(Apuntes para un manual de sociología barata)
Sinopsis
“Sugar Island” cuenta la historia de Makenya, una adolescente cuyo embarazo desata la ira en su familia, mientras sus sueños se ven invadidos por azúcar y serpientes. En paralelo, su abuelo cañero se une a las protestas por el derecho a una pensión, mientras un enigmático grupo de mujeres rescatan la historia de sus antepasados esclavos y los ecos de la colonialidad. “Sugar Island” es un cruce entre las complejas vidas pasadas, presentes y futuras de los cuerpos negros en la isla”.
Ficha técnica:
País:
República Dominicana.
Género:
Drama.
Directora:
Johanné Gómez Terrero.
Guionistas:
Johanné Gómez Terrero y María Abenia Gracia.
Fotografía:
Alván Prado.
Música:
Jonay Armas, Gagá de la 30.
Montaje:
Raúl Barreras.
Sonido:
Homer Mora.
Dirección artística:
Michelle Ricardo, Palma Ruiz.
Productores:
Fernando Santos Díaz, David Baute.
Productores ejecutivos:
Rafael García Albizu, Gabriel Valencia
Reparto:
Yelidá Díaz, Ruth Emeterio, Juan María Almonte, Génesis Piñeyro, Diógenes Medina, Francis Cruz, Isabel Spencer.
La urgencia de un preámbulo
El film se desarrolla en un contexto donde el drama y los subdramas están vinculados a una población de apátridas nacidos y criados en la República Dominicana. Seres invisibilizados e invisibles, abandonados, marginados por una política migratoria discriminativa y absurda. Son los hijos y las hijas de haitianos(as) cañeros que dejaron el pellejo en el ingenio, que tienen décadas viviendo como miserables anónimos en el batey. Esa realidad solamente es entendible en un contexto de racismo y rechazo a la etnia haitiana. ¡Hasta cuándo tanta indiferencia al dolor humano! ¡Hasta cuándo tanta irresponsabilidad de un país de negros(as) que también sufre los vejámenes de la migración! ¡Hasta cuándo el partido de turno y su gobierno seguirán ofendiendo el honor de Peña Gómez, un líder de origen haitiano que entregó su vida en favor de la democracia dominicana y la igualdad!
El drama cinematográfico recrea una atmósfera social desértica, una población sin papeles que no sabe cómo enfrentarse a procedimientos laberínticos para lograr por lo menos una cédula que los acredite como ciudadanos dominicanos. Y ni hablar de los sinsabores que les esperan cuando necesitan de un servicio público.
Sin nacionalidad ni papeles no hay posibilidad de insertarse en la sociedad en que nacieron y se criaron. No pueden ni aspirar a un empleo que les permita un salario que alcance “para su bronca muerte”. El único pecado ilegal de estos errantes es que son descendientes de haitianos(as) y no de españoles reconocidos como dominicanos(as), sin traumas y sin oprobios. ¿Y por qué esa etnia caucásica nunca ha sido rechazada o víctima de un panorama incierto y desolado?
El universo latente de la imagen fotográfica
La propuesta visual de “Sugar Island” está diseñada por fotogramas cargados de símbolos que denuncian y evidencian situaciones habituales. El plano fotográfico desea ser significado y significante, expresa en el tratamiento del color; abarca más, se detiene en el detalle humano, lo integra como narrativa visual donde la palabra apenas es un ancla o soporte del drama. De momento, la imagen es una fuerza detonante y panorámica que desentraña la cotidianidad del submundo batey en el entorno del cañaveral, a merced de una industria “azucarera-negrera” y explotadora.
Aunque la película es ficción, la directora, Johanné Gómez Terrero, decide integrar algunos recursos del documental para denunciar la problemática de los cañeros.
