Los hechos violentos que se han registrado en planteles escolares de diferentes demarcaciones y que han sido viralizados a través de las redes sociales no representan la totalidad de los mismos. Sin embargo, son lo suficientes numerosos y graves como para generar preocupación en la ciudadanía. Por eso mismo, deben encender las alarmas de las autoridades y de todos los sectores vinculados al sistema educativo dominicano. Si bien es cierto que las estadísticas son gran utilidad tanto a la hora de estudiar un fenómeno como de tomar decisiones de forma planificada, ellas no son la respuesta ante el luto y dolor de una familia cuando uno de sus miembros ha fallecido o sufrido violencia física o sexual en un espacio que debería ser seguro.
Nos encontramos en un momento crítico para la educación dominicana dados los bajos niveles de calidad educativa y la corrupción endémica que convirtió la conquista social de del 4% para la educación en un mal repudiable. No se puede permitir que a las constantes diferencias entre las autoridades de educación y el gremio de profesores, las cuales perjudican el proceso de aprendizaje de los estudiantes, se sume el problema de la violencia y la inseguridad en los planteles y entornos escolares.
Son varios los desafíos que enfrenta la educación dominicana y la falta de seguridad es uno de ellos. Por ejemplo, en Higüey solo existen seis policías escolares fijos y cinco adicionales, lo cual evidencia que la dotación de seguridad en los planteles escolares necesita urgentemente ser reforzada.
La sociedad dominicana tendrá que volver a asumir la lucha por la educación que el país necesita, ya que, en su estado actual, esta es fuente de desigualdades y de exclusión social, así como un espacio fértil para la corrupción. Tendrá que ser ella porque, lamentablemente, su clase política está evidenciando que el interés partidario prima sobre el bien colectivo; más ahora que se aproxima la lucha encarnizada de la campaña electoral, en la cual todos los temas son politizados con el único objetivo de capitalizarlos políticamente, sin mayor interés por y compromiso con la realidad.
Desde la Diócesis de la Altagracia elevo mi voz, llamando a que nos unamos como sociedad dominicana y enfrentemos en todos los escenarios la problemática de nuestro sistema educativo. Si la alternativa es la indiferencia, nos mantendremos en la parálisis permanente y, mientras tanto, la crisis de la educación seguirá alcanzando nuevos niveles de profundidad.