No puedo pasarlo por alto, no puedo ignorar lo que significa, me es imposible no decir nada. “Adventus”, palabra latina que significa “venida”, y para quienes somos creyentes, se trata entonces del tiempo de preparación y celebración de la venida de Jesucristo, el nazareno, el que reunió a los 12 y habló en parábolas, el apresado y luego crucificado, el que resucitó de entre los muertos y nos dejó la esperanza. De eso se trata, de Aquel que cambió la historia por un antes y un después.

No resulta sencillo y mucho menos simple hablar de Él, ni siquiera para aquellos que le siguen y le estudian. No nació en cuna de oro, sino en un pesebre y, por supuesto, mucho menos en una gran mansión, sino en un establo, acunado en paja y heno; no fue de un vientre de reina, como tampoco de princesa, sino de una mujer joven y sencilla que llamaban María, desposada con José, hijo de Jacob, quien la tomó consigo hasta que dio a luz a un hijo, a quien puso por nombre Jesús. (Mt. 1, 25)[1].

Su nacimiento y parte de su niñez la vivió, junto a su madre y su padre, huyendo de la cólera de Herodes, al sentirse burlado por los magos, cumpliéndose así las profecías de Jeremías.

Pero llegó el tiempo de su bautizo por Juan, el bautista, que negándose a ello le dijo: “Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y vienes donde mí?, a lo que él respondió: “Deja ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia”. (Mt. 3, 13-15).

Vivió las tentaciones propias de los humanos, las que enfrentó, venció y siguió adelante. (Mt. 4, 1-11). Nos ofreció las bienaventuranzas como estilo de vida: pues los pobres de espíritu, los humildes, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz y los perseguidos por la causa de la justicia, pues ellos poseerán en herencia la tierra, serán consolados, serán saciados, alcanzarán misericordia, ellos verán a Dios, serán llamados hijos de Dios, y de ellos es el Reino de los Cielos. (Mt. 5, 1-12).

Ése es el sentido de la Navidad, que nos hace “sal de la tierra” y “luz del mundo”, ofreciéndonos la justicia nueva superior a la antigua centrada en el No, por aquella centrada en el amor, pues “si solo amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener?”. “Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen lo mismo también los paganos?”. Nos recordó, por lo demás, “que donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón”.

Adviento, tiempo de preparación para el nacimiento, hoy el renacimiento, pero también más tarde, para resurrección luego del martirio y la muerte, tiempo de recuperación del amor, “y no te digo hasta siete veces, sino hasta siete veces siete” (Mt. 18, 21) y en todas sus manifestaciones, pues el amor es único.

Como toda obra de arte tiene el contenido de quien la disfruta y la interpreta, les ofrezco la canción de Pablo Milanés, El amor de mi vida, que nos coloca precisamente ante la palabra y el gesto de amor: (844) El Amor De Mi Vida/Pablo Milanes – YouTube

Te negaré tres veces,

Antes de que llegue el alba.

Me fundiré en la noche

donde me aguarda la nada.

Me perderé en la angustia

de buscarme y no encontrarme.

Te encontraré en la luz

que se me esconde tras el alma.

Desandaré caminos

sin sandalias como muros.

Recorreré los cuerpos,

desolados sin futuro.

Destruiré los mitos

que he formado uno a uno.

Y pensaré en tu amor,

este amor nuestro, vivo y puro.

Te veo sonreír,

sin lamentarte de una herida.

Cuando me vi partir,

pensé que no tendrías vida.

¿Qué gloria te tocó?

¿Qué ángel de amor que ha renacido?

¿Qué milagro se dio

cuando el amor volvía a tu nido?

¿Qué puedo hacer?,

quiero saber qué me atormenta en mi interior.

Si es el dolor que empieza a ser

miedo a perder lo que sé, amor.

Te veo sonreír

sin lamentarte de una herida.

Cuando me vi partir

pensé que no tendrías vida.

¿Qué gloria me tocó?

¿Qué ángel de amor que ha renacido?

¿Qué milagro se dio, cuando el amor volvía a tu nido?

¿Qué puedo hacer?,

quiero saber qué me atormenta en mi interior

Si es el dolor que empieza a ser

miedo a perder lo que sé,

Amor…

Serás que eres el amor de mi vida.

 

Es tiempo de adviento, de celebración de la llegada de Áquel que ofreció su vida por la nuestra… cuántas veces no quedamos atrapados, a la espera. Sí, es tiempo de alegría, pero también de compromiso, de compromiso con esa palabra de invitación al amor y, de esa manera, apostar por la construcción, en el día a día, del cielo y la tierra nueva que aspiramos y soñamos.

[1] Biblia de Jerusalén. (2019). Desclée De Brouwer. Quinta Edición. Revisada y aumentada.