Las boxeadoras Imane Khelif y Lin Yu-ting pasaron ya a semifinales en sus respectivas categorías y avanzan indeteniblemente hacia el medallero. Hacia medallas que, argumentan muchos, corresponden en justicia a mujeres biológicas, que han sido despojadas de sus derechos en consideración al derecho de Khelif y Lin a no ser discriminadas.

Tras días de especulación morbosa en los medios y de falta de transparencia por parte del Comité Olímpico Internacional (COI) y la Asociación Internacional de Boxeo (IBA), la IBA finalmente confirmó que las pruebas de laboratorio que motivaron la descalificación de estas boxeadoras del mundial 2023 muestran que ambas poseen cromosomas XY. Ni en el mundial del año pasado ni en las Olimpíadas en curso se le hicieron pruebas de testosterona, pero varios funcionarios deportivos -y la propia Khelif- han reconocido que las atletas sufren de hiperandrogenismo, por lo que sus niveles de testosterona se sitúan dentro del rango típicamente masculino.

Pero los elevados niveles de testosterona no son el verdadero problema, ya que las boxeadoras podrían someterse a tratamientos hormonales para reducirlos, como hace algunos años se hacía con las atletas de campo y pista, como Caster Semenya y otras. Lo que los medios de comunicación y el COI no han explicado es por qué dejaron de hacerse esas pruebas y cuál es el criterio que actualmente utilizan la mayoría de organismos deportivos internacionales, como la Federación Internacional de Atletismo, la Unión Ciclista Internacional, la Federación Internacional de Natación y la Asociación Internacional de Boxeo, entre otras.

El criterio utilizado no es el nivel de testosterona, ni el sexo que aparece en los documentos de identidad, ni siquiera el sexo genético (XX versus XY); el criterio es que la persona no haya pasado por una pubertad masculina. Es decir, no se impide la participación de nadie en función de su sexo biológico, ni por ser intersexual, transgénero o no binario, ni por tener una apariencia “poco femenina”, sino por poseer las ventajas anatómicas y fisiológicas que confiere el desarrollo puberal masculino, como en el caso de estas dos boxeadoras. Veamos algunas de estas ventajas:

“Además de ser más grandes en promedio, los hombres tienen huesos más densos, tendones más rígidos, mayor masa muscular, menos grasa corporal y un impulso más eficiente de las piernas como resultado de la forma de la pelvis. Los hombros de los varones son más anchos; la sangre masculina transporta más oxígeno por litro que la sangre femenina; sus corazones y sus pulmones son más grandes. Los efectos de la pubertad en los cuerpos masculinos y femeninos son en su mayoría irreversibles.” (Traducción y énfasis míos)

Aunque constituyen un porcentaje minúsculo de la población general, desde hace años se sabe que en el deporte de élite hay una sobrerrepresentación de atletas intersexuales cromosómicamente XY que compiten como mujeres. La mayoría de estas atletas presentan Trastornos del Desarrollo Sexual (DSD) que pueden producir una discrepancia entre la apariencia externa de los genitales del recién nacido y su sexo genético. Se trata de bebés con cromosomas XY que no desarrollaron genitales masculinos in utero debido a una mutación en el gen que codifica la enzima 5α-reductasa 2, que interviene en el desarrollo fetal de los órganos sexuales masculinos. (Esta no es la única causa de intersexualidad, pero es la más común en el mundo deportivo).

Hay mutaciones diferentes en el gen que produce esta enzima, por lo que la apariencia externa de los genitales del recién nacido puede variar, pero muchos de estos bebés presentan genitales de apariencia femenina, por lo que son identificados como niñas al nacer y sus actas de nacimiento registran su sexo como femenino. Todos los afectados por esta condición -que solo afecta a varones- poseen testículos internos y próstata. Al llegar a la pubertad los testículos empiezan a producir testosterona y aparecen características sexuales secundarias, que también varían según la mutación: a veces desciende el escroto, crece el pene y aparece vello facial; en algunos casos hay un pequeño desarrollo de senos, etc. La mayoría desarrolla estatura y musculatura masculinas, junto a otros cambios típicos de la pubertad. (Ver el caso de los "guevedoces" de Barahona, que nacen como niñas y a los doce años les descienden los testículos y les crece el pene).

