(El ensayo siguiente fue escrito hace alrededor de 30 años. Exactamente en el año 1989.Se trata de un resumen de la historia del movimiento socialista y su relación con la democracia política. Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido, su contenido sigue vigente mientras que los amigos de la vieja izquierda dominicana siguen anclados a las viejos esquemas)
Veamos .
En los últimos meses, importantes acontecimientos sacuden los países socialistas.
Las protestas obreras se intensifican en Polonia, manifestaciones estudiantiles estallan en Pekín y entre los religiosos del Tíbet. En Yugoslavia, el partido gobernante se disgrega.
En la URSS, las minorías nacionales desencadenan poderosos movimientos, y últimamente, fueron celebradas elecciones en las cuales se permitió a disidentes presentarse con candidaturas propias.
Todos estos acontecimientos han revivido el debate que desde hace muchos años se venía efectuando acerca del problema de la libertad política en el socialismo, así como de la situación que confrontan los opositores y disidentes al régimen.
Estos conflictos al interior de los Estados socialistas no son nuevos. Desde la instauración del poder soviético en 1917, se presenta una contradicción entre el nuevo sistema social y la superestructura instalada, incapaz de satisfacer las necesidades de la población que luchó por las transformaciones revolucionarias y de expresión espiritual, cultural y política de las clases y sectores sociales apartadas del poder.
Lo mismo ocurre dentro de los partidos autotitulados marxistas donde la oposición abierta a la línea oficial se convierte en causa frecuente de conflictos desgarradores. Los ejemplos de Trostki en la década del 1920 y de Liu-Shao-Shi en China en la década del 1960, son aleccionadores. Estas contradicciones, hasta ahora, no han podido ser resueltas.
La “Perestroika” y el “Glasnot” soviéticos, representan un movimiento social y político desde el poder tendiente a modificar las reglas de luego establecidas desde la época de Stalin. Si se puede decir así, constituye la respuesta rusa a un estado de cosas asfixiante, generada por una burocracia anquilosada que con sus propios intereses de grupo ha sido incapaz de coronar con éxito las propias conquistas sociales alcanzadas por la revolución bolchevique.
El futuro de la “perestroika”, sin embargo, está en veremos. Múltiples intereses sociales y políticos, tanto internos como externos están en juego conspirando contra su desarrollo. ( en los hechos este movimiento fracaso sin pena y sin gloria)Nota actualizada)
En China, la situación es similar. La Revolución Cultural de la década del 1960, ante la arteriosclerosis del partido fue la respuesta izquierdista del grupo político dominante en el seno del PCCH, desesperado ante los avances de los conservadores. Sin embargo, dicha “Revolución” se mantuvo en los mismos esquemas del pasado, a pesar de algunas originalidades. Su derrota fue aplastante.
En los países del este de Europa, también desde el poder, se pretendió producir una transformación. Mientras en París el Mayo francés de 1968 convulsionaba los espíritus, en Praga, Alexander Dubcek desataba su “Socialismo au visage humain” o “Primavera de Praga”, acabaría dramáticamente sofocada por los tanques del Brehnev.
Y si nos remontamos más atrás, en los primeros 20 años de construcción socialista en la URSS, son millares los casos de socialistas y demócratas; hombres de ciencia (y naturalmente, también gente que quería regresar al pasado, a la vieja sociedad de privilegios), que se rebelaron. En la mayoría de los casos, eran personas sencillas, socialistas o personalidades democráticas que no comprendían el porqué del estado de cosas o que consideraban indignante que en un régimen socialista se persiguieran las ideas. Sin embargo, unos y otros eran las víctimas de las circunstancias históricas.
El patético caso de Bujarin, ilustra el contexto político reinante. Brillante intelectual socialista ruso, compañero de Lenin, llevado al patíbulo por Stalin en 1937, acusado de “contra revolucionario” por el fiscal Vishinski, se reconoció “culpable” en un acto de autoflagelación inaudito. El propio Bujarin era en su fuero interior prisionero de la tesis en boga en aquel entonces de que el Partido siempre tenía razón.
Este y otros casos como el de Kamenev, Radek, Sinoviev, actores del “Proceso de Moscú”, que pagaron con sus vidas su oposición al grupo dominante en el partido, nos lleva a interrogarnos sobre si el propio sistema socialista conduce germinalmente a la supresión de las libertades democráticas, o si por el contrario, lo que se ha expresado históricamente ha sido una deformación de las ideas originales de Marx y Engels sobre la construcción del socialismo, deformación alimentada por las necesidades de preservación del poder político ante la oposición interna y externa.
Ciertamente, las circunstancias históricas pesaron mucho en estas deformaciones. En la URSS se originaba la primera experiencia socialista en el mundo, pero donde todo no era bienestar y felicidad, sino grandes privaciones colectivas, penurias de toda clase, consecuencia lógica de que el socialismo había triunfado en un país (como sucedería en China después) atrasado económicamente.
La teoría del Socialismo ha recorrido un proceso para poder consolidarse en el campo de las ideas políticas. Los socialistas utópicos (Owen, Fourier y Saint-Simon) produjeron sus teorías en momentos en que el capitalismo no se había desarrollado, y, en los hechos, combatieron más los efectos del sistema, sin atacar las causas que producían los mismos. Se necesitarían muchos años para que dichas utopías bajaran de la abstracción y se posaran en lo concreto. Las teorías de Marx sobre la estructura del sistema, sintetizadas en su gran obra “El Capital” representaron un importante paso en la comprensión de los principales mecanismos que regulan el nuevo orden social. Más tarde, el propio Marx, al escribir su “Crítica al Programa de Gotha” hizo valiosos aportes a la forma de encarar algunos problemas en las condiciones de una hipotética sociedad socialista. Sin embargo, en dicha obra no hay ningún pasaje, donde se aborda el problema de la libertad política en el nuevo orden social. Queda implícito que para Marx, esto era un asunto de antemano resuelto teóricamente, porque ¿cómo imaginarse que en el socialismo se iba a reprimir el ejercicio de la libertad política?
Lenin, por su parte, es el primero que pisó tierra firme sobre este asunto por la sencilla razón de que tuvo que adaptar la teoría a su práctica concreta para impedir que la revolución no fuera sepultada por la acción de los conspiradores. Así tuvo que utilizar coyunturalmente la violencia para evitar el colapso del régimen ante las embestidas armadas de la oposición interna.
Su sucesor, Stalin, sin embargo, transformó las medidas coyunturales en constantes del régimen. De este modo se estableció mecánica y voluntariamente como una “Ley” de la construcción socialista el Partido único. Asimismo, la peregrina tesis de que la libertad de expresión (política, religiosa, artística, sindical, etc.), no era necesaria, porque por un lado, las clases habían sido abolidas, y por el otro lado, la “libertad” era una consigna burguesa.(Nota actualizada : para no hablar de la teoría del balance y separación de los poderes explicitada por el filosofo -jurista francés Montesquieu y puesta en practica por los norteamericanos desde los albores de su independencia en1776 y que se considera ddesde entonces una conquista del pensamiento político.)
Toda la experiencia histórica, no obstante, ha mostrado lo contrario. La democracia política es una conquista de los pueblos, y curiosamente, para que el propio régimen socialista pueda ser consolidado necesita de las libertades democráticas. La propia “Perestroika”, así lo demuestra.
Socialismo y democracia no son conceptos opuestos. Por el contrario, necesitan uno del otro para poder desarrollarse. Y hoy, a más de 60 años de la primera revolución socialista en el mundo los hechos están ahí indicando el rumbo a seguir.