Vivimos una época caracterizada por el consumo masivo e irracional en todos los sentidos. Irracional pues consumimos cosas que ni siquiera son necesarias. La compra compulsiva es hoy un tema que demanda procesos terapéuticos por las consecuencias no solo personales sino incluso, familiares.
Es un trastorno psicológico caracterizado por el descontrol del impulso vinculado a las preocupaciones y demandas excesivas por la necesidad irresistible de comprar cosas, de gastar el dinero de manera muchas veces masiva en cosas y objetos que la persona real y efectivamente no necesita.
Este trastorno del comportamiento puede estar acompañado de mucha ansiedad, malestar e irritabilidad con consecuencias que pueden desbordar a la persona como a la familia ante el endeudamiento que ello puede significar. Muchas de ellas, una vez cumplida “su necesidad”, llegan incluso a desarrollar sentimientos de culpa.
¿Es un comportamiento típico en las personas que cuentan con recursos económicos solamente? Pues no, se ha encontrado el mismo comportamiento y las mismas consecuencias en personas de escasos recursos, la diferencia está en los montos económicos que conlleva una situación u otra.
A través de los medios de comunicación se mantiene una campaña persuasiva y permanente de inducción al consumo de todo tipo y en todas las edades. Las redes sociales se han constituido en una herramienta poderosa de persuasión y creación de perfiles de personas propensas a determinados productos.
No hay esa persona que luego de estar conversando con otras sobre gustos y cosas que les agradaría adquirir, tan pronto consultan su teléfono celular se encuentran con propuestas de esos mismos productos o servicios ofrecidos repetidas veces. Se sabe que aún apagados estos aparatos continúan grabando nuestras conversaciones.
Por otra parte, la promoción del consumo masivo e irracional va generando esquemas mentales que, junto a dichos perfiles, va estructurando maneras de ser y terminamos “siendo, lo que consumimos”.
¿Y de qué se trata todo esto y cuáles podrían ser sus consecuencias?
En su libro Silencio: el poder de la quietud en un mundo ruidoso, Thich Nhat Hanh señala cuatro clases de alimentos que consumimos a diario. Según él, en el budismo se les conoce como los cuatro nutrientes: Los alimentos comestibles, las impresiones sensoriales, las voliciones y la conciencia, esta última, tanto individual como colectiva.
La primera clase hace referencia a lo que ingerimos diariamente, a los “alimentos y bebidas” que según la cultura son parte del desayuno, el almuerzo y la cena, incluyendo las llamadas meriendas, como también las que acompañan nuestro diario vivir. Son de todo tipo, algunas saludables para el organismo y otras no.
La segunda clase de alimentos son de naturaleza sensorial y son los que captamos a través del sentido de la vista, los oídos, la nariz, la lengua, el cuerpo como incluso, la mente. Oímos, leemos, olemos y tocamos muchas cosas durante todo el día. En ciudades y cultura como la nuestra, estas situaciones se ven exacerbas con frecuencia.
La tercera clase de alimentos está vinculada con la fuerza de la voluntad, nuestras inquietudes como nuestros deseos. Nuestras decisiones y actuaciones, todo cuanto hacemos en la vida en el día a día, termina teniendo un propósito explícito o no. De no tenerlo podríamos terminar paralizados, sin el impuso de hacer cosas.
Finalmente, la cuarta clase de alimentos es nuestra propia conciencia individual y/o colectiva, la que expresa la manera de visualizar la vida, a lo le que le damos importancia y a lo que no. Es la narrativa que construimos desde la infancia acerca de quienes somos y para qué vivimos. Solo se escapan quienes desarrollan determinados trastornos mentales de su conciencia.
Todo cuanto consumimos en estas clases de alimentos puede ser o no perjudicial para nuestra salud y nuestras vidas. No solo puede ser dañino para nuestro cerebro, corazón, hígado y demás órganos lo que ingerimos como alimento y bebida, sino también las ideas y deseos que atentan contra nuestro bienestar y él de los demás.
La andanada de información que pulula en las redes y medios de comunicación no siempre nos proporcionan conocimientos útiles para entender las cosas y actuar en consecuencias, muchas de ellas además de falsas y negativas, producen desorientación a las personas en determinados sentidos.
Yuval Noah Hararis en su libro Sapiens plantea que todo el sistema financiero internacional se basa en la creencia de que nuestros recursos económicos están “en buenas manos” y que cuando los necesitemos “ahí estarán”. ¿Y si de pronto la duda hace presa a todos sobre dicho sistema? La crisis financiera sería desastrosa.
Según él, si la confianza en las instituciones desaparece, la civilización se vendría abajo. A propósito, en los dos estudios internacionales sobre educación cívica y ciudanía, que jóvenes de 12 años participaron en nuestro país, tres instituciones fueron las de mayor confianza: escuela, gobierno y medios de comunicación; tres, de menor confianza: la policía, los tribunales de justicia y los partidos políticos. ¿Nos dicen algo estos resultados a propósito?
Debemos ser más conscientes de todo cuanto consumimos, sean estos alimentos y bebidas, como incluso información. No desdeñemos sobre lo que nos impulsa y motiva; tampoco por lo que nos permite interpretar las circunstancias que vivimos, pero, sobre todo, aquello que nos proporciona la noción de lo que somos.
Nuestra salud mental y física está en nuestras manos, pongámosle atención, cuidémosla.