La composición cine se completa a través de un paralelismo teatral, protagonizado por la fabulada y fabulosa actriz Isabel Spencer. Este recurso es muy simbólico, le da contexto histórico a la trama. Lo que se fotografía es expresivo en lo sonoro, en el color y su composición estética. Es teatro dramatizado en soliloquios. Discurso que indaga la génesis del racismo en la isla. No es un analogía gratuito, porque de forma inteligente la directora lo introduce como lazos vinculantes con la narrativa conceptual del film. Incita a que el espectador reflexione respecto a las consecuencias culturales y lingüísticas que todavía llevamos como lastre producto de la colonización. Sin embargo, agrego un microbio a este creativo recurso teatral; lo que denuncia a través de este medio espectacular y del documental abunda de momentos retóricos y panfletarios, y eso le resta a los contenidos poéticos-políticos sugeridos en la ficción cinematográfica.
El drama y su simbología
La vida de la adolescente Makenya está suscrita por un tejido de ritos, desamparo y pobreza. No es casual que, unido a su embarazo no deseado, la serpiente aparece como un leitmotiv de la trama. Se arrastra como emblema de la tentación, el mal y el engaño. Y también funciona como una metáfora integrada a las vicisitudes del cañaveral.
Es intrigante y fabuloso como Johanné Gómez Terrero logra colocar tantos símbolos encima de un argumento lineal, el embarazo de una joven, hija de una dominico-haitiana. Situar la historia de esa joven en ese laberinto mágico religioso de insignias suburbanas de pobreza, amplía las posibles lecturas de un drama cuyo desenlace pudo ser telenovelesco, ilustrativo y superficial. Pero la directora establece una mirada “antro-política” y da soltura a que el espectador hurgue en la vida y el entorno de ella y los personajes del batey.
Es como si en el mundo interno del personaje Makenya estuviesen todos los dispositivos sociales, psicológicos y alegóricos de “Sugar Island”. Ella en sí es la síntesis traumática del relato fílmico. Su personaje vive en el limbo, perdido, como ser apátrida en un mundo en el que se necesitan papeles hasta para ir al sanitario. De momento, la directora Johanné coloca la imagen de la joven en el cañaveral como rayo láser, deambulante y no corpórea como los personajes de la trama. Ella no tiene lugar ni perspectivas como los humanos que pululan en el batey. Sin saberlo, es también una joven atrapada y bendecida por los ritos sincréticos de dos culturas. El batey de la película es un imaginario, es una licencia creativa de la directora; aun así, en la ficción se figura un entorno visual limitado respecto a elementos integrativos de la dominicanidad.
Los recovecos del guion
Como virtud y dispersión, a veces lo que se ve en la pantalla no se siente como el punto de partida de un guion estructurado; más bien se nota como si se estuviese filmando desde una escaleta, eso sí, lo que se ve es siempre coherente respecto al relato y su entorno. No es una afirmación, es un presentimiento. Me pareció que algunas escenas del rodaje parten de situaciones y acciones no establecidas de antemano en el guion, donde los diálogos no estaban definidos sino sugeridos. Esta metodología de filmar puede ser una virtud porque le da espacio creativo y libertad al director(a). Pero también es una navaja de doble filo, porque en el gusto por la “improvisación” puede no haber restricción y se le agregan minutos que sobran a la película, eso sentí en “Sugar Island”.
Actuar es un oficio que debe manipular el director (a)
“Sugar Island” es una película donde Johanné Gómez Terrero maneja un gran elenco, la mayoría no son actores ni actrices profesionales. Su intención de dirección actoral es que todos parezcan seres comunes y corrientes del poblado donde habitan. A grandes rasgos se logra el cometido. Los personajes se ven creíbles en los roles que defienden. Ella consigue un magnífico trabajo respecto a las transiciones y tensiones que debe transmitir el personaje Makenya, interpretado por Yelidá Díaz. El trabajo del veterano actor Juan María Almonte tiene factura visual y se ve orgánico en el rol del abuelo, aunque en los conflictos con el capataz se sentía un poco sobreactuado. Ruth Emeterio, en el rol de la madre de Makenya, logra transmitir sus silencios angustiantes. La actriz comunica lo que está en las directrices de su personaje, una mujer dura, angustiada, de poco hablar, pero presente en el amor que siente por su hija. Francis Cruz, en el rol del vendedor, es de esos actores de gran factura fotogénica que, bien dirigido como está, funciona en cualquier rol que se le asigne. No es solamente un vendedor, logra con su rostro ser un sabueso lujurioso que saborea y merodea la voluptuosidad femenina del batey.