Hace mucho que no escribía nada en esta, mi columna personal. La vida me lleva en un patín, con varios proyectos cocinándose a la misma vez y, aunque resulta que tengo mucho que decir, se me hace corto el tiempo para expresarlo.

Pero entonces salió a la luz la trágica noticia de Esmeralda Richiez, una adolescente de 16 años que falleció desangrada tras ser abusada sexualmente por su profesor John Kelly Martínez.

La noticia en sí me provocó tristeza e impotencia, pero lo que me sacudió mayormente fue una publicación que en esos días en que salía a la luz lo acontecido, elegía una foto de la joven con un sexy atuendo rojo, como insinuando que la joven no fuese tan inocente, a pesar de revelar que el educador, acusado de someter a la menor a actividad sexual violenta, estaba siendo imputado como principal sospechoso y había sido sometido a 12 meses de prisión preventiva.

Sexualizar a la menor de edad para que de una manera u otra “justificar" los hechos despertó en mí una indignación interna, y me trae de vuelta a lo que ya resulta un tema recurrente en mis escritos: la manera en que las mujeres somos por lo general ciudadanas de segunda categoría en esta sociedad.

A esta historia anterior se une lo acontecido en el Congreso dominicano que rehuyó hace apenas unos días de incluir las causales en el código penal, renegando de la responsabilidad básica de proteger nuestros derechos. Y hablemos con total honestidad: ¿A quién afecta mayormente esto? ¡A las personas con menos recursos, por supuesto! ¿Quiénes deciden normalmente estas leyes? Personas del sexo masculino, claramente incapaces de hacer su trabajo con objetividad y empatía. Y sí, existen excepciones, pero esto lamentablemente se trata de un grupo con poder para decidir leyes, que lo sigue utilizando de manera discriminatoria.

Y es que el caso de Esmeralda no está desconectado de Rosaura Almonte Hernández “Esperancita”, que falleció en 2012, también a sus 16 años por lo que se reportó como un retraso intencionado de un tratamiento de leucemia que padecía, por estar embarazada, y porque una junta médica decidió no proceder a un legrado por ser inconstitucional, a pesar de que su feto tampoco tenía posibilidad de sobrevivir.

En ambas instancias, dos adolescentes estuvieron desprotegidas y la verdad no puedo dejar de pensar en ellas y sus respectivas familias… De nada han servido las marchas, la opinión popular, que en general apoya el incluir las causales, aunque de vez en cuando se encuentre uno con una nota discordante.

Yo misma tuve una especie de debate, si se le puede llamar así, con un ser querido, católico, con buena posición económica, que me escribió tras alguna de las numerosas conversaciones que suelo sostener sobre el tema, estableciendo enérgicamente su posición en contra del aborto y aclarándome que obviamente, si una mujer queda embarazada a causa de una violación, el violador debe ser llevado a juicio, como si esa fuera la solución a un problema que además de grave es sistémico, o como si el derecho de una mujer a decidir sobre su cuerpo pudiera dejarse en manos ajenas. El intercambio terminó sin mucha resolución. Él mantiene su forma de pensar y probablemente me juzga por mis posturas, y yo defiendo firmemente mis principios.

Me resulta doloroso, eso sí, tener que echar el pulso hasta con gente cercana y verles expresarse desde un lugar de privilegio absoluto sin contemplar tan siquiera la situación socioeconómica y la complejidad de muchos casos de violación, en los que los predadores se encuentran en el mismo hogar, lo cual coloca a las víctimas en un espacio de sumo peligro y vulnerabilidad.

¡Es mi cuerpo y YO decido! Es lo que pienso y seguiré diciendo. Nada como ver nuestros derechos -los derechos de la mujer dominicana- ignorados, para sacarme de mis casillas y hacer uso de cualquier herramienta que tenga a mano para plantarme y gritar a los cuatro vientos: ¡¿qué carajos nos pasa en República Dominicana?!!! ¿Por qué tanto evadir la realidad y no enfrentamos de una buena vez al hecho de que estamos entre los países con mayor tasa de embarazos en adolescentes y feminicidios? ¿Por qué tapar el sol con un dedo en lugar de comenzar a cambiar algo que al final nos causa tanto trauma como nación?

Hacía mucho que no escribía, pero resulta que la rabia es a veces el mayor motivador. Me hubiese gustado hablar de arte y otras cosas más ligeras, aunque eso será material para una próxima ocasión.

Hoy me expreso para apoyar a todo un movimiento que exige un espacio seguro para nuestras niñas, y que reclama justicia para Esmeralda, Esperancita, y protección para tantas otras mujeres olvidadas, y para decir con certeza una vez más, que más tarde o más temprano: ¡las causales van!