Ciberpolítica: Vigilancia malévola
La propagación de las teorías de la conspiración arropa al mundo cibernético, porque en este predominan más los sujetos cibermonigotes, chabacanos y light que tienen poca formación y montones de información, viven infoxicados, dado que no tienen la capacidad de procesar y sistematizar de manera crítica y analítica tales informaciones. No poseen un conocimiento que valga la pena, pues quedan atrapado en la ignorancia. Son caldo de cultivo de la desinformación, de la posverdad y de todas esas teorías que viven sembrando desconfianza, miedo, escepticismo en la mayoría de los sujetos cibernéticos que se nutren en las redes sociales y en cada rincón del ciberespacio de contenido poco confiable.
En estos tiempos cibernéticos y transidos de hiperconectividad e información instantánea masiva, estas teorías de la conspiración se han ido construyendo en el cibermundo, porque este permite el acceso a múltiples fuentes de información, la cual luego se viralizan a través de diferentes comunidades virtuales.
Las teorías de la conspiración más significativas se originaron principalmente en la última década del siglo XX y a principios de la primera década del siglo XXI. Sin embargo, su proliferación se aceleró drásticamente con el advenimiento de la inteligencia artificial (IA) en la tercera década. Estas teorías están intrínsecamente vinculadas al ciberespacio y a la rápida expansión de la IA.
Dentro de este contexto, las creencias relacionadas con sabotajes, hackeos electorales y vigilancia global malévola no solo forman parte de los oscuros rincones del ciberespacio, sino también se entrelazan con movimientos políticos. Estos movimientos, al percibir que pueden influir en una población electoral específica, utilizan estas ideas para seducir y manipular a la opinión pública. A veces, incluso las asumen de manera práctica para demostrar que hubo sabotaje o intento de este.
El filósofo e investigador de filosofía política y de inteligencia artificial, Daniel Innerarity, explica en su libro “Política para perplejos” (2018) que buena parte del éxito y multiplicación de las teorías de la conspiración se debe al aumento de situaciones que generan ansiedad, como el terrorismo internacional, las catástrofes ecológicas, la disolución del vínculo social, la inseguridad creciente en el mercado laboral y la pérdida de confianza en las autoridades y los expertos. Aunque algunas de estas explicaciones puedan parecer delirantes, sin embargo “sirven para dar sentido a las cosas tan disparatadas y desconcertantes que suceden en un mundo caótico e inestable, donde todo parece posible, incluso lo peor” (p. 28)
Lo expuesto por Innerarity me trae a la memoria algunas reflexiones sobre teorías de la conspiración que escribí cuando vivía en la ciudad de Nueva York en la década de los noventa del siglo XX. En mi columna sobre temas ciberespaciales para el desaparecido periódico dominicano El Siglo, llegué a explicar, a mediados del año 1999, que el llamado error del milenio o Y2K forma parte de una teoría de la conspiración. Supuestamente, los sistemas informáticos del cibermundo no procesarían correctamente la fecha del cambio de siglo (de 1999 al 2000) y causarían una hecatombe mundial. Se difundió por el ciberespacio que el sistema de las computadoras no estaba preparado para interpretar los dígitos 00 como 1900.
Se propagó la idea de que este evento provocaría caos y pánico en los sistemas de transporte aéreo, terrestre y marítimo. Además, se afirmaba que colapsaría el sistema de información y comunicación de todas las entidades, especialmente afectando a los hospitales y los bancos financieros. Incluso se llegó a especular que los sistemas nucleares atómicos se paralizarían y que toda la información se borraría, llevando al colapso total de la civilización humana.
Recuerdo cómo los supermercados se vaciaban, ya que las multitudes de personas compraban de manera compulsiva. En las ferreterías, los focos, las pilas, los clavos y las cintas adhesivas se agotaban en cuestión de segundos. Todo esto, ocurría debido al temor al error del milenio, que se creía que desencadenaría un supuesto Apocalipsis.
Para ese entonces, afirmaba que ese giro digital del sistema de las computadoras se había resuelto hacía tiempo y que, si en la República Dominicana había algún corte cibernético, debían buscarlo en la falla de la energía eléctrica, donde realmente podría haber un apagón, y no en la supuesta teoría del error del milenio.
Luego de dos años de este acontecimiento, se produjo el atentado del 11 de septiembre2001 contra Estados Unidos, donde el mundo llegó a presenciar en tiempo real el derrumbe del World Trade Center. En el ciberespacio se difundió que fue una operación orquestada por un sector poderoso de los Estados Unidos. Esta teoría de la conspiración sobre el derrumbe de la Torres Gemelas sigue en el imaginario de muchos ilusos que siguen creyendo que tal cosa fue planificada por cierto sector de poder norteamericano que se encuentran como fuerza oculta en su estructura Imperial.
