La idea de la existencia de una pequeña burguesía, es decir “micro burgueses” apenas psicológicos, sin mayor rentabilidad, con entradas del Estado, cuando las hay, y viviendo de negocios de escasa o mediana rentabilidad, es una invención puntual de la sociología marxista.
Para bien o para mal, no hay ahí un orden matemático sino un pliego de ambiciones de crecimiento y de desarrollo personal y social.
Hay quienes sostienen que en realidad, la llamada pequeña burguesía es una confluencia de intereses, de posicionamientos, de actitudes, no una “clase” integral, verificable como tal. Uno de los problemas que confronta esta coagulación de clases es la ausencia de intereses compactos que sucede en la alta burguesía que tiene claro cómo, cuándo y dónde defender al precio que sea sus intereses de clase.
Hay millonarios hechos al vapor que siguen pensando, actuando y viviendo como pequeños burgueses, aunque presumiendo de una condición nueva.
El pequeño burgués y el obrero confluyen frecuentemente en el espacio-tiempo.
La pequeña burguesía sería, entonces, un estado de ánimo, una aspiración de convertirse en burguesía con todo lo que ello implica.
Porque nadie llega a burgués así por así, sólo porque se lo proponga. Necesita las energías y el estado de ánimo del usurero, del contrabandista, del explotador, del opresor contumaz, para lograr esa condición.
En el menos agresivo de los casos, es el empleador que tiene una fábrica, que produce dinero legítimamente.
Ser pequeño burgués, se diría, talvez, parodiando a Freud, es un malestar en la cultura.
La pequeña burguesía puebla todos los espacios posibles.
Muchos de ellos, millones, no saben que lo son hasta que vienen las facturas a la casa.
Su luz de final de túnel es el ingreso fijo. Su mayor terror es la depauperización que cree haber dejado atrás, y caer en la proletarización.
En el país ha habido hasta partidos que se hacen llamar de los trabajadores pero ninguno ha tenido trabajadores propiamente sino pequeñoburgueses que creen serlo porque, efectivamente, trabajan en el mercado laboral y hacen vida de obreros.
Mas no tienen la mentalidad del obrero, no tienen el vademécum, la visión psicológica del trabajador puro, y no han encontrado la manera de arrastrar a los obreros a sus formaciones políticas como ha sucedido en Europa y en la Rusia leninista, por ejemplo. No se es obrero porque se quiera sino por una condición específica que se halla detallada en el microuniverso de la sociología política.