En un artículo reciente, la socióloga Olivia Muñoz-Rojas ha recordado lo que el historiador J.A.R. Pimlott denominó “la paradoja de la navidad”, o la tensión existente entre la naturaleza espiritual de la festividad y su devenir consumista.(https://elpais.com/opinion/2023-12-25/la-globalizacion-de-la-navidad-no-es-solo-amor-al-comercio.html?ssm=FB_CC&fbclid=IwAR03gYG13s4DLfIYbexdnLW7q20iMPqjgS14yK_eiArT40NEt43z7egmTNI).

La investigadora afirma que existe una tensión constitutiva al origen mismo de la navidad, que se constituyó sobre la base de las viejas festividades de la Saturnalia, celebración sagrada pero, al mismo tiempo, de gran sensualidad. Señala que, al estar permeada desde sus orígenes por temas no cristianos (pensemos en la simbología del árbol, Santa Claus, la celebración profana), la navidad ha contado con suficientes elementos propicios para su universalización.

Pero tal vez, la clave de la universalización de las fiestas de navidad y de fin de año tiene que ver con el patrón que el historiador de las religiones, Mircea Eliade, encontró en numerosas civilizaciones, la necesidad de cerrar y reabrir ciclos imitando el modelo de la naturaleza.

Originalmente, vinculada a sociedades agrarias que requerían marcar de manera muy acentuada los tiempos de siembra y de cosecha, la idea de una pausa en el orden ordinario de los acontecimientos y la realización de festividades que marquen un nuevo comienzo ha trascendido las formas más primarias del ordenamiento económico, social y religioso.

Necesitamos pausas de revitalización y de autoreflexión para continuar el proyecto inacabado de nuestras vidas. En este sentido, al margen de la notable mercantilización y frivolización que identifica hoy día a estas fiestas, la pausa misma que impone en la rutina de nuestras relaciones sociales y en la dinámica del trabajo dirigido a la producción, así como el anhelo de la renovación que le son implícitas, las justifican como festividades que potencian el cultivo de la trascendencia.