¿Hay situaciones donde las personas humanas pierden su dignidad? ¿Debemos defender que los seres humanos son iguales? Estas preguntas cuestionan el carácter de incuestionabilidad y universalidad de principios éticos que han sido asumidos como supuestos universales en las sociedades occidentales. La aceptación irrebatible de estos temas forma parte de lo que Slavoj Žižek denomina “dogmas éticos” y que, a su juicio, constituyen un indicador del carácter saludable de las sociedades.

La idea de Žižek es que una sociedad éticamente desarrollada asume una serie de consensos sobre lo reprobable de ciertas prácticas morales como son la violación y la tortura. Una vez aceptamos que dichas acciones son antiéticas las asumimos como principios de conducta no sometibles al debate público. (https://elpais.com/ideas/2022-12-27/la-cancelacion-de-la-etica-por-que-la-exclusion-del-hombre-blanco-heterosexual-es-injustificable.html).

Amanda Mauri, investigadora de la London School of Economics, objeta la postura de que deberíamos eludir el cuestionamiento acerca de los principios que hemos asumido como referentes éticos. Para ella, socavamos la naturaleza democrática y critica de una sociedad si damos por supuesto ciertos principios éticos asumiéndolos acríticamente. No basta con asumir que la violación y la tortura son prácticas aborrecibles. Debemos justificar por qué estas acciones lo son. (https://elpais.com/opinion/2023-01-12/zizek-y-los-peligros-de-no-pensar.html).

Considero que la lectura de Žižek implica asumir que el debate critico de los fundamentos éticos es propio de una fase en el desarrollo histórico cultural de una sociedad donde se está produciendo un resquebrajamiento de las estructuras de poder. Pero, una vez se ha instaurado una nueva forma de ver el mundo, sustentada en nuevas estructuras económicas y sociales, los principios que requirieron una lucha contra el statu quo (la equidad de género, la igualdad racial, la diversidad sexual) pasan a formar parte del nuevo orden social como si siempre hubieran sido un componente del imaginario natural de las cosas.

El problema es que el desarrollo histórico no responde a un proceso lineal e irreversible de las ideas. Conocemos ejemplos de sociedades con supuestos bastante arraigados que luego han debatido la validez de estos principios en un escenario de grandes polarizaciones.

Además, aunque las nuevas ideas terminen institucionalizándose hasta el punto de ser motivo de un aparente consenso, las resistencias siempre están latentes como acontece, por ejemplo, con los prejuicios raciales.

En este sentido, la perspectiva de Amanda Mauri es recomendable como invitación o recordatorio del estado de alerta y de cuidado permanente que requieren las sociedades democráticas modernas en su lucha contra las distintas formas de autoritarismo y de barbarie.