Creo que la persona más afortunada del mundo, soy yo. Aunque en un escrito anterior, hace ya unos años, hablaba sobre un taller al que asistí. El conferenciante fue un sicólogo y educador de mucho prestigio del país, colaborador de este medio.
Una de sus preguntas fue ¿Quién es feliz? Yo fui de las primeras que pude contestar e hice un recuento de mi vida. Mi comadre y compañera de trabajo Mary Yolanda iba moviendo la cabeza de modo aprobatorio como dando testimonio de que sí.
Hoy no solo quiero dar testimonio de lo feliz que he sido. Quiero hacer recuento de lo afortunada que soy.
En un principio iba a escribir sobre el pasado huracán y pensaba titular el mismo como “Hay un país en el mundo en el mismo trayecto de los huracanes” emulando los versos de nuestro poeta nacional Don Pedro Mir de “Hay un país en el mundo”
Tuve que recordar un encuentro que tuve hace muchos años, en los que todavía yo era joven y tenía tantas inquietudes sobre poesía y las letras. Había organizado un concurso literario en el colegio en que yo trabajaba. Una persona allegada a él me hizo el gran favor de invitarle para que entregara los premios y con gran humildad, aceptó. Conversé largo tiempo con él.
¡Que hombre tan fascinante!
Dentro de mis personas favoritas se encontraba Doña Angélica Bonetti de Heredia, la madre de los famosos hermanos “Heredia Bonetti”, la mamá de Margarita y Olga.
Cada tarde cuando regresaba a mi casa de la universidad, mi primera parada era su casa, éramos vecinas en la calle Colón en ese entonces, hoy Julio Ortega Frier, en la zona universitaria.
Las conversaciones más interesantes las tenía con ella. Hablábamos de todo. Siempre me decía que para qué amasar fortunas, que ella prefería viajar. Que no hay mejor dinero invertido que el conocer países y su cultura. Recuerdo el día que murió en que su hija Olga me dijo “Ay Elsita, murió tu amiga”. Hoy la recuerdo con mucho cariño.
Siempre he lamentado que no pude cumplir una promesa que le hice a Doña Ivelisse Prats Ramírez de Pérez, quien fue mi profesora en la universidad. Siempre conversaba con ella por teléfono y fui postergando el visitarla. Dejé que su muerte me sorprendiera sin haber ido a tomarme un cafecito como le había prometido. Una persona inolvidable para mí.
En días pasados me preguntaba mi hijo si conocí “Caminito” barrio emblemático de Buenos Aires, le dije que fui en dos oportunidades. Primero fui sola, entusiasmada por la Sra. Mafalda, catedrática universitaria en una universidad chilena. Yo tenía miedo de ir, ella me dio un sermón, no me quedó más remedio que tomar el avión. Tenía tanto temor y terror a viajar sola que me sentí avergonzada frente a ella. Pero mi hijo Luis Augusto me recordó que si hice ese viaje fue motivada por el gran maestro del violín don José Lora, compañero suyo de la Sinfónica. De ese primer viaje ya hace veinte años. Luego volví unos años más tarde con mi hijo menor Luis Antonio.
Hay una persona especial, también colaborador de este medio, del que tengo la dicha de haber compartido en algunas oportunidades, pero que cada conversación con él es un aprendizaje. Soy más que afortunada de poder entrar en su reino. Se trata del Doctor Odalís Pérez Nina, escritor, filólogo, pintor y más… Con mucha sapiencia y aunque resulte increíble, con un gran sentido del humor. Fue profesor universitario de mi hijo, hoy en día mantienen una gran amistad que me ha permitido estar en cierta forma cerca suyo.
Pero si soy afortunada por las personas que la vida me ha permitido conocer y compartir, soy también muy afortunada de haber podido viajar.
En estos días de lluvia pasé mucho tiempo viendo películas. Aunque vieja, me gustan las románticas y una de ellas se desarrollaba en París. Mi emoción fue grande, porque cada edificación, cada monumento era un vivo recuerdo de lo que había disfrutado cuando viajé con mi hijo Luis Augusto a esa hermosa ciudad.
¿Alguien puede decirme que no soy afortunada y dichosa?