Los cumpleaños nos dan la posibilidad de revisar nuestros deseos, los que tenemos para nosotros mismos y para los demás. Por otra parte, diciembre es un mes que se presta para pensar en nuestros anhelos porque estamos constantemente deseando felicidad y prosperidad en el presente y para el futuro a las personas con las que nos encontramos.
No somos del todo conscientes de que la capacidad de desear es una de las más importantes que tenemos, porque con mucha frecuencia los anhelos influyen en nuestro comportamiento. Pero hay quien va más lejos y afirma que en verdad, más que influir, nuestros deseos definen quiénes somos. Aquello de “dime lo que de verdad deseas y te diré quién eres” implica entonces que somos aquello que deseamos, lo que nos hace vivir y soñar, los anhelos más profundos del corazón.
En el año 2004, unas poquitas personas que ni siquiera se conocían entre sí tuvieron el mismo deseo; un deseo que las llevó al encuentro consigo mismas, al encuentro con otras personas y, de alguna manera, al encuentro con Dios. Fue un deseo que les proporcionó más preguntas que respuestas, que las invitó a ejercer una ciudadanía responsable manifestada en el servicio desinteresado y gratuito por los demás.
Se cruzaron en el camino de la vida y empezaron a darle forma a una propuesta de voluntariado que, con independencia de la confesión de fe o credo religioso, ayudara a las personas a hacer de sus vidas un instrumento de solidaridad. No se trataba únicamente de hacer trabajo voluntario, que ya de por sí está muy bien. Querían además que las horas de trabajo voluntario cambiaran la mirada de las personas para que, en la cotidianidad de la propia vida, reflejaran relaciones más fraternas.
En ese proceso les acompañó Jorge Cela S.J., quien les acogió, animó y fue el miembro más entusiasta de aquel grupito de soñadores. Jorge acompañó el diseño de un ciclo de formación de voluntarios que busca descifrar los códigos de esta sociedad que tienden a invisibilizar a los más pobres y cuestionar los comportamientos que generan exclusión y situaciones de injusticia, para entonces poder hacernos cargo de la realidad y transformarla, cambiando primero nosotros mismos.
Así nació el Servicio de Voluntariado Ignaciano de la República Dominicana, SERVIR-D, que este 1 de diciembre ha cumplido sus 19 años proporcionando un espacio para formar y unir a quienes quieren vivir de manera más compasiva, justa y solidaria. Desde sus inicios, ha sido también un puente entre organizaciones y personas que tienen el deseo de encontrarse, una ventana para mostrar la realidad como es, con sus dones y necesidades, con sus fortalezas y fragilidades, para que podamos construirla como la deseamos. También ha acompañado y alentado el deseo de las principales empresas del país de tener un voluntariado corporativo, y en muchos casos ha hecho nacer en algunos colegios y escuelas, en organizaciones sin fines de lucro y en otros voluntariados, el deseo de impulsar una ciudadanía responsable que haga de la solidaridad no solo un acto de caridad, sino también un reclamo de justicia y derecho en favor de las personas más vulnerables.
Para SERVIR-D, el voluntariado no solo es cosa de dedicar unas horas al mes, o de recaudar dinero para atender las urgencias que producen las injusticias, las malas políticas públicas o el cambio climático; su propuesta propone un itinerario para ensanchar la mirada, para mirarse uno mismo y encontrar en los propios sueños y deseos, razones para entrar en las vidas de los demás con el fin de mejorarlas.
Por eso, las distintas maneras de voluntariado que propone SERVIR-D son tan ricas y profundas como las maneras de amar de las personas. “Buscar en todo amar y servir”, desafía el deseo y lo expande. Transformar el país en un lugar más fraterno, justo y solidario no se reduce a determinadas acciones, a ciertos resultados o realizaciones, tampoco cabe en una tabla de Excel. Hacer de la República Dominicana un mejor lugar es estar disponible para los más débiles, acompañándolos y aprendiendo de ellos. También es perdonar y ser compasivo. Es compartir lo que se nos ha dado y muchísimas veces, es sencillamente escuchar.
Hacerlo a la manera de los voluntarios, sacrificando tiempo y comodidades para que otros “tengan vida, y una vida en abundancia,” es también saber que no hace falta tener muchos años para dejar tras nuestro paso por este mundo, una huella de bondad en la memoria de otros.
El próximo 5 de diciembre se celebra, entre otras cosas, el Dia Internacional del Voluntariado y mi cumpleaños. Me parece una coincidencia preciosa que ese día mis amigos y familiares me desearán que sea feliz, que tenga salud, que celebre la vida. Me desearán lo que en el fondo de sus corazones quieren para ellos. Y, de alguna manera, eso también es servir: desear y hacer posible para el otro, el presente y el futuro que uno quiere para sí mismo.