Todavía la pandemia no termina y ya enfrentamos una acción bélica que presiona el orden mundial existente. Luce como si estuviéramos convocados a un reordenamiento de las reglas de juego geopolíticas a escala planetaria. Analizar la invasión de Rusia a Ucrania atendiendo a los acontecimientos de las últimas semanas es simplón, cuando no ideológicamente comprometido con el discurso de las grandes cadenas de televisión al servicio de los intereses estadounidenses. Tomar partido por uno de los bandos (OTAN o Putin) es perverso y justifica el derramamiento de sangre inocente. El liderazgo político de Ucrania no es tan inocente como lo pintan del lado occidental, ni tan malvado como lo presentan los rusos.

Una invasión es una invasión. Mientras existan estados-nación la soberanía es un valor clave en las relaciones internacionales. Invadir un país sin una agresión previa únicamente se justifica si en el seno de dichas fronteras se están cometiendo violaciones de los derechos humanos tan graves como el genocidio. Un buen ejemplo fue la invasión de Vietnam a Camboya para detener la masacre que los Jemeres Rojos estaban desatando contra su pueblo. Eso ocurrió poco tiempo después de que los vietnamitas derrotaran a los norteamericanos que habían invadido su territorio.

Nosotros padecimos la invasión de Estados Unidos en 1965 sin que hubiésemos hecho agresión alguna a dicho Estado o ciudadanos de dicho país. Su único objetivo fue destruir el esfuerzo de militares y civiles para retornar al orden democrático que nos habíamos dado en las elecciones de diciembre del 1962. Irak fue invadido y destruido por Estados Unidos arguyendo una mentira: la existencia de armas de destrucción masiva. Siria fue prácticamente aniquilada por representar un obstáculo a intereses económicos occidentales en la región. Afganistán, un caso ejemplar, fue invadida por rusos y americanos, y en ambos casos los agresores salieron corriendo de forma desordenada.

La caída de la Unión Soviética conllevó la disolución del Pacto de Varsovia y liquidó el corazón de la Guerra Fría. La OTAN aprovechó esa situación y sumó a Estados de Europa oriental acercándose a las fronteras rusas. Lejos de disminuir el estado de conflicto mundial el liderazgo occidental inició una peligrosa escalada de presión sobre la antigua Unión Soviética. La OTAN desató contra Yugoeslavia toda su capacidad de intriga generando una guerra civil entre etnias (que amerita un análisis aparte) para justificar un ataque injustificado contra Belgrado que vuelve la acción rusa en Ucrania como un juego de niños. No recordar ese hecho en el presente como parte del contexto es un ardid propagandístico.

Los argumentos de Putin, un déspota a la manera de los zares o Stalin, no son descabellados al considerar el riesgo para Rusia de tener misiles de la OTAN en Ucrania, tal como Estados Unidos consideró lo mismo en 1962 con el caso cubano. Si es un hecho obsceno que países tengan armamento militar, es igual de diabólico que países pequeños como Ucrania o Cuba jueguen con las potencias mundiales para obtener ventajas en ese ajedrez de posible aniquilación mundial.

Toda guerra surge por la voluntad política de uno o varios actores y termina cuando se retorna a la negociación política, luego de matar a centenares o miles o millones de hombres, mujeres y niños, y destruir infraestructuras que costaron el sudor de generaciones enteras. Desde que varios países tienen armamento nuclear toda guerra se gestiona de forma tal que no se llegue a usarlas, pero siempre hay la posibilidad de que alguna mente enferma o un error técnico desate el holocausto y la especie humana desaparezca para siempre. La codicia y el ansia de poder de las potencias debe ceder a un ejercicio del poder multilateral y con vocación de promover una buena vida para todos, en todos los países.

La política exterior de Estados Unidos sufre una suerte de decrepitud que le impide crear nuevos escenarios mundiales allende la Guerra Fría y proponerse metas nuevas para lograr mayor democratización en el mundo y progreso material para todos los pueblos. En la medida que se intenta acorralar a Estados como el ruso generan una gran desconfianza en todos los países, grandes y pequeños, fortaleciendo sus sectores más autoritarios y provocando escenarios con vocación bélica. América Latina tiene clara la conciencia de que su democracia y su desarrollo material no pasa por la alianza con los norteamericanos, que pugnan constantemente por tratarnos como colonias. Esa actitud que proviene de casi 200 años de sometimiento (fue en 1848 que Estados Unidos le robó la mitad de su territorio a México) nos hace desconfiar de toda política de Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe.

Si el caso ucraniano sigue el curso que se percibe en la mezcla de discursos y acciones de ambas partes el resultado será una Ucrania neutral frente al choque entre las potencias nucleares o su desmembramiento como el caso yugoslavo. En lo que se logra ese resultado el conteo de víctimas continúa cada día.