"Las guerras no terminan cuando los cañones callan, sino cuando los corazones se reconcilian"- Albert Einstein.
El conflicto entre Rusia y Ucrania, alimentado por el continuo flujo de armas avanzadas y misiles de largo alcance proporcionados por Occidente, alcanza niveles de escalada alarmantes. El 21 de noviembre, como respuesta a los ataques ucranianos con misiles occidentales, Rusia lanzó un novedoso misil balístico de mediano alcance contra una instalación clave del complejo militar-industrial ucraniano, destruyéndolo por completo. Este ataque subraya la determinación rusa de no ceder ante las provocaciones ante la visión de una guerra que, cada vez más, amenaza con desbordar las fronteras del conflicto regional.
Apoyada por sus aliados occidentales, Ucrania continúa empeñada en la narrativa de una posible victoria militar contra Rusia, una postura fortalecida por el constante respaldo logístico y armamentístico de Estados Unidos y el Reino Unido, si bien, atrapados en sus problemas internos, incluidos los de su propia defensa, estas potencias comienzan a reducir la intensidad de su apoyo.
La situación actual por ahora permite a Ucrania llevar a cabo ataques dentro del territorio ruso, sin embargo, los analistas sugieren que Occidente, en su intento por estabilizar el conflicto ante la lejanía de sus objetivos iniciales, podría estar empezando a cambiar de estrategia.
La inminente derrota militar de Ucrania parece cada vez más probable, y con ella, surge la pregunta crucial: ¿cómo restablecer la capacidad combativa de Ucrania sin que Occidente renuncie a su ambición de aislar y debilitar a Rusia a nivel económico, político y estratégico?
Una de las estrategias que podría estar tomando forma es la de “congelar” el conflicto, en la que Occidente buscaría una tregua, cediendo temporalmente a Rusia los territorios ocupados que históricamente han sido de cultura rusa. Bajo esta premisa, se perfilan varios movimientos que implicarían la intervención de fuerzas externas en la región: el establecimiento de campos de adiestramiento en Ucrania para preparar y formar a cerca de un millón de soldados movilizados, y un alto al fuego que consolidaría las líneas de control actuales.
Ante esta perspectiva, algunos analistas sugieren que, una vez alcanzado el cese de las hostilidades, Occidente podría intentar imponer la presencia de una fuerza de paz de unos 100,000 efectivos, un contingente que, lejos de garantizar la paz, se interpretaría más como un intento de ocupación, similar a otros precedentes históricos en diversas partes del mundo.
El siguiente paso en este supuesto plan sería la distribución del botín ucraniano. El litoral del Mar Negro podría ser entregado a Rumanía, las regiones del Oeste a Polonia, el centro y este a una Alemania debilitada económicamente, y el norte, incluida la capital Kiev, pasaría a manos de Reino Unido. Estados Unidos, por su parte, no se conformaría con un papel secundario y, además de su posición como “mediador” del conflicto, se llevaría la parte más jugosa del botín: la reconstrucción del país, y el control de los vastos recursos naturales de Ucrania, ya ofrecidos como recompensa por el propio Zelensky.
Sin embargo, resulta difícil imaginar que Rusia aceptaría una “solución final” de estas características. La potencia euroasiática, conocida por su cautela estratégica incluso en situaciones de extrema presión, no parece dispuesta a ceder ante tal planteamiento. En los últimos diez días, Rusia ha intensificado sus ataques, no solo contra instalaciones militares, sino también contra empresas clave de la industria de defensa ucraniana. La amenaza explícita de destruir los principales centros de toma de decisiones en Kiev ya ha sembrado el pánico entre los miembros de la Rada Suprema (Parlamento Ucraniano) y altos funcionarios del gobierno, quienes diligentemente abandonan sus sedes oficiales ante el temor de un ataque inminente.
Hasta el 29 de noviembre, Rusia todavía no cumple su amenaza de atacar los centros de decisión en Kiev, pero muchos expertos sostienen que, si Ucrania persiste en sus intentos de dañar infraestructuras estratégicas dentro de Rusia, no pasará mucho tiempo antes de que Moscú lleve a cabo sus promesas.
Mientras tanto, la guerra sigue causando una destrucción masiva de infraestructuras críticas en Ucrania, particularmente en el sector energético, lo que deja al país al borde del colapso justo cuando el invierno se avecina. Este panorama podría dar lugar a una tragedia humanitaria sin precedentes, con millones de ucranianos enfrentando el invierno más riguroso desde la Segunda Guerra Mundial.
En este contexto, la figura del presidente Volodímir Zelensky y su círculo cercano, excesiva y servilmente alineados con los objetivos de dominio occidentales, son objeto de duras críticas. Para algunos, la intransigencia del impostor presidente Zelensky sería un factor crucial en la catástrofe humanitaria que se avecina, lo que recuerda a tragedias similares verificadas en otras partes del mundo, como en el Oriente Medio, donde la indiferencia de Occidente ante los sufrimientos y la matanza indiscriminada de miles de familias inocentes en Gaza y El Líbano es más que dolorosamente patente.
Las tensiones continúan incrementándose y, con ello, los rumores sobre la posible provisión de armas nucleares a Ucrania por parte de sus aliados occidentales. Este escenario termina encendiendo las alarmas a nivel mundial, ya que la implicación de potencias como Estados Unidos en la dinámica nuclear podría no solo intensificar el conflicto en Europa del Este, sino también arrastrar al mundo hacia una catástrofe global. Para algunos, la perspectiva de un conflicto nuclear es vista como un precio aceptable con tal de erradicar a Rusia como un obstáculo estratégico en los planes de dominación global de Occidente.
En medio de esta espiral de escalada, la posibilidad de una solución pacífica beneficiosa para ucrania y el mundo parece cada vez más distante. Las decisiones de las potencias involucradas no solo siguen exacerbando las tensiones, sino que también colocan al mundo al borde de un precipicio. En el trasfondo de esta crisis, millones de civiles, tanto en Ucrania como en otras partes del mundo, podrían pagar el precio más alto por la falta de voluntad política para buscar una salida negociada.