La frase que pone título a este escrito es un pedazo de una genial ocurrencia atribuida a un destacadísimo caricaturista catalán que vivió hasta 1995.
Jaume Perich Escala, conocido como “El Perich”, aunque estudió peritaje industrial y empezó a trabajar a muy temprana edad, encontró su real vocación al mezclar dibujo y humor. Cuentan que a él se le ocurrió “voltear” aquello de que “el agua es vida”. Jaume lo dijo así: “La bebida más peligrosa es el agua, te mata si no la bebes”.
Ojalá que retomar a este artista sirva para que entendamos la real importancia y, en consecuencia, la imperiosa necesidad de garantizar la disponibilidad de agua como soporte para la vida.
Hasta ahora, de poco han servido las diversas maneras de hacer alusión a la importancia del agua. Que de ella puede haber nacido la vida, que es el disolvente por excelencia, que el cuerpo humano es básicamente agua, que es “la sangre” de la tierra, son solo parte de una extensa lista de expresiones que han de servir para que actuemos en consecuencia.
Quizás la expresión más contundente y evidente es una que nos llega como proverbio inglés: “No se aprecia el valor del agua hasta que se seca el pozo”.
De todos modos, aunque se corra el riesgo de seguir “arando en el mar”, vale poner en relieve una especie de paradoja referida a lo que estamos haciendo con un recurso sin el que es imposible la vida como la conocemos.
Hace solo cuatro meses, el país se despertó con la noticia de un fenómeno natural que había provocado sorpresa: en la cuenca alta del río Guayubín había caído tanta agua que hizo colapsar la estructura de desvío que facilita los trabajos de construcción de la controversial presa Boca de los Ríos, inundó comunidades, puso “barbas en remojo” y provocó la declaratoria de alerta roja para Montecristi.
Pues exactamente la zona afectada por exceso de agua es la que unos cien días después se ha visto precisada a tomar medidas para mitigar los efectos de la falta del líquido.
Podría ser entendible que ocurra sequía, y más si se trata de un fenómeno cíclico, pero lo difícil es entender que, siendo precisamente recurrente la escasez, haya costado tanto aprender a gestionar adecuadamente el agua.
Desde hace algunas semanas han comenzado a circular expresiones que van desde aclamar a Dios hasta buscar alternativas para los cultivos o para el ganado, y más recientemente con el aviso sobre racionamiento en acueductos y hasta suspensión del servicio como consecuencia de la sequía. Junto a ello provocan pavor las imágenes de afluentes como Yaguajay, Guayubín y hasta el propio río Mao, con la consecuente reducción en el nivel de la presa de Monción, la más drástica en todo el país.
Aunque uno pretendiera desvincularlo, esto ocurre junto a frecuentes denuncias de tala indiscriminada y hasta depredación en la cuenca alta de esos ríos. Y también ocurre justo cuando la Academia de Ciencias de la República Dominicana acaba de expresar que el más reciente daño ecológico trascendente podría necesitar varias décadas para ser enmendado.
Ante el desconcierto que todas estas situaciones generan, lo más inmediato y atinado quizás sea preguntarnos: ¿Realmente habremos entendido que el agua es vida? Encontrar ciertas oportunidades, con beneficios muy particulares, ¿tiene que ser suficiente alucinógeno para que no importe poner en peligro la vida colectiva? ¿Qué más hace falta para entender que tenemos un solo planeta con oxígeno y agua en muchos años luz a la redonda?
Ojalá que los avances que nos han ayudado a prolongar el promedio de vida también nos ayuden a entender que, sin convivencia, eso que llamamos vida también necesitaría otro nombre.
Ojalá que el entendimiento sea suficiente para conocer el riesgo que implica la mala gestión de un recurso fundamental para todo ser vivo.
Ojalá que retomar el brillante sentido del humor de “El Perich” sirva para ir más allá de esas siete primeras palabras que podrían desinformar: “La bebida más peligrosa es el agua”. Ojalá que nos concentremos en las otras seis que dan esencia a su idea: “te mata si no la bebes”.