Reconocidos pensadores contemporáneos sobre economía y desarrollo claman por superar la estrecha aproximación de “apostar todo al crecimiento económico” y de medir el desarrollo fundamentalmente mediante el Producto Interno Bruto (PIB) nacional. Se acumulan evidencias de que no todo crecimiento económico se traduce en bienestar, ni todo crecimiento del PIB representa una economía saludable, aunque no siempre sean visibles por deficiencias en las formas en que los medimos.

El movimiento por mejores mediciones sobre economía y desarrollo, “Más allá del PIB”, ha tomado fuerza en ámbitos académicos y también en espacios de la comunidad internacional.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD) desde 2017 ha avanzado firmemente en esta dirección. Su informe bianual “How is Life 2020? Measuring Well-Being” (¿Como está la vida? 2020. Medición del Bienestar), utiliza 80 indicadores, en dos grandes bloques: Los que miden el bienestar actual y los que miden recursos para el bienestar futuro.

Los primeros (Bienestar actual) son organizados en 11 “dimensiones clave”: Ingresos y riqueza, Trabajo y calidad de los empleos, Vivienda, Salud, Conocimientos y competencias, Calidad ambiental, Bienestar percibido, Seguridad, Balance entre el trabajo y la vida, Vínculos sociales y la Participación Social.   Cada una de estas dimensiones son medidas a su vez, en 4 formas: Promedios, Desigualdades entre los extremos de cada serie, Desigualdades entre grupos sociales, y Privaciones o carencias (deprivations).

 

Los del segundo grupo (futuro bienestar), son agrupados en 4 dimensiones clave: Capital natural, Capital humano, Capital económico y Capital social.  Cada una medida de 4 formas: Acumulaciones (StocKs), Flujos, Factores de riesgo y Resiliencia.

 

La OECD no genera un índice único resumen con estos 80 indicadores, ni un “ranking” internacional, como por ejemplo el Índice de Desarrollo Humano. Parece orientarse, más que a la comparación entre países, hacia visibilizar el perfil de bienestar y desarrollo de cada país; como posible sustento de decisiones, en cada uno de ellos, que favorezcan mejorar su desempeño en componentes de su perfil que sean considerados deficientes por sus liderazgos y autoridades. Con clara intención de alejarse de mediciones únicas, intenta recuperar lo que, a su entender, es la multidimensionalidad de los procesos de desarrollo y apuntalar, como herramienta de gestión, sus afirmaciones de que el desarrollo no puede medirse solo con el PIB, y que el sentido del crecimiento económico es producir bienestar y equidad.

 

La Oficina Nacional de Estadística (ONE), como ente coordinador del Sistema Estadístico Nacional, y el Banco Central, han realizado, y continúan realizando, importantes esfuerzos por dotar a los tomadores de decisiones y al liderazgo social, de informaciones “confiables” sobre las dinámicas sociales y económicas del país. Los Censos Nacionales de Población y Vivienda, cuya décima versión, por cierto, levantará información de campo entre el 10 y el 23 de noviembre 2022 y a cuyo éxito todos debemos contribuir; las Encuestas de Hogares (ENHOGAR), de frecuencia anual, la Encuesta Nacional Continua de Fuerza de Trabajo (ENFT) y la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), realizada cada 10 años, junto a las informaciones producidas por diversos entes públicos y privados del país, aportan abundantes posibilidades para una aproximación más integral a la medición y monitoreo de la situación de salud y bienestar, siempre que entre ellos haya mayor y mejor integración y compatibilidad, y que precisemos los indicadores con los cuales mejor medir y monitorear oportunamente nuestro desempeño como país en los esfuerzos de desarrollo humano y sostenible, en la ruta de construir un Estado Social y Democrático de Derechos.

 

El X Censo Nacional de Población y Vivienda, nos aportará líneas de base indispensables, que podrían ser posteriormente actualizados mediante las mencionadas encuestas y otras específicas. Parece un momento oportuno para que, en el campo de salud y bienestar, y el campo de la economía, nos dispongamos a repensar los resultados esperados de las políticas públicas, y como medirlos, y monitorear el progreso hacia las metas, de forma más integral y más útil. Necesitamos construir indicadores y renovar o actualizar los sistemas de información que nos permitirían construir dichos indicadores con la frecuencia y confiabilidad necesaria.

 

Podríamos, optar por “aplatanar” la experiencia de la OECD u otras, además por supuesto, del Índice de Desarrollo Humano, desagregados por territorios, género y sectores sociales según quintil de ingreso y tal vez según otras variables descriptivas como inserción laboral, nivel educativo, etc., disponibles. Incluso, podríamos ajustar los registros continuos y algunas encuestas específicas en salud y bienestar, y fortalecer las Cuentas Nacionales en Salud. Propiciar acuerdos entre las academias y las instituciones públicas para generar y monitorear indicadores de salud y bienestar para la toma de decisiones.

 

Obviamente, este esfuerzo necesario requiere una revalorización de la información como herramienta de gestión pública. Necesitamos medir mejor cómo y cuánto valor producen las políticas e intervenciones sobre salud y bienestar. Recordemos: Lo que medimos condiciona lo que decidimos y hacemos.