Dejando entrever que tal suceso es imposible, que esto fue un plan macabro del poder norteamericano. Tal enfoque sitúa al poder norteamericano como invencible, sin fisura en su política de seguridad y ciberseguridad y que por lo tanto no hay manera de que se le escape una.
Para estos conspiracionistas, los norteamericanos son la historia que recorre el camino absoluto hacia la divinidad, por lo que su poder es una fortaleza en espiral ascendente, no decadente, un poder absoluto que se contempla a sí mismo como autorrealización histórica. El espíritu hegeliano de la historia les queda corto.
Otra teoría de la conspiración gira en torno a la Covid 19, pues algunos afirman que fue un virus que se inventó en un laboratorio chino para acabar con media humanidad o que el poder norteamericano se encuentra detrás de este. Lo mismo sucedió con la vacuna para combatir el referido virus.
Con relación a la teoría de la conspiración del virus, expliqué en este periódico cómo dicha teoría se estaba desvaneciendo, ya que una red de tecnocientíficos, expertos de distintos países, que encabezó el infectólogo Kristian Andersen, determinó que no hubo una premeditación en la creación de la pandemia y que la COVID-19 tiene su origen natural y no sintético, que en muchos de los casos viene de animales como el pangolín o el murciélago. De esta manera queda derrumbada la teoría de conspiración que inundó el ciberespacio de bulos y de noticias falsas.
(Ver: https://acento.com.do/opinion/la-humanidad-contagiada-por-un-cibervirus-sintetico-1-2-8804977.html, y mi texto: Cibermundo transido guerra y ciberguerra, enredos grises de pandemia y pospandemia (2023).
Las teorías de la conspiración se basan en presupuestos ideológicos, que no se pueden examinar desde una perspectiva marxista simplista. Esta perspectiva considera la ideología como un sistema de representación que engaña a las masas sobre la realidad social. Sin embargo, las teorías de la conspiración no son solo un rechazo irracional de los hechos establecidos, sino que también tienen una pretensión de veracidad. Para ello, recurren a argumentos o narrativas que parecen coherentes y racionales, pero que en realidad son absurdos e ilógicos.
La IA es un software virtual que no busca destruir la humanidad, sino resolver problemas y mejorar la calidad de vida. Sin embargo, este tipo de inteligencia tiene limitaciones y riesgos inimaginables, como el de una guerra inteligente o una ciberguerra planetaria entre la OTAN, Rusia, China, Corea del Norte, etc.
La desinformación, impulsada por la inteligencia artificial, se ha infiltrado en los procesos electorales, erosionando gradualmente la capacidad de los sujetos cibernéticos para tomar decisiones en asuntos políticos y en la vida cotidiana. Aunque algunos puedan considerarlo una conspiración, en realidad es parte de una lucha de poderes en el ciberespacio. Empresas cibermillonarias y los sistemas de ciberseguridad de las naciones más poderosas lideran esta batalla. El control y la concentración del conocimiento y la mente de quienes habitamos el cibermundo están en juego. Nos vemos atrapados en un ciclo recursivo, abrumados por la avalancha constante de información.
Sin embargo, estos entramados de IA también ofrecen oportunidades y potencialidades. La inteligencia o la falta de ella en cada individuo determina su papel en esta relación de poder. Desde los hábiles hackers (jaquers) hasta los educadores ciberpolíticos, pasando por los ciberdelincuentes, los ciberperiodistas y los consumidores de la ciber basura, cada uno navega en el cibermundo con estrategias distintas. Así, la tipología de sujetos cibernéticos se diversifica, y cada uno deja su huella en este vasto y complejo entorno digital
Cualquier giro que se le dé a la IA dependerá de los sujetos cibernéticos que están involucrados en ella, que son sus diseñadores. Este software inteligente por sí mismo no puede salirse de control. Es inteligente por sí solo en el sistema recursivo que se diseñó, por ejemplo, un sistema inteligente (microrobot) que ha sido diseñado para limpiar el piso de la casa, no se saldrá de control, ni mediante un proceso de aprendizaje recursivo, que consiste en hacerlo mejor y con eficacia. No es verdad que de repente este se averíe y me clausure el portón eléctrico o me esconda la llave y no me deje salir en el vehículo.
Por tal motivo, no podemos despachar estas teorías sino como descabelladas, más, cuando de esta brotan escritos y textos, como el de “Manifiesto Conspiracionista” (2022), el que es de circulación anónima y que dice que vivimos bajo una vigilancia malévola, por parte de una élite global sin rostro y escondida tras la sombra del orden mundial: “El conspiracionismo consecuente, el que no es un mero adorno de la impotencia, llega a la conclusión de que es necesario conspirar, porque lo que tenemos en frente parece completamente decidido a aplastarnos” (p.12).
¿Habrá conspiracionismo consecuente? Espere la otra entrega.