura de los ríos Tapajós y Xingú; los españoles no habían invadido las islas de azúcar ni habían esclavizados a los taínos, y luego a los africanos; Duarte no había nacido y la isla no había declarado ninguna de sus cuatro independencias.

El tiempo profundo se expande cientos de miles, millones y billones de años. Su historia está escrita en las rocas. El tiempo Antropoceno estelífero, en que vivimos actualmente, nos ha hecho creer que el animal humano, alzado sobre la naturaleza que está destruyendo, es único e importante, cuando en realidad no es sino una micro millonésima parte del tiempo profundo, al borde de la Era Oscura, en la que será succionado, sin estrellas que hagan sinapsis. ¿Por qué centrar nuestra atención en el animal humano “una invención tan reciente y quizá próxima a su desaparición” Foucault dixit! El animal humano apenas tiene 200 mil años sobre la Tierra; un individuo vive una temporalidad de alrededor de 80 años y se cree el centro del universo y que su vida es más importante que la de la iguana; sin saber, acaso, que sus neuronas, como las estrellas, se apagarán un día.

“Sólo un millón de estrellas verán correr tus lágrimas”, escribió un poeta dominicano. Frente al tiempo profundo y estelífero, ¿qué importancia tiene recibir el premio al mejor escritor del planeta, o ser coronada como Miss Universo o ganar la presidencia del país o de la compañía donde medran tus empleados o pronunciar el más grande discurso frente a las tropas antes de la batalla o posar sonriente frente a las cámaras para olvidar la muerte? (Los políticos son los únicos animales, después de la hiena, que sonríen inmortales).

El tiempo poshumano reflexiona y relativiza la centralidad del animal humano frente al tiempo profundo. En el tiempo poshumano y estelífero, el animal humano no es nadie, no es nada: Nacimientos, bautizos, cumpleaños, quinceañeras, matrimonios, doctorados, libros, conferencias, fiestas, amantes, restaurantes, fortunas amasadas, y unas ganas de aferrarse a la vida con los dientes. (Vida que he amado con una sed sideral, cuando sé que no quedará inscrita mi vida en las rocas por entre las que corrían las aguas del río Yuna en me bañaba las claras mañanas de infancia en La Vega).

El planeta Tierra se formó hace 4,600 millones de años. (Y yo he olvidado dónde dejé los lentes hace 30 segundos o el beso de Zamilda hace 40 años, en un zaguán, una noche de lluvia en New Orleans, sin dudas). La superficie de la Tierra es de 510.1 millones de kilómetros cuadrados y la isla de Santo Domingo ocupa un territorio de 76,261 km². (Yo habito un apartamento de tan sólo 75 metros cuadrados frente a un mar de sargazos).

Coda
Nací en la Era del Antropoceno, de la época estelífera del siglo XX, año de 1956, de pie y casi morado por la asfixia, posmoreno y transtextual; terco, desconfiado. “Será dichoso”, sentenció el médico. He vivido 35,764,545.6 minutos o el equivalente de 2,144,448,000 segundos. Mi corazón ha latido 3,500,000,000 veces. (Muchas veces latió por ti, Zamilda).

Me asomo al tiempo profundo y siento vértigo. Sólo espero que la tristeza no me atrape desprevenido de perfil en una ventana frente al mar.