Como no tengo dinero, tengo mucho corazón, canta José Alfredo Jiménez en El hijo del pueblo. Un corazón que dejó de latir hace casi cincuenta años, el 23 de noviembre de 1973, pero cuyos ecos siguen vivos y nos hablan, supongo, desde ese abismo profundo y negro con el que comparaba a su suerte.

 

Su recuerdo sigue tan vivo que hasta en la luna se ha escuchado dicha canción. En efecto, el astronauta de origen mexicano José Hernández, la escogió para despertar a sus compañeros de «viaje», en una misión en la que participó en 2007. Así que esa ranchera que critica a la falsa sociedad, ya ha repiqueteado más allá de las estrellas, como las que quiso bajarle en un puño a su primera esposa Paloma Gálvez, cuantimás en la Plaza Garibaldi y su Catedral El Tenampa (al que otros irrespetuosamente llaman cantina), donde sus seguidores pululan como astros desastrosos y no se cansan de solicitar sus canciones ni de embriagarse de pena, de placer, de ambas…

 

Nació en Dolores Hidalgo, en el estado de Guanajuato, pero siendo aún niño y tras la muerte de su padre, se mudaron a la capital del país. La huesuda volvió a saludarlo (esta vez le quitó a un hermano) y por eso afirmaba que la vida no vale nada, que comienza siempre llorando y que así llorando se acaba. Hay quien asegura que Sartre llegó a las mismas conclusiones. Claro, sus razonamientos eran más rebuscados y además en francés. Esta melodía es, pese a todo, como un himno para la ciudad de León, también en Guanajuato…

 

No conoció el mar, pero sí todas las cantinas y tugurios de la ciudad de México y galaxias circunvecinas, desde donde concibió letras como la de El Siete Mares, ese marino que vaga por un amor ya casi muerto. En esas borracheras maratónicas solía acompañarlo Chavela Vargas, que con su aguardentosa sensualidad interpretaba aquella otra que hacía ruborizar a las damas de la liga de la decencia y que, según los rumores, le compuso a Lucha Villa por el puro gusto de amanecer entre sus brazos: Tú me querías decir, no sé qué cosa, pero callé tu boca con mis besos, y así pasaron muchas, muchas horas.

Sabemos que compuso un millar de canciones y que sus musas oscilaban entre el tequila y la mujer: «Ya no quiso quedarse, era el último brindis de un bohemio con una reina». Pienso también en la que fuera amante de Gustavo Díaz Ordaz y, sin temor a ese político malvado, aunque si con excesos de cursilería, le susurró: Si nos dejan, nos vamos a querer toda la vida… Toda la vida era mucho tiempo para un alma triste, para un desdichado en los amores, borracho y trovador, como él mismo se definía que, por cierto, nunca escuchó los consejos aburridos y solemnes del médico, que bebiera más agua y menos alcohol.

Yo compongo mis canciones pa’ que el pueblo me las cante, sentenciaba, pero si enumero a los cantantes que las han interpretado, el improbable lector se va a cansar: desde Pedro Infante hasta Luis Miguel; rockeros como Alex Lora y Joaquín Sabina y Maná y muchos más: Javier Solís y Lila Downs y Ramón Ayala y Vicente Fernández y Los Tigres del Norte y etcétera y etcétera.

El primer tema que le grabaron se llamaba egocéntricamente «Yo» (yo que tanto lloré por tus besos, hoy sólo puedo brindarte desprecios, yo, yo que tanto te quise en la vida), con el que convenció a Andrés Huesca, músico y productor influyente de entonces, al que conoció mientras trabajaba de mesero. Antes, cabe mencionar, dada su altura y gallardía, había parado balonazos en el arco, incluso de manera profesional con equipos ya extintos como el Marte o el Oviedo, pero prefirió dedicarse a la cantada, aunque, como se sabe, él nada sabía de composiciones ni de acordes musicales, para eso lo ayudaba Rubén Fuentes unas veces y los del Mariachi Vargas otras…

Cuentan que un día se escapó del hospital donde intentaban, vanamente, controlarle la cirrosis hepática para ir a ver a su hijo. Le dio un abrazote de cumpleaños, jugó un rato con él y demás. Luego pasó por Chavela y estuvieron un par de días en el área de terapia intensiva del Tenampa.

La rencorosa muerte no tardaría en abrazarlo, pero el de la Vargas fue más intenso, más doloroso, más auténtico. Tanto que, con la voz entrecortada por el alcohol y el llanto, insistía en no soltar el féretro de su amigo, el ídolo trágico de Guanajuato. De eso hace ya casi cincuenta años y como lo predijo: sigue siendo el rey…