Una característica de las transformaciones tecnológicas es que la incorporación de un nuevo artefacto facilita la realización de una actividad humana y, al mismo tiempo, nos hace perder habilidades relacionadas con esa acción.
El asunto está planteado desde los comienzos de la filosofía occidental. En el Fedro, Platón coloca en boca del personaje de Sócrates su preocupación por el impacto negativo que la escritura puede producir en la memoria y como fosilizaría el diálogo vivo de preguntas y respuestas.
El problema es retomado por la Dra. Carissa Véliz, profesora del Instituto de Ética e Inteligencia Artificial, así como investigadora en el Hertford College de la Universidad de Oxford, en un artículo titulado: “Perdiendo habilidades ante la inteligencia artificial”. (Perdiendo habilidades ante la inteligencia artificial | Opinión | EL PAÍS (elpais.com).En este escrito, la investigadora se distancia de las perspectivas que idolatran la innovación tecnológica y aquellas que la rechazan, pero llama la atención sobre como las mismas pueden afectar el desarrollo de importantes habilidades humanas.
En contraposición a la imagen convencional del progreso lineal, la realidad nos muestra que nuestros avances tecnológicos se caracterizan por propiciar pérdidas y ganancias. El nacimiento de la escritura ha permitido registrar y preservar las ideas, pero al mismo tiempo, ha contribuido a la eliminación de tradiciones orales transmisoras de ideas y de formas para narrar y escuchar que ligaban a las generaciones y a las comunidades; el desarrollo de los medios de comunicación ha ampliado nuestras miradas locales y ha permitido una información más eficiente, pero a la vez, ha refinado los mecanismos de distorsión informativa y de enajenación; la creación de los celulares ha facilitado de modo significativo nuestras tareas cotidianas, pero al mismo tiempo, ha propiciado la adicción y la falta de concentración tan necesaria para generar pensamiento crítico.
Si las innovaciones tecnológicas conllevan pérdidas y ganancias, la cuestión estriba en evaluar, en cada caso particular, si las segundas compensan a las primeras. Con frecuencia, nos aventuramos a responder muy rápidamente que si, que toda nueva tecnología implica necesariamente un progreso incuestionable y que solo los fanáticos, los retrógrados o los tecnofóbicos se resisten a reconocerlo. Pero este es el camino más cómodo. A esta rápida respuesta subyace un paradigma económico e ideológico que se alimenta de la creación ilimitada de nuevas tecnologías puestas al servicio de un insaciable interés de lucro y de una peligrosa voluntad de dominio.
Parte del referido paradigma nos inculca que todo se reduce a elegir entre el primer avión diseñado por los hermanos Wright y un jet Boeing 747. Pero el asunto es más problemático, existen grandes matices. Tal vez, la gran innovación tecnológica, la que anuncia la más grande transformación cognoscitiva y la liberación total de las faenas cotidianas, conlleve también sus antítesis en formas tan imperceptibles que parezca ridículo la sospecha. Pero en estas cuestiones, la actitud de sospecha, de cuestionamiento es provechosa: sin tecnofilia, ni tecnofobia; ni apocalípticos, ni integrados.