I’m like a bird. Nelly Furtado
En el curso de filosofía de Angel Jorge Casares, un profesor argentino que vivió en Puerto Rico en las décadas pasadas, (Sobre la esencia del hombre: Editorial Universitaria, Universidad de Puerto Rico, 1979), se nos narra que lo percibido en cuanto tal nunca lo es completa o totalmente; la percepción, como queda dicho, da siempre el objeto “en escorzo”. Por su lado, sondeando en estos efectos, Husserl llama a la plenitud del escorzo, es decir a la percepción total y adecuada, el “límite ideal”; y la percepción perfecta y el límite ideal son, una irrealizable y el otro inalcanzable.
Acabo de ver el documental sobre la vida de Taylor Swift. Ella se prepara para sus conciertos en todo el mundo. Tiene un grupo de producción y vemos, en la misión contemporánea de los espectadores, cómo se origina una canción en estudio.
Los artistas, y muchos tienen venas artísticas que nunca han sido liberadas (vamos, gente que si lo metes en un estudio sacarán canciones aceptables), tienen leyes de libertad. Pueden llegar las luces del concierto. Muchos pagamos para verla con tal acrobacia y los vestidos necesarios. Ya no es la misma pequeñuela que vemos en los flashbacks. Es memorable el momento en que rompe el papel de regalo que descubre su primera guitarra.
En los primeros cinco minutos, hay un momento del documental en que la celebrada artista, que cada día más tiene más seguidores, entre los que me incluyo, mira a un lado del escenario y es –tal es nuestra percepción–, como si nos dijera: esto se cumplió, se encienden los celulares y las luces cautivan a todos, nos permiten ver la magia de una noche fundada para la historia, algo que ella esperaba por ser tan gran estadio, una gran noche (en esto tanto ella como yo percibimos lo mismo, o una parte de sus ramificaciones). Meses antes, en el documental de Fito Páez –de quien escribimos El Efecto Doppler en el periódico El Caribe hace algunos años–, los músicos hacen un ritual antes de salir al escenario.
Bien planeados, contemporáneos de Post Malone (de Cristina Kirchner y de Isabel Díaz Ayuso, en las antípodas), nos ha asombrado el número de locaciones de sus conciertos, a ser realizados en los meses que faltan hasta finalizar el año. Por ahora, los que no iremos a los conciertos, tenemos una suerte de prólogo en este documental que nos parece adecuado para conocer su vida, su arte y su función en un escenario repleto de luces. Sus guiños al espectador conducen a muchos al paroxismo.
Recapitulemos: en los argumentos, Casares nos advierte que hay una idea corriente de que la verdad es total o no es verdad, sin más. Si la percepción, cito, es de tal modo incompleta, la verdad que toma pie en ella resulta mutilada en lo que hace a su totalidad, y con esto se hace imposible hasta la repugnancia la idea de una verdad que sea más o menos verdad. Aclara Casares: esta aparente incorreción esta consecuentemente superada por Husserl. A la larga, siguiendo al profesor argentino en Puerto Rico o al mismo Husserl, podemos decir que la visión que tenemos de Taylor es adecuada, aunque ella puede decir que es más lo que no conoces de ella que lo que sale en los medios o en su página.
Sea una canción de Taylor, Post Malone o un libro de James Patterson, la realidad se presenta larga y tendida, al tiempo que otros especulan que son mayores los espectáculos que nos esperan a la vuelta de la muerte, bien sea en el infierno o en el paraíso. Pero por ahora, ¡Larga vida a la mágica Taylor Swift!