En reiteradas ocasiones hemos hecho alusión al constructo del iceberg que utilizó Freud para explicar nuestros niveles de consciencia. Es oportuno señalar que Santa Teresa de Ávila en el siglo XVI hizo algo parecido en su libro Las Moradas o Castillo Interior, logrando esquematizar o clasificar los diferentes niveles de desarrollo de conciencia, con la particularidad de que nunca cursó estudios universitarios.
Freud describe el superyó, pero no necesariamente se corresponde a lo que Jung presentó después como supraconciencia y aunque hablaremos de ésta, nuestra visión tampoco es exactamente la misma de Jung.
Nos desenvolvemos usualmente desde nuestro nivel consciente, pero desde hace algo más de un siglo, descubrimos la existencia de nuestro inconsciente y su influencia oculta en nuestras vidas. Hay otro nivel que denominamos como supraconciencia y es de tipo regulador, evaluador o juez, de nuestros actos.
Al nacer, nuestra conciencia está poco definida. En la medida en que somos conscientes de nuestra realidad individual y colectiva, llegamos a descubrir parámetros de referencias que, al reconocer su valor, los interiorizamos y se hacen parte de nuestros esquemas mentales o protocolos de conducta.
Si el bebé no se expone a la civilización no desarrolla su conciencia ni su supraconciencia y se mantiene en una conducta instintiva, inconsciente, animal o salvaje. En la medida en que interactuamos con la sociedad absorbemos sus normas y valores, desarrollando la ética que nos permite adaptarnos de manera más armoniosa a nuestro entorno. Todo este conocimiento lo integramos en forma de supraconciencia. Es un verdadero diálogo entre el inconsciente individual y el colectivo, mediante el cual, el segundo irá labrando una impronta en el primero. En este proceso es preciso un equilibrio entre el yo individual y el social.
En el Análisis Transaccional se nos presenta la interacción entre el Padre, el Yo adulto y el Yo niño, los que representan facetas de nuestra consciencia. El Yo niño se mantiene demandante, simplemente se interesa en satisfacer sus necesidades o deseos. El Yo adulto es quien procura tomar las decisiones requeridas, de la forma más conveniente. El Padre representa el nivel de conciencia que posee las normas, valores, decisiones a largo plazo, los ideales, aunque se enfoca más en lo que debe ser que en lo que es.
Algunas tendencias actuales a ir en contra de los valores humanos\, la educación, la moral, etc., presentando una posición de irrespeto descarado, suponen una decadencia o degradación de nuestra civilización. Todos los avances de la humanidad de los que nos sentimos orgullosos pueden perderse en la medida en que procuramos “eliminar al Padre”, podría parecer más cómodo ir por la vida sin principios, pero eso conllevaría una existencia llena de conflictos personales y sociales.
Si pudiéramos comprender como funciona nuestra supraconciencia, hay muchas acciones incorrectas que no haríamos, porque: no podemos ocultarle nada, nos señala nuestros errores, nos advierte posibles consecuencias y lo más complejo, genera situaciones o condiciones para que paguemos las consecuencias de nuestros actos. Esto sucede así, porque ya sea que lo hayamos entendido o no, a esta existencia venimos a perfeccionarnos, a aprender, y si no descubrimos las consecuencias de nuestros actos no aprenderíamos nada. Hay leyes del universo relacionadas con nosotros que ya debiéramos conocer.
Tu supraconciencia decide si tu vida se desenvuelve correctamente o no, si podrás vivir en paz o no, si te enfermarás o no, e incluso, es la que juzga cuando ya no vale la pena seguir viviendo. Es decir, atraemos lo que creemos merecer. Analiza cómo juzgas a los demás, para tener una idea de cómo te juzgas también a ti, porque lo que opines de la conducta ajena lo harás de la tuya, aunque obviamente querrías hacer excepciones, tu supraconciencia no acepta el favoritismo. Aunque parezca increíble, los demás son más tolerantes con tus malos actos, que tu supraconciencia.
Si hay una parte de ti hecha a imagen o semejanza de Dios, es tu supraconciencia, y es desde donde te relacionas mejor con él. Curiosamente, algunas personas que presentaron muertes clínicas y volvieron a la vida comentaron que estuvieron frente a una luz pensante y que irradiaba puro amor, esta les preguntaba cómo se evaluaban a sí mismos y ellos reconocieron tener algo pendiente en su existencia terrenal, decidiendo con pesar que debían regresar. No es una evidencia científica, pero es algo que se ha manifestado reiteradamente. Aunque algunos señalan que es por hipoxia cerebral, no deja de ser extraño que sea un patrón recurrente y que provoca transformaciones radicales en las vidas de los que sobreviven.
Inicialmente solo tuvimos mente de niño, posteriormente hemos estado desarrollando mente adulta (no todos) y debemos procurar tener cada vez mayor desarrollo de nuestra supraconciencia.
En la misma medida en que logres integrar y armonizar tus diferentes niveles de consciencia, se incrementará significativamente tu calidad de vida.