Cada vez que aseguro que no sé bailar salsa mis estudiantes abren demasiado los ojos como diciendo: ¡Bah, no te creo! Están convencidos de que los latinos nacen con un chip que nos permite bailar guapachosa y magníficamente como nadie más en la tierra.

Entonces retomamos los aburridos compases de la gramática y casi nunca menciono a Rubén Blades, el Poeta de la Salsa: «Donde en vez de un sol amanece un dólar, donde nadie ríe, donde nadie llora». Señala en Plástico, cuyos versos brincan sin peligro de la política a la poesía. No se refiere al material que por infinito y tóxico ahoga al planeta, sino a la actitud de ciertas personas, a su manera frívola de vivir, que incluso puede llegar a ser racista: «No juegues con niños de color extraño», aconsejan los padres (plastificados) al hijito.

Ahora bien, la música fue para el parte del paisaje familiar: un padre percusionista y jugador de basquetbol; una madre pianista y cubana y, sobre todo; una abuela memoriosa, dicharachera y con conciencia social. Ante semejante cóctel, Rubencito querrá reflejar lo triste de la realidad y con menos de dieciocho años escribe la canción Pablo Pueblo, “hijo del callejón y la pena”; luego, por las mismas razones, se pone a estudiar derecho.

Y de un callejón en Panamá aterriza en una calle solitaria de Nueva York. Quién no recuerda esa salsa, Pedro Navaja, que en México se le conocía como El diente de oro. Después supe que se trataba de un personaje rufianesco, que escondía mañas y puñales en su gabán, que caminaba tranquilo y arrogante, atento a la policía, a los enemigos, pero que no ve, ¿o sí?, a la mujer que, del otro lado de la avenida se le acerca y le dispara sin prisas, aunque, en contrapartida ella recibe una cuchillada fatal.

La vida te da sorpresas, pues recién me entero que Blades retomó el mito del maleante de una obra de Brecht, que hasta en el nombre se le parece: Mackie Messer (messer es cuchillo en alemán) y que también había sido adaptada al inglés y la interpretaba, entre muchos otros, Louis Armstrong: Mack the Knive, now on the sidewalk…, sorpresas te da la vida.

En lugar de decir que unos productores mexicanos se aprovecharon de la popularidad de Pedro Navaja y la llevaron al cine con el rostro de Andrés García, diré que dicha canción está en el álbum Siembra, el cual, según los especialistas, es el disco más conocido, el más vendido, el más venerado, el más etcétera y etcétera del universo salsero y para regocijo general acaba de celebrar 45 años y Don Rubén 75 de vida…

Mientras tanto, se ha vuelto un habitué en los corrillos del Olimpo Salsero, donde quizás se aburre y, arrojado como es, se metió en política y por poco llega a ser presidente de su país. También gusta de las emociones glamurosas y ha hecho algunas películas, como la que habla de Roberto Durán, otro panameño inolvidable.

Esa imagen boxística de Manos de Piedra me recuerda la portada del disco Metiendo mano: Rubén Blades y Willie Colón, peleador y manager, comparten el ring del éxito. Después grabarían Siembra, pero todo terminó en enemistades, que si tu recibes más plata, que si tú estás celoso de mi talento…

Sin embargo, la salsa con contenido social no cesó: «A dónde van los desaparecidos» reclama con firmeza, cuestión que olvidan los gobiernos autistas o que acallan los mandos autoritarios de nuestro pintoresco continente.

Termino con una leyenda urbana, dicen que un día García Márquez afirmó que nada le hubiera gustado más que haber escrito Pedro Navaja. Un halago gentil, pero desproporcionado, dijo el panameño y se puso a pensar en otra nueva melodía…