Por difícil resulte en el momento, los errores más fáciles de denunciar y corregir son los propios. El orgullo y la falta de convicción nos pueden traicionar y en ocasiones presentamos disculpas vacías que no buscan la solución del problema sino de la consecuencia que se deriva del mismo. Por difícil que sea, si somos fuertes y tenemos confianza (en nosotros mismos, en los demás, en los lazos que nos unen), si sabemos que nuestras buenas intenciones tienen valor y que hemos tratado de actuar en consecuencia, equivocarse puede concebirse como una consecuencia natural de haberse involucrado en un proyecto y lo importante es reaccionar con rapidez, atender la situación y aprender del error.

Eso fue lo que hicieron todos los involucrados en el error del año 2017 de los premios óscars cuando por unos minutos se atribuyó el premio de la mejor película a la obra equivocada.  Lectores de la categoría, presentador general y, en menos de media hora, hasta la propia empresa encargada de la contabilidad de los votos, asumieron su participación en el error y en breves palabras remediaron la situación.

Denunciar y corregir un error colectivo donde tenemos una participación individual puede ser más difícil por la misma razón: la tentación de evitarnos la consecuencia puede ser más fuerte que la genuina búsqueda del bien.  La denuncia puede hacerse no para corregir sino, simplemente, para sentir cierta superioridad moral con respecto al hecho: “Yo alerté, yo no tengo nada que ver”.

En Estados Unidos la visibilidad de la figura del denunciante (“whistleblower”) es importante. Está el sistema legal que permite reducción de castigo si se colabora con la denuncia, pero hay casos genuinos de personas que denuncian porque tienen confianza de que sus declaraciones detonen acciones que el sistema de penal o legislativo puedan corregir

Fue el caso de Kathryn Bolkovac, la mujer cuyas experiencias sirvieron de base para la película “The whistle blower” (2010). Ella estaba asignada a la reconstrucción civil de Bosnia y al encontrarse con una red de tráfico sexual lanzó una alerta tan grande que hasta se convirtió en producto cultural. Es posible que sus acciones solo hayan servido para ese caso en específico, pero fueron una alerta para el sistema en general.

En el 2013, un hombre que se preparaba para ser denunciante contactó por mensajes encriptados a Laura Poitras y por ahí  el mundo pudo ver “Citizen 4”un documental ganador de Óscar así como leer la serie de artículos de Glen Greenwald en “The Guardian” sobre el tema.  Esos fueron esfuerzos de parte del denunciante por lograr que su perspectiva fuese tenida en cuenta más allá de su caso particular.

Lamentablemente, también hay gente capaz de hacer pública la identificación de errores nada más que para sacar un provecho pecunario del ejercicio, sin ningún interés de corregir la situación. Estas son las miles de memorias y de “exposés” que se encuentran en librerías y hasta en películas. Nuevamente en el cine tenemos un ejemplo. “The Great Hack” (“Nada es secreto” en algunos mercados) presenta la visión de una figura bastante importante en el uso de los datos personales para afectar las elecciones presidenciales de los Estados Unidos en el año 2016 y que parece haber haber ofrecido su testimonio más que nada para sacar provecho de la situación.