La afirmación de que existe una reducción histórica de la violencia, ¿significa que la cultura humana experimenta un proceso completo e irreversible de pacificación? Así suele entenderse con frecuencia, pero no tenemos que interpretar la aseveración de esa manera.

Podemos pensar la sentencia en términos de una analogía: caminamos en un sendero tortuoso y con bifurcaciones, avanzamos con respecto al punto de origen, pero nos atascamos en ciertos puntos, en otros, nos desviamos para retomar el camino y nos trastocamos antes de avanzar con cierta firmeza.

En otras palabras, vivimos episodios concretos de conflictos armados, violencia contra las mujeres, personas esclavizadas o apedreamientos de individuos. Pero al mismo tiempo, somos partícipes de un proceso que implica avances indiscutibles como la reducción de las guerras entre clanes, el reconocimiento de la violencia de género, la abolición de la esclavitud o la abolición de la lapidación pública.

Prácticas violentas e históricamente normativizadas son hoy denunciadas y se reducen hasta hacerse marginales.

El descrédito y la reducción de esas prácticas agresivas se produce en un escenario donde reconocemos la existencia de otras formas de violencia invisibilizadas o irreconocibles en otras épocas como es el caso del maltrato infantil o la violencia contra las personas con disfunciones cognitivas. El hecho mismo de que sean hoy reconocidas y denunciadas indican un desarrollo de la sensibilidad moral que apunta en la dirección de un bajo nivel de tolerancia hacia esas prácticas hasta su gradual erradicación.

A la afirmación de que somos más pacíficos en la actualidad subyace un supuesto práctico de gran importancia que ha sido señalado por Steven Pinker en su libro Los ángeles que llevamos dentro: Preferimos una forma de entender la vida que no nos haga percibir el mundo como una síntesis macabra de crímenes, locura y crueldad y que nos estimule a seguir trabajando en la construcción cooperativa de formas de vida más razonables, humanitarias y pacíficas.

Como afirmó Albert Camus en su diario Vivir la lucidez: todos los carnets (1935-1959): “Existe en el mundo, caminando paralelamente a la fuerza de muerte y de coacción, una enorme fuerza de persuasión que se llama cultura”.