Búscame en cualquier diario, lee entre líneas, tendré un arma en la mano; y una sonrisa, que la muerte a esta altura… te causa risa”. – Leonardo Fabio-.

El que me conoce sabe que soy un apasionado de la música romántica y abanderado empedernido de las rimas y notas que expresan un sentimiento más allá del eros y que me inclino hacia el desprendimiento de emociones causadas por la sensibilidad que produce en cualquier hombre común el dolor colectivo. Es lógico, partiendo de esa premisa, que utilice de vez en cuando como muleta intelectualoide alguna frase de cantautores que gozan de mi admiración.

Creo que a eso se refería Chejov cuando aseguraba que, sin importar el tipo de conversación, un viejo soldado siempre se verá precisado a hablar de guerra. Es indiscutible la percepción generalizada y enraizada en la psique popular sobre aquello de que “de la abundancia del corazón habla la boca”. Reforzado por un precepto sociológico enfocado en la observación como ente definitorio de las personalidades humanas, siempre más centradas en los hechos que en las palabras.

Concomitantemente con ello, he puesto mi atención a una disciplina filosófica que enseña al hombre a no agobiarse por los sucesos acaecidos cuando no están al alcance de sus posibilidades. A mantener el control sobre nuestros pensamientos para mitigar el efecto que producen estos a determinar la dimensión que le otorgamos sin sobredimensionar ni menospreciar su importancia.

Al cabo de los años, y partiendo de lo antepuesto, me convencí de una verdad inmutable: enfrentar los miedos es el mejor remedio para seguir adelante. Cuando te das cuenta de la finitud del homo sapiens en su paso por la tierra, un concepto estoico dirigido a la consolidación de la estructura mental del hombre de éxito, que reorienta el curso de actuación hacia una vida cada vez más sobria, frugal y alejada de ostentaciones innecesarias, dejas de ver el mundo como un enemigo y vives al compás de la naturaleza.

Para Aristóteles, discípulo de Platón, el fin último de todo hombre es la felicidad y se basa en la concreción de una vida virtuosa, apegada a las normas morales y al cumplimiento de la ley. De eso se trata, de hacer las cosas conforme a nuestras ideas y la naturaleza, sin afectar por mezquindades, envidias e inseguridades el bienestar de otros. He caminado, camino y caminaré por el sendero del amor, la solidaridad, el respeto, la comprensión, la compasión y el diálogo. Ejes fundamentales en este tránsito sin parada hacia el sepulcro.

Tener presente la muerte es la mejor manera de vivir. Respiré y deambulé sin imaginar que existía, porque al cabo de los años, comprendes que el verdadero sentido de nuestro trayecto es la Eudaimonia. Como marinero inexperto vi varias veces naufragar la nave que pretendía llevarme a puerto seguro, pero nunca mi espíritu ni mi voluntad. De ahí, esa templanza racional que me permite desdeñar el éxito y amar a la gente, haciendo lo que amo y viviendo lo que puedo, pues al final, cuando se saquen las facturas y haya de pagar mi estadía, pagaré por lo que soy y lo que hago.