Existen problemas insolubles, permanentes, y tenemos que aprender a vivir con ellos. Se eternizan, porque las causas que los provoca siguen actuando como leña que atiza un fuego e impiden sofocarlo. Resulta inútil reforzar las estructuras de cualquier edificio si descansa en cimiento fangoso. Es el caso de nuestro tráfico urbano: no tiene solución.

Razonando a los dos más dos son cuatro, es fácil desglosar el nudo gordiano de la circulación vehicular dominicana; esos tapones interminables, angustiantes, que desesperan hasta el más solemne monje budista en trance de meditación. Veamos unos cuantos de los factores incólumes que mantienen el problema

Hace aproximadamente cuatro décadas, las urbanizaciones de clase media, desde Gazcue hasta Los Prados en Santo Domingo, se caracterizaban por viviendas individuales en cuadras demarcadas por calles de poca amplitud; suficientes para el tráfico fluido de uno a dos automóviles por familia – algunas hasta sin vehículos propios (igual sucedía en Santiago). ¿Quién podía imaginarse que, poco tiempo después, donde existía una sola casa se levantarían edificios de cuatro, veinte, y más pisos?

Entonces, en lugar de unos cuantos vehículos, salían de los apartamentos, a las mismas y estrechas calles, hasta cuatro docenas de ellos. Desembocan en avenidas que no se ensanchan, cruzan por los mismos puentes, y terminan aparcándose a uno y otro lado de las aceras congestionando aún más las calles.

En este país, donde no se puede construir una torre, se construye; donde no cabe un centro comercial, se inaugura uno. Gracias a la corrupción e irresponsabilidad de las autoridades, con complicidad de los constructores, se ha creado una ciudad monstruosa, carente de planificación.

La escasez de transporte público obliga al dominicano a comprar automóviles o motocicletas. La demanda es creciente y los “dealers” brotan por todos los rincones de la ciudad. Las restricciones en la importación de vehículos son pocas. El trapicheo de vehículos de motor sirve para lo bueno y lo malo. Año tras año aumenta las unidades en todo el país y las nuevas vías de circulación son insuficientes.

Los gobiernos, siempre temerosos de los sindicalistas de transporte, han sido incapaces de reducirlos a la obediencia, a la racionalidad, o a imponer leyes escritas sobre la circulación y disciplina de sus afiliados.

El ciudadano, ávido de transporte, se ve obligado a formar una dependencia de los “motoconchos”, resultando en la imbatible presencia de enjambres de motocicletas que entorpecen el tráfico y arriesgan vidas.

La ineficiencia de las autoridades de tránsito es legendaria y, por supuesto, irritante: dos pasitos para adelante y dos para atrás. (Hace pocos días pude ver a un agente de INTRANT, o policía de tráfico – no estoy seguro como se llaman hoy día – mandando a parar de perfil y dejando pasar de frente, mientras por su lado cruzaban “motoconchos” y carros haciéndole caso omiso a señales y semáforos en rojo.

Demasiados vehículos, calles estrechas, inexistencia de planificación urbana, densidad de construcción desaforada, escaso transporte público, desmedida importación de vehículos, control ineficiente del tránsito, incontrolables hordas de transportistas en tándem con el “motoconchismo”, nos enfrentan a un problema sin solución.

Como si fuera poco, los colegios privados de mayor asistencia, cuyos afiliados “van montados”, tienen la misma puerta de entrada que cuando allí existía una vivienda, frente a la misma callecita que ahora también recibe el tren vehicular de dos o tres torres de apartamentos.

Tendremos que asumir este problema con paciencia y nervios de acero; buscar en la noches y los fines de semana algún alivio; saber utilizar el GPS, esperanzados de que la señora que habla español con acento sabrá buscar algún atajo para protegernos  de úlceras intestinales  o de ataques de migraña. Solo aspiremos a llegar a nuestro destino con una tardanza razonable, sin maldecir ni despeinarnos mucho.

¿O es que alguien se atreve a decir que esas causas primarias del atascamiento cotidiano tienen solución en una cultura ciudadana, institucional y política, como la nuestra?