La Virgen de la Altagracia, esencia de la dominicanidad.

La Virgen de la Altagracia es una advocación de la Virgen María, considerada oficialmente en el santoral de la Iglesia Católica, presente en la isla de Santo Domingo para algunos desde el segundo viaje del Almirante y para otros traída desde Plascencia, Extremadura, España, en el 1502,  por los Hnos. Trejo, localizada desde entonces en Higüey, la cual es una de las primeras devociones de América, cuya identidad está envuelta en mitos, leyendas, historias y tradiciones.

 

Manuel Mañón de Jesús Arredondo, quien fue “Historiador de la ciudad de Santo Domingo”, reportó la presencia de la Virgen de la Altagracia en esta ciudad durante los primeros años de la colonia, con la devoción a esta virgen de una negra liberta que tenía una enramada para curar enfermos donde está ahora el templo de la Altagracia, contiguo al Hospital San Nicolás.

 

El 21 de enero de 1691, los españoles enfrentaron en la Batalla de la Sabana Real de la Limonade al ejército francés, donde había muchos macheteros de Higüey y del Seíbo, los cuales, cuenta la leyenda, invocaron a la Virgen de la Altagracia, obteniendo la victoria.  El impacto fue de tal magnitud, que de acuerdo con la tradición, los 21 de enero de cada año, quedó consagrado como día de regocijo de está virgen, que por sus “milagros” se hizo cada vez más  popular en la región y en toda la isla, en un lugar donde el patrón original era San Dionicio.

 

A partir de 1844, la declaración de la Independencia Nacional incrementó la asumida de conciencia de la dominicanidad, cuya culminación se identificó con la Gesta Restauradora, cuando la lucha era en contra de los españoles, en una guerra de guerrilla, popular y antiimperialista. Toda simbolización, contenido y sentimiento popular,  tenía una alta dosis antiespañola.  Lo imaginario popular creo sus propias versiones y sus propias leyendas.  Creció el fervor altagraciano y desde entonces, disminuyó la devoción  sobre la Virgen de las Mercedes, patrona del país, herencia colonial.

 

El imaginario popular difundió la creencia de que los colores símbolos, azul, rojo y blanco de la Virgen de la Altagracia eran los colores de la bandera dominicana y que ella apareció en Higüey y por lo tanto era dominicana.  Por eso, cuando la patria herida era mancillada por las botas gringas durante la primera intervención norteamericana, la iglesia católica, en complicidad con los patriotas  antiimperialistas, el 15 de agosto de 1922, trasladaron a la Altagracia, desde su modesta iglesia de Higüey a la Puerta del Conde y allí, la consagraron como “Madre Espiritual” del pueblo dominicano, en un testimonio de afianzamiento de la dominicanidad y de identificación con la voluntad popular de terminar con la ocupación y que los gringos volvieran a su país.  ¡La Altagracia fue el pretexto y el símbolo nacional!

 

Ante la simbiosis Altagracia-patria-pueblo, Trujillo la redimensionó para provecho político y para darle una aureola política de identidad Altagracia-Trujillo, los 21 de enero su presencia era obligatoria en sus celebraciones y para mostrar el valor que le daba su gobierno, apoyó desde el primer momento la construcción de la basílica, dándole incluso una dimensión popular.

 

Joaquín Balaguer como fiel discípulo Trujillista, siguió sus directrices y mientras la Mercedes se quedaba en su iglesita de Santo Cerro, este terminó e inauguró la basílica, con tristeza para la Altagracia por tener que dejar su modesta iglesita de Higüey.  Entonces, se escapaba con frecuencia y comenzó a caminar y conversar con la gente por los pueblos, calles, caminos y campos.  El pueblo intimidó con ella, tomándose un cafecito en cualquier enramada o en una fritura de cualquier barrio, compartiendo con todo el mundo, entonces dejó de ser La Altagracia para convertirse en “Tatica” o la “Chiquitica”.  Ese era ya su nombre y su apellido, “la de Higüey”.

 

Rompió la aureola celestial, el protocolo oficial, para humanizarse e identificarse más  con el pueblo, haciéndose más accesible a la gente, haciéndole milagros y dándole esperanzas. Incluso fue más allá de la dimensión religiosa para convertirse en una manifestación  cultural. ¡Su casa se convirtió en el centro de peregrinación más popular del país, con la presencia de devotos de varías islas del Caribe y convirtiéndose  en la virgen más querida del país!

 

La peregrinación a Higüey para los 21 de enero es colectiva, en carros, autobuses y camiones decorados, en motores, a caballo y los más cercanos a pie. Los que son en grupos, van acompañados de música de Atabales o de Salves, cantando salves y en la amanecida en los alrededores de la basílica, está presente la herencia musical afro.  Hemos encontrado devotos en su día, de Puerto Rico, Curazao, Aruba, algunos cubanos exiliados y de Haití, los cuales viajan en sus guaguas folclóricas, las toc-toc llevando pintadas a la Altagracia.

 

Su popularidad se acrecienta por la cantidad de “milagros” recibidos por sus devotos, donde en agradecimientos muchos creyentes llevan a la iglesia, reproducciones en cera, metales, maderas de las partes donde fue beneficiado, obra artística de artesanos, los cuales son depositados en la basílica los 21  de enero.  Las ofrendas culminan el 14 de agosto, cuando en peregrinación son llevados a la Virgen los “toros-ofrendas” de sus devotos, cuyos beneficios de su venta son entregados a la iglesia para obras sociales.

Version domnucana de laVirgen de Altagracia

Como identificación, a numerosas niñas al nacer la bautizan con el nombre de la Altagracia, cuyo apodo es Tatica y hasta muchos hombres se reconocerán como “José Altagracia”.   Igualmente, más de quince comunidades a nivel nacional, la Virgen de la Altagracia es  su patrona.

 

Durante las festividades folclóricas, en Velaciones y Nochevelas del 20 de enero, en los centros de religiosidad popular, además de las Salves, atabales y Cantos de Toros (poesía Popular), surge la metresa “Alailá”, identificación de la Altagracia, con sus colores rojo, azul y blanco, en expresión de la ternura solo comparable con Metré Silí, lo cual ocurre únicamente ese día.

 

La historia de la Virgen de la Altagracia y la historia de “Tatica, la de Higüey” son parte de la misma historia. La primera es teología y la segunda es folklore. La historia de esta virgen, es entonces, la esencia de lo imaginario y creencias populares, que trascienden de una dimensión religiosa, teológica, para ganar una simbolización cultural y una expresión nacional-caribeña de identidad.  ¡La Virgen de la Altagracia, Tatica para el pueblo, la “Chiquitica”, es sentimentalmente dominicana!