Hace unos días atrás nos comentó una amiga a varios que nos encontrábamos reunidos como matrimonios, el resultado de una pregunta que le realizó a 41 estudiantes en la escuela donde labora.
La pregunta que responder se trataba acerca de la opinión que ellos tenían sobre su familia, es decir cómo veían a sus padres o tutores con la que ellos conviven; y las respuestas de 40 de ellos fueron diversas, preocupantes y de alertas a la sociedad, ya que desnudaron el interior de sus familias exponiendo con un lenguaje fuerte, llano y claro, las realidades muy crudas por las que están pasando o viviendo.
Estas se debieron a la ausencia o el trato de algunos de sus padres o tutores, vacíos por la falta de afectividad y tiempo, maltratos, muestras de odios y resentimientos, rebeldías acumuladas por el estado de violencia de su hogar, agresiones y abusos, entre otras expresiones en donde se reflejaba el rostro triste del dolor. Solo un (1) estudiante hablo de manera favorable de su ambiente familiar, vale decir de sus padres.
Esta muestra constituye un termómetro de la descomposición o crisis que está padeciendo la familia, como célula fundamental de la sociedad.
Sabemos que esto que estamos planteando, se ha venido discutiendo, hay muchos escritos al respecto, pero el problema no es solamente hablarlo o escribirlo, va más allá; de lo que se trata es de tomar acciones muy concretas en todo el orden y de manera integral, para que ese deterioro no profundice en un problema mayor llamado: la deshumanización.
Ahora cabe preguntarnos ¿por dónde empezar? Y la contesta es muy simple por ti, por mí, por nosotros, asumiendo cada uno el compromiso individual, colectivo y transformador del cambio. Es que, para construir mejores sociedades, es necesario la construcción de mejores personas. Y esas personas que requiere la sociedad, que procura el cambio, emanan y se forman en el seno de una familia.
Por lo que, ese cambio para lograrlo es deber en cada uno de nosotros, el propiciar un ejercicio sincero de reconocimiento interior, que nos lleve a identificar aquellas cosas que dentro de sí deben ser restauradas, porque para transformar se debe partir de su vivo ejemplo.
Logrado esto con esfuerzo y perseverancia, entonces nos lanzamos decididamente a la misión expresa de trabajar el interior de la familia, empezando a conquistar el perdón en aquellos miembros o integrantes que hemos lastimado con nuestras actitudes, posturas, descuidos, expresiones o palabras hirientes.
Para alcanzar ese perdón y reconciliación, es necesario una actitud valiente y humilde de dar el primer paso para hacer feliz a los demás; para esto debemos convertirnos en sembradores de las semillas del amor, siendo cuidadosos y prudentes con nuestros actos, gestos, sonrisas, miradas, palabras, escucha, atención, en fin, con todos los detalles posibles que hagan de la familia un hermoso y reluciente jardín.
De manera que, es importante al finalizar este mensaje que reflexionemos juntos, haciendo uso del termómetro familiar lo siguiente: ¿Que piensa o qué opinión tiene tu familia de ti?