El prócer estadounidense Reverendo Martin Luther King, asesinado en el mes de abril del año 1968, entre sus muchos aportes a la humanidad, en la culminación de una marcha que llevó a más de un millón de personas a la capital estadounidense, hizo un discurso memorable que trasciende el tiempo, al que titularon ¨Tengo un sueño¨.

 

Guardando las distancias, y el tamaño del personaje que sirve de introito a esta inquietud, yo también lo tengo, y es simplemente que nuestra sociedad se dirija hacia un desarrollo real y sostenido, fundamentado en la igualdad de la ley para todos, y sobre todo, en la posibilidad de acceder a la educación y salud de manera igualitaria.

 

Esto ha sido posible en sociedades que han sido objeto de guerras, desastres naturales y conflagraciones mundiales, porque no podría serlo en nuestra amada tierra, donde hasta en el asfalto crece la vegetación verde y sana.

 

Este sueño viene aparejado de la posibilidad cierta, del manejo de miles de millones de pesos que el gobierno dominicano, despilfarra a manos llenas en una carrera desenfrenada hacia la publicidad y el adoctrinamiento, el cual se ha elevado a niveles groseros, y que constituyen un sumidero incierto de recursos que pueden ser utilizados para el real desarrollo y no para vender la apariencia de una mejora, quizás, real o no.

 

El gasto abusivo, sin control, pasmoso, ilimitado y sin regulación, en publicidad, es un virus maligno y pernicioso, en dos sentidos puntuales, el primero, porque su repartición se hace de manera medalaganaria e interesada en aquellos ¨pseudo periodistas¨ o determinados programas, a los que el gobierno les interesa mantener bajo su égida y control. Comprando su adhesión y apoyo, mediante pagos de cientos de miles de pesos mensuales, entre otras prebendas.

 

Estos pagos, en ¨publicidad gubernamental¨, aparentemente legítimos, devienen en sobornos velados, bobos para infantes que evitan el griterío y la crítica, así como  las denuncias y la constatación de aquello que está mal hecho, de negocios fraudulentos o de transacciones ilegales, a los que el poder está irremediablemente acostumbrado. Si me apoyas y te callas te doy publicidad, que se traduce en dinero, sino no.

 

Por otra parte, sirve de adoctrinamiento, sirve de opio social, de amortiguamiento de la realidad, estilo la doctrina Nazi, manejada por Joseph Goebbels, quien es el padre de esta forma de publicidad, constante, machacona y trepidante.

 

Al pueblo se le vende la versión del gobierno de lo bien que estamos, de lo mal que estuvimos, y de lo rubicundo que será el futuro, aunque en pleno siglo XXI se mueran bebes, inexplicablemente en una maternidad, o simplemente cuando se nubla, las calles se inunden por falta de un drenaje pluvial eficiente, las adolescentes paran a los trece, la juventud no tenga canchas donde hacer deportes, ni bibliotecas en sus barrios, y las mujeres abusadas tengan que hacer malabares para que no las maten.

 

Simplemente eliminar de un golpe y porrazo los gastos en publicidad gubernamental e imponer, como en países desarrollados, que los anuncios de interés del gobierno son gratuitos, como consecuencia de la titularidad del Estado de todas las concesiones de frecuencias que hacen posible la comunicación, constituiría un cambio plausible y un trampolín hacia el desarrollo real y sostenible.

 

Quitar el odioso financiamiento a los partidos políticos, que cuesta también miles de millones de pesos al erario, fusión de los ministerios de la Mujer, Juventud, con Conani y Conape, en un Ministerio de Familia, entre otras medidas urgentes y necesarias, impondrían la evidencia clara y contundente de que, en efecto, cambiamos.

 

Volcar todos estos recursos que se dilapidan, botan y sirven de caldo de cultivo a la corrupción, en desarrollo y proyectos redituables socialmente,  sería un sueño, pero practicable para la sociedad toda.

 

Seguiré soñando.