Cuentan que una pareja de científicos se dedicó a realizar un estudio muy singular.
A ellos les llamaba la atención eso de que “venimos de los monos” y también sentían gran curiosidad al ver que esos animales realmente ejecutan muchas acciones similares a las realizadas por los seres humanos.
Pues los científicos, marido y mujer, aprovecharon que estaban en su etapa reproductiva y tomaron la decisión: ofrecerían las mismas condiciones a su criatura y a un mono de igual edad.
Dicho y hecho: desde que les anunciaron el embarazo comenzaron las dirigencias para obtener un mono con la misma fecha de nacimiento que su próximo bebé. Y lo lograron.
El asunto comenzó muy bien. Ante cada estímulo ambas criaturas reaccionaban de manera muy parecida. Y eso iba emocionando a la curiosa pareja. Así discurrió todo hasta que llegó el momento de hablar. El bebé humano fue aprendiendo, pero el otro no logró pasar de chillidos y ruidos de monos.
Esto debería servir para que valoremos el papel del lenguaje y, con él, el de la comunicación en sentido amplio para que nos mantengamos humanos.
Como ya se ha explicado, aprendemos a hablar gracias a dedicarnos, llenos de curiosidad y con gran atención, a escuchar. En consecuencia, la lengua materna entra por los oídos. Incluso como estrategia para aprender idiomas suele indicarse la inmersión.
Hacer conciencia de ello, en consecuencia, sirve para que entendamos que, al principio, lo más probable es que solo se contara con uno que otro sonido gutural emitido por aquellos humanos rudimentarios.
Como ayuda, imaginemos que podemos pensar, pero que no conocemos el nombre de absolutamente nada. Imaginemos que desconocemos cómo llamar a las personas, a los animales, a las plantas, a los objetos, a todo lo que nos rodea, a todo lo que podamos imaginar. ¿Cómo nos haríamos para expresar lo que pasa por nuestra mente?
Pues una situación similar habrá vivido aquel ser humano rudimentario. Es muy lógico deducir que fue necesario que pasara mucho tiempo sintiendo la necesidad de hacer saber, pero sin encontrar el medio ni la manera para lograrlo.
Resulta sencillo, entonces, además de emocionante, deducir lo grandioso que habrá resultado comenzar por lograr aquel “gran entendimiento” para ponerle significado, primero, a señas y después, a sonidos. Los científicos no han logrado ponerse de acuerdo, pero todos indican que hace más de cincuenta mil años que la humanidad se inventó el lenguaje.
Resultaría muy largo darle seguimiento a todo el proceso que siguió a aquel primer “gran entendimiento”, aquella manera de ponerse de acuerdo, pero vale reparar en que debió agotarse un proceso largo para que aquellos sonidos guturales fueran puliéndose y logrando mejor precisión a la hora de hacer saber sobre emociones, sentimientos, ideas y todo lo que quiera exteriorizar cualquier ser humano.
También vale reparar en lo trabajoso que habrá sido pasar de sustituir las señas y sonidos por los gráficos que hoy usamos como letras para compartir significados, para enviar y recibir mensajes. A eso habría que sumar el salto que implicó el aporte de Johannes Gutenberg, ayudando a multiplicar con creces la velocidad a la que se podía difundir textos.
El más reciente salto, con la irrupción de internet, nos ha volcado a concentrarnos en la velocidad para difundir y recibir. Pero también nos ha hecho olvidar muchas cosas que compensaban aquella lentitud. Y es lógico que así ocurra porque la velocidad que nos ha “regalado” internet no nos permite ni siquiera caer en la cuenta de la riqueza que esconde detenerse.
Pero todavía más, con esa velocidad ha venido la gran dificultad, aunque debiéramos hablar de imposibilidad, para gestionar la cantidad de estímulos a que nos exponemos. Eso implica que mayoritariamente “nos traguemos” lo que nos den, sin reparar en consecuencias.
Ojalá que este breve repaso ayude a valorar la importancia del lenguaje, de las palabras, de esa particularidad humana para compartir significados asociados a emociones, sentimientos, pensamientos, ideas, inquietudes. Ojalá que haber dedicado este “par de minutos” a leer un texto sirva para recordar que, gracias a la comunicación, además de enterarnos y hacer saber, nos mantenemos humanos.