Un paseo por la Zona Colonial, considerado como uno de los lugares con gran atractivo turístico de la periferia, ha generado cierta preocupación en mí, pues pude notar ciertos elementos que pueden propiciar o estimular el desarrollo de comportamientos desviados y potencializar delitos más graves. Pude observar varias paredes con grafitis, basura, casas en estado de abandono, entre otros.

Como consecuencia de esto, pretendo analizar la teoría de las ventanas rotas que surge de un experimento desarrollado por Phillipe Zambrano en el año 1969. El mismo consistió en abandonar un coche en el barrio del Bronx, una de las zonas más conflictivas de la época. Lo que se observó fue que al cabo de diez minutos fue desvalijado, y, posteriormente, destrozado. Para fines de comparación, se colocó otro coche en Palo Alto, una ciudad de prestigio, observando que el coche se mantuvo tal cual durante una semana. Por tanto, el investigador decide romper una ventana, favoreciendo que el mismo fuera destrozado por habitantes de dicha zona.

Esta teoría es elaborada por Wilson y Kelling en el año 1982, ante el auge de la criminalidad, los autores presentan una propuesta más práctica para entender la criminalidad. En este sentido, señala Buil Gil (2016), lo siguiente: “dicha teoría trata de vincular, a través de mecanismos causales, el desorden urbano y la criminalidad, teorizando un círculo vicioso por el cual algunos comportamientos meramente indeseados o desviados, como lo pueden ser tirar basura a las calles, orinar en la vía pública, pedir limosna, beber alcohol en el espacio urbano, pintar grafitis o realizar otras infracciones menores, pueden llevar a un deterioro de los controles comunitarios y de la vigilancia informal en el lugar, lo que devendrá en un mayor comportamiento delictivo (Harcourt, 1998, p. 302).”

Señalan Garrido y Redondo (2013), “según Sousa y Kelling (…) las ocho ideas centrales de la teoría de las ventanas rotas serían las siguientes:

  1. Desorden y miedo al delito están estrechamente relacionados.
  2. La policía (con sus actuaciones y prácticas) suele “negociar” las reglas que rigen el funcionamiento de la calle, “negociando” en la que también estarían implicadas las “personas asiduas de la calle” (ciudadanos corrientes, mendigos, prostitutas, vendedores de drogas…).
  3. Barrios distintos se rigen por reglas de la calle diferentes.
  4. Un desorden urbano desatendido e irresuelto suele llevar a la ruptura de los controles comunitarios.
  5. Las áreas en que se quiebran los controles comunitarios son más vulnerables a ser invadidas por actividades delictivas y por delincuentes.
  6. La esencial del rol policial para mantener el orden debe orientarse a reforzar los mecanismos comunitarios de control informal.
  7. Los problemas en una calle, barrio, etc., no suelen ser tanto el resultado de personas problemáticas individuales cuanto del hecho de que se congreguen en un lugar múltiples individuos problemáticos.
  8. Diferentes barrios cuentan con capacidades distintas para manejar del desorden.”

El círculo vicioso presentado dentro del marco de dicha teoría establecería que la desorganización social (basura, ventanas rotas, grafiti, prostitución, venta de drogas), llevaría a un aumento de la ansiedad, por tanto, menos actividad en la calle, menos vigilancia y control informal, lo cual resultaría en más oportunidad para delinquir. (Garrido y Redondo, 2013).

Se establece que, a pesar de que esta teoría asume postulados de las teorías de control, desorganización social y de la oportunidad, según Buil Gil (2016) “en el plano aplicado logró un gran seguimiento y fue ampliamente empleado por las administraciones públicas en el desarrollo de programas de prevención de la criminalidad.”

Esta teoría se centra en el análisis de cómo del deterioro del ambiente mediante el abandono, la suciedad, entre otros factores, influía en el comportamiento delictivo. Básicamente, va más allá del estudio del delincuente para enfocarse en el ambiente, asumiendo postulados de teorías como el control y desorganización social, que establece que mediante la modificación del ambiente podemos prevenir la delincuencia. En tanto el espacio no cuente con el debido mantenimiento y se dejen zonas en abandono, se crean las condiciones para la aparición de conductas desviadas y delictivas, desplazando de este modo, la vigilancia de la comunidad.

En síntesis, y atendiendo a la problemática inicialmente tratada, entendemos que es vital la creación de programas de prevención del delito atendiendo al acondicionamiento del espacio y del entorno, lo cual favoreceré la vigilancia de la comunidad a través del control social informal, y tenderá a mitigar aquellos elementos que inciten la conducta desviada derivando en conductas delictivas más graves.