El próximo 24 de febrero se cumplirá un año de los primeros ataques aéreos de Rusia a Ucrania, ataques que han tenido repercusiones negativas sobre todo para los países involucrados y para Europa, que ve amenazada su seguridad energética.
En la mayoría de América Latina la incidencia es potencialmente menor puesto que, más que a la matriz energética, estos hechos afectan directamente al suministro de papel y cereales y solo indirectamente el comportamiento de la economía de la región. Claro, sin mencionar Venezuela, que ha visto mejorados sus lazos de intercambio de petróleo con los EEUU, así como la ilusión de que el conflicto signifique menos apoyo de Putin al gobierno de Nicolás Maduro, al punto que la multitud se atrevió a abuchearlo de manera masiva en un estadio deportivo algo hasta ahora inusitado.
Vistas desde aquí, las razones del conflicto son difusas y un tanto inexplicables, sobre todo porque históricamente ha habido ocasiones de gran colaboración entre rusos y ucranianos, historias que nos ofrecen demostraciones de la capacidad de convivencia de ambas entidades desde antes de la existencia de la Unión Soviética (1922-1991), que a menudo se menciona como raíz de la dificultad actual.
Por ejemplo, la vida de Ilya Mechnikov (a veces escrito como Élie Metchnikoff, porque al final de su vida trabajó en el Instituto Pasteur, en París), uno de los nueve hijos de un militar ruso nacido en 1845 en la ciudad de Járkov y durante unos años profesor de la universidad de Odessa, territorios ambos que forman parte de la actual Ucrania. Este investigador en ciencias naturales recibió el premio Nobel en Medicina en el año 1908 (junto a otro investigador, pero alemán, Paul Ehlrich) por los avances logrados en el terreno de la inmunología.
A pesar de ese reconocimiento que data de hace más de un siglo, ha sido en el siglo XXI cuando la comunidad científica hace mayor uso de sus escritos. En su trayectoria profesional, después de centrarse en Odessa, colaboró con científicos alemanes, italianos y finalmente franceses, confiriéndole a su labor un carácter eminentemente internacional. Pero no solo en la práctica, sino también en la reflexión misma, manifestó convicciones filosóficas sobre la naturaleza humana y el sentido de la vida, que, aun reconociendo el carácter fallido de los intentos de las diferentes trayectorias, reconocía como lo más importante la colaboración como especie, no como representantes de individualidades. A este respecto, en el momento actual Juan Luis Arsuaga, un paleoantropólogo español nacido en 1954, propone sobre la base de investigaciones más modernas a misma idea de que el éxito de la especie humana se basa en la colaboración. Así como los científicos han vuelto a valorar los esfuerzos de Mechnikov, quizás los descendientes de quienes fueron sus compatriotas puedan inspirarse de su ejemplo en el terreno sociopolítico.