Historicidad. ¿En qué debería consistir un programa de gobierno de izquierda? No hay programa de gobierno de izquierda en abstracto. Solo puede haber un conjunto de propuestas que se correspondan, lo más aproximadamente posible, con lo que la gente, en su mayoría pero sobre todo la parte más perjudicada por el estado cosas “actuales”, requiere para mejorar sus condiciones de existencia y abonar su futuro. Y esto no puede estar en los tratados sino en las realidades concretas. Los tratados ya han hecho bastante con indicar teorías y métodos que sirvan de referencia. El contenido de un programa de gobierno de izquierda en República Dominicana puede resultar un auténtico insulto a los ojos de la izquierda de Suiza o de Noruega. Cada país tiene sus propias reivindicaciones pendientes.
La ideología subyace. La ideología no es programa. En todo programa subyace una ideología, alguna utopía, pero ninguna ideología constituye en sí misma programa alguno de gobierno. Los pueblos no votan por una ideología sino por lo que de algún modo –a veces equivocadamente— perciben como favorable y viable.
¿Programa o mantra? Los pueblos tampoco eligen al mejor programa, conózcanlo o no. De hecho, casi nunca llegan a conocer programa alguno sino apenas uno que otro mantra en el que le han hecho creer y en ciertas candidaturas que real o ficticiamente encarnan dichas ideas. En las campañas electorales las ideas propiamente dichas suelen escasear. Una pocas ideas –veraces o mentirosas: para el caso es igual– lo resumen todo.
Pocas ideas, muchas veces. ¿Esto ayuda o desayuda las propuestas de izquierda? Suele decirse –y ahí estoy yo– que las derechas, por su naturaleza, no son precisamente amigas del debate, del análisis, de teorizaciones, y que justamente les cuadra mejor que a las izquierdas reducir sus mensajes a la repetición machacona de ideas simples y escasas (de hecho, el papel del programa de gobierno suele ser mínimo, cuando no nulo, en las derechas); que en cambio las izquierdas son proclives, no solo a la búsqueda de razones, sino también a pretender comunicarse con la gente –incluyendo la más común y corriente– con explicaciones de no siempre fácil comprensión; que además las derechas suelen contar con más abundantes medios… Pues bien: si todo esto es cierto –y creo que lo es en gran medida–, lo único que debería significar para las izquierdas es que tienen mucho que mejorar, mucho que aprender, incluso de las propias derechas. Una cosa es cierta: la comunicación política con la amplia población solo es efectiva si es capaz de movilizar conciencias y ello solo es posible comunicando pocas ideas muchas veces. Por supuesto que un programa es mucho más que un par de consigas, pero éstas deben ser capaces de recoger, indicar en síntesis el contenido del programa global. (Las izquierdas, como veremos más abajo, sin desconocer esto, pueden ni deben ir más allá).
Integrar demandas. Hay diferencias esperables entre lo que resulta más atractivo y simpático de un programa (lo que la gente quiere) y lo que la “conciencia intelectual” asume como conveniente y necesario; es reflejo de la posible distancia entre demandas y necesidades reales. El manejo sabio de la “razón populista” (Laclau), vale decir, de la construcción de “cadenas de demandas”, anularía tal distancia. Pero esto no quiere decir que “lo que la gente quiere” y lo que necesita siempre se identifiquen. Lo único sensatamente posible será entonces asumir que un programa de izquierda debe ser capaz a la vez de integrar demandas legítimas y arraigadas de la población con propuestas menos populares pero consideradas valiosas a la luz del pensamiento más cultivado.
¡Soluciones! El programa es un hecho eminentemente político cuya consistencia depende de una elaboración eminentemente técnica. Un programa de gobierno de izquierda articula propuestas de soluciones posibles. Ante todo criterios, líneas de acción, pero en países como los nuestros es menester llegar al compromiso específico de realizaciones específicas, con nombres y apellidos. Transporte (¿rutas y vías, parque vehicular, medios, reglas?), ataque a la pobreza (¿empleo, apoyos focalizados, MiPyMES, AFPs), fiscalidad (¿progresividad de impuestos, base impositiva?), sanidad y salud (¿hospitales, prevención, ARSs, atenciones primarias?); y medio ambiente, educación, vivienda (¿cuántas, dónde, condiciones?), iniciativas legislativas. Un programa debe ser fácilmente comunicable y para esto precisamente debe incluir lo concreto. Los/as candidatos/as deben parecerse al contenido de la oferta programática. ¿Tal vez la derecha gobernante nos tome la palabra y realice a su modo lo que prometemos? Si la gente sabe que ha sido idea nuestra, de alguna manera también triunfo nuestro. Tenemos que hacer que la gente sienta que aportamos, que se nos asocie a soluciones, antes, durante y después de las elecciones.
¡Que “aterrice”! Una oferta electoral de izquierda no podrá evitar contener mucho de enunciados globales que, sin embargo, es posible y menester hacerles “aterrizar” en el territorio, en el sector, en el segmento. La utilidad de esta oferta se asocia a su capacidad para generar encuentros de la población con sus propias realidades. Es una oferta sujeta a modificaciones al fuego del debate. Es lo que en gran medida evitará que se quede como letra muerta.