Visto la explicación anterior, ¿por qué Khelif y Lin pudieron participar como mujeres en las olimpíadas de París, algo que ya prohiben la mayoría de federaciones deportivas? La razón es que el COI delega en las federaciones internacionales los criterios y procesos de selección de los atletas elegibles para participar en sus respectivas disciplinas olímpicas, lo que en el caso de la Asociación Internacional de Boxeo (IBA) llevó a la descalificación de ambas atletas tras la realización de pruebas genéticas. Pero hace un par de años el COI rompió relaciones con la IBA y la excluyó del proceso de clasificación de París debido a las irregularidades financieras y de arbitraje que se le atribuyen a esta federación. La selección de los y las boxeadoras quedó entonces a cargo del mismo COI, que utiliza únicamente criterios legales -v.g., lo que dice el pasaporte- para validar el sexo de las competidoras. Sin duda una situación riesgosa visto que cada vez más países permiten la autodefinición de género y emiten documentos de identidad a solicitud de la persona, sin necesidad de cumplir requisitos médicos o de otra índole.

La explicación sobre SDS y pubertad masculina es lo verdaderamente relevante para entender por qué resulta injusto -y en muchos casos hasta peligroso, como se ha visto en deportes como el rugby, el judo y la lucha- permitir que atletas que han tenido pubertad masculina compitan con atletas que tuvieron pubertad femenina. A pesar de su relevancia, ninguno de los numerosos artículos que he leído en los últimos días ofrece esta información. Es sin duda penoso que personas que fueron criadas como mujeres y desarrollaron una identidad personal femenina se vean excluidas de las competencias deportivas femeninas, pero más penoso aún es subordinar los derechos de las atletas XX a los de las atletas XY intersexuales o transgénero, minimizando u ocultando los impactos de las diferencias biológicas en el rendimiento deportivo, o argumentando que cualquier objeción a su participación es producto del odio transfóbico.

La decisión del COI de permitir la participación olímpica de las boxeadoras no es producto del desconocimiento sino de la ideología: la IBA le había informado del problema con bastante antelación y el COI participó durante años de los debates que finalmente llevaron a las federaciones a excluir de las competencias femeninas a las atletas con pubertad masculina -ya sean transgénero o intersex-. Pero la polarización extrema de las posturas políticas en torno al tema trans ha creado una situación donde las personas progres, incluyendo muchas feministas, entienden correcto penalizar a las mujeres biológicas para evitar discriminar a las mujeres trans o intersex. También acusan a los escépticos de ser racistas y machistas, asegurando que de haber sido blanco-europeas no habría polémica con estas boxeadoras, además de que los cuestionamientos que se les hacen se basan en estereotipos machistas que las discriminan por su apariencia “poco femenina”.

El argumento principal de la progresía, sin embargo, es que tanto el sexo biológico como el género son construcciones sociales situadas en un contínuo -es decir, que a diferencia de los demás animales, la especie humana no posee un sexo dicotómico que nos defina claramente como hembras o machos biológicos: “No se puede clasificar a las personas exclusivamente por unos cromosomas, por una carga genética o por unos niveles de testosterona concretos porque no existe un estanco perfecto para las categorías de hombre y mujer”. Estos planteamientos relativizan y minimizan las diferencias biológicas entre varones y mujeres, y conducen a acusaciones de esencialismo biológico (considerado pecado capital en el feminismo).

Del otro lado está la ultraderecha más reaccionaria, a menudo pero no siempre impregnada de fundamentalismo religioso, que ha sabido aprovechar el rechazo popular que generan los extremos del activismo trans, sobre todo en relación a la medicalización de niños y la participación de las mujeres trans en deportes femeninos. Sus objetivos son dobles: en primer lugar, instrumentalizar política y electoralmente el descontento de la mayoría de votantes ante estas posturas, como ha venido ocurriendo con bastante éxito en los EEUU, España y otros países. En segundo lugar, exacerbar al límite el prejuicio homo y transfóbico en los sectores conservadores (y hasta centristas) con miras a lograr la abolición del matrimonio igualitario y otros derechos conquistados por la diversidad sexual.

La adopción de las demandas y discursos del radicalismo trans por parte del progresismo institucional dominante no solo alimenta las posturas de la derecha reaccionaria, sino que neutraliza a un segmento considerable de personas también progresistas -incluyendo a muchas feministas- que no se atreven a posicionarse públicamente con relación a estos temas por temor a que las tachen de reaccionarias, pierdan amistades, les retiren financiamientos, etc. O simplemente para evitar las manifestaciones de desprecio y el acoso constante en redes que sufren mujeres feministas como J.K. Rowling, Lidia Falcón o Martina Navratilova, para mencionar a algunas de las más conocidas.

Mientras la mayoría silente de mujeres y hombres progres no levante la voz, seguiremos viendo casos como el de Imane Khelif y Lin Yu-ting, porque a fin de cuentas el COI, las agencias de financiamiento, los partidos políticos y las redes sociales están repletos de gente misógina, para quienes las mujeres son siempre la última prioridad.