A mis amistades más cercanas les vivo diciendo que no me hagan perder el tiempo con frases y palabras que mejor me pongo a controlar el bostezo de mis gatos, si osan utilizarlas.
La más letal es “dejar la zona de confort”. No sé qué genio de Autoayuda o cuál zar al estilo “haga un millón la próxima semana”, pero esa expresión, tan martillada por candidatas a reinas de belleza -y de hecho, por todas las reinas-, por los sobrinos de los candidatos a síndico y por jóvenes todavía vírgenes en el Polígono Central, esto de “abandonar la…” me desespera. ¡Que no me digan que el agua esto y el agua aquello antes de saltar a la piscina”
Luego sigo la de “yo pienso”, “yo creo”. Sí: abandona esa muletilla. Claro que todo lo que expresas es tu pensamiento. Y tu pensamiento es frágil, lo puedes cambiar. Y tu pensamiento es tuyo, aunque muchísimas veces sea el de tu misma abuela, pero no importa, Mom. Y todo pensamiento es relativo, que para eso no hay que haber tomado uno de mis cursos sobre Nietzsche. Y tu pensamiento vale tanto como todos los otros miles de millones de pensamientos. Así, que, simplemente, ¡exprésate! ¡Abandona esa muletilla! ¡Comienza tus palabras con una frase ya hecha, contundente, que deslumbre! Y si no, sigue chequeando tu Instagram, a ver si hay mejores sugerencias.
Palabras que me estallan al oído: sueño, visibilizar, luz. ¡Que no me vengan con ese lenguaraje de enchufe, como si la vida fuese prender y apagar un interruptor!
Dos de los conceptos tan consistentes como la ignorancia de los perros: orgullo, identidad.
A pesar de que a Santo Domingo lo han forrado con afiches proclamando aquello de “dominicano hasta la tambora”, y algo así como “gracias a Dios, orgulloso de ser dominicano”, creo que los teólogos en Roma te enviarían al siquiatra. Le he preguntado a todos mis choferes en Uber e incluso a uno de la Omsa que me llevaba hasta Megacentro, que qué le producía orgullo en nuestro país. Con una cara de pánico, como si hubiera repasado los highlights de Stephen King en un minuto, la expresión de horror ante no encontrar un pedacito del país que le generara realmente alegría. “Punta Cana”, me aventuró una joven, y yo le pregunté que cuánto le podría costar un Piña Colada con alguna Tahoe al fondo mientras los Rainieri se bajaban del blindado para ver cómo andaban los negocios. ¡Sólo se puso a pestañear!
Pero la más letal de todo será la palabra “dominicano”. Es la más sacrosanta. Es tan pura y celestial que a todos los funcionarios los obligan a ponerse ropa blanca para celebrar la Independencia y la Restauración. ¡Como monjes! ¡Y ni las hijas de Abinader se escapan del vestuario!
Como vemos, hay palabras que uniformizan, desconciertan, arrasan con todo lo real, deseado y esperado, sin expresar algo consistente, una apuesta por un pensamiento realmente inteligente.
Si no eres un rostro bajo un sombrero de paja y con los ojos desorbitados atragantándote un mofongo con unos inmensos retratos de los Padres de la Patria y con el Himno y Juan Luis sonando al fondo, ni piensas que la vida buena es sólo la que se desplaza dentro de una Tahoe y con un aire que pinta madre, entonces no me vengas con el chorro de esas frases y palabras.
Por favor, trata mis oídos e inteligencia con más cariño.