Marianela pensaba que había olvidado esos episodios, pero su cuerpo lleva la cuenta. Mientras miraba el video en el celular, se le iba cortando la respiración, sus hombros se tensaban y en su rostro se enmarcaba una expresión rígida, sin vida, como el de la señora que narraba sus vivencias de violencia contra la mujer.

La memoria del dolor se encarnó en ella.  Pensó parar el video para dormir su historia, sin embargo, la película de los golpes recibidos se instaló en su cuerpo.  Recordó como su expareja le apretaba los brazos hasta dejarlos marcados; cuando su madre le preguntaba, “¿por qué no te quitas la chaqueta de trabajo para comer, hace mucho calor?”. Pretendía llevar la procesión por dentro, comerse sus hematomas. Creía que él iba a cambiar. Como si su madre no conociera el brillo de los ojos de su hija. ¡Que ingenua! 

Cuando ella llegaba del banco, él imaginaba que ella le mentía, que ella estaba con otro hombre. Le gritarle, le golpeaba la espalda, el tronco, y sobre todo la cara.  Estaba empecinado en desfigurar su rosto. El encarnizamiento con el cuerpo de la mujer, que él decía amar. 

Por los golpes recibidos, ella perdía el conocimiento. Él la cargaba, como el marido más atento, la colocaba en la cama y llamaba a la empleada para que la atendiera.  En la madrugada, llegaba borracho y pedía perdón. Prometía que no volvería a pasar.  

A nadie le contaba sobre los golpes que recibía del padre de sus hijos.  Aún después de casados parecían novios.  Sus muestras de amor en público lo ratificaban. Recordó cuando los amigos de él le decían: “algo debes de tener, que tu marido sigue enamorado de ti, como el primer día”.  Su boca roja sonreía, mientras sus ojos fijaban la mirada al infinito.

Aunque eran un secreto a voces, no contaba sus incidentes de violencia. Sus diálogos internos la amordazaban: “¿Cómo me voy a divorciar?, quiero una familia para mis hijos, me crie con mi papá y mi mamá juntos”. “Él me ama, lo sé, solo está enfermo de celos”.

La mujer que narraba su vivencia de violencia en el video, era su espejo. Marianela latía con ella. Después de 25 años de divorciada consideraba que su relación con la violencia era una etapa superada.  Se equivocó.  La violencia contra la mujer se instala en el tuétano.

Ningún dolor le es ajeno.  Las mujeres no ponen las denuncias de violencia cuando ocurren, las ponen cuando pueden. Cuando se sienten seguras. Cuando superan el miedo.  

Marianela nunca ha puso una denuncia de violencia, aunque hace años trabaja para reducir la violencia contra las mujeres.