Dedicado a los profesores, algunos extraordinarios, que han cambiado mi camino, mi cabeza y mis pies.

1.

Atribuida al poeta Yeats, pero también a un filósofo de los antiguos, esta frase es para mí una de las más bellas síntesis sobre la educación: “no se trata de llenar un cubo, sino de prender un fuego”.

No se trata de llenar un cubo pasivo con información hasta el tope, hasta que rebose, hasta la cabeza marchita para que la pura función de la memoria no retenga más (función de memoria, de replicación, de eco, que, en lugar de repetir solamente la última sílaba, como el eco natural de ciertos lugares, hace, repite – resistente – diez, veinte o cincuenta páginas de un denso libro de texto. Un eco alargado y entrenado). Esto es lo que parece ser, a veces, el propósito de una escuela que debe ser repensada desde las bases hasta el techo – eventualmente, quizá, abriendo, hacia abajo, minas y otras trampas y, hacia arriba, en los desvanes, grandes ventanas para que el límite de la escuela no esté definido por los materiales que tapan las vistas, sino por la capacidad óptica de un alumno entusiasmado con el exterior y preparado para pensar – igual que un atleta de cien metros se prepara para salir.

Te preparo para pensar, no para recibir o cargar – esta es una frase posible y prudente.

Hacer, de las humanas cabezas creativas, máquinas de musculación de la memoria – como si repetir fuera la función técnica del alumno, reducido a grabadora sonora con dos ojitos, dos oídos y poco más, en esto estamos a menudo.

Y sí, por supuesto, felizmente hay muchas, muchísimas excepciones.

2.

Pero sí, una enseñanza que, por lo general – por obligación del programa, de la evaluación y de la burocracia – se ha quedado en la fase del espejo (localizada entre los 6 y los 18 meses según el psicoanalista Lacan); fascinación por el espejo y por el eco; repite lo que ves y lo que escuchas (espejo-eco); como los niños que imitan y repiten la última sílaba de palabras que no entienden.

(Claro, evidentemente, la memoria es fundamental. No se trata de ignorar su importancia – sin memoria, de hecho, nadie puede ser creativo – se trata solamente de decir lo obvio: que la memoria no es el centro de una cabeza humana – si así lo fuera, la pobre cabeza humana hubiera sido superada hace décadas por el más miserable de los ordenadores – es una parte de ella, una entre infinitas otras posibilidades que la cabeza humana tiene).

Haz y di cualquier cosa diferente con lo que has visto y escuchado – esta, en cambio, me parece una petición mínimamente sensata, y para nada excesiva; poca cosa, pues, se pide: que la cabeza humana ejerza en la escuela sus derechos individuales.

Ve y escucha, y haz algo nuevo – para que también yo vea y escuche algo nuevo – esta es una síntesis que me parece evidente; el profesor enciende el fuego, pero la antorcha la lleva el alumno en su mano a donde él quiera, claro. La diferencia entre tener información y tener curiosidad es la diferencia entre cargar un peso y cargar una voluntad. Con el peso excesivo inútil, no te moverás del lugar; con una voluntad individual será difícil quedarte quieto mientras estés vivo (un postdata rápido: las multitudes sin el mínimo pensamiento que son convencidas por “maestros de vida” que utilizan argumentos al nivel de los cuatro años, podrán ser consecuencia, en parte, de un proceso de vaciado cerebral que acompaña el llenado intrépido y repetido, año tras año, de los sucesivos cubos.

Hay cubos vacíos por todas partes y esto asusta; llenan aulas y aulas).

3.

No se trata, pues, en la educación, de un llenado de un cubo pasivo con información hasta los topes, hasta que el agua se vierta del pobre cubo-pasivo y moje la calle y haga caerse a todos los sujetos que por allí caminan. Enseñar es encender un fuego: crear una inquietud tensa, una curiosidad; enseñar no es pasar mercadería de un lado a otro; mercadería hecha de datos, fechas y definiciones; es enseñar curiosidad y esta no se enseña si no es con el contagio de una curiosidad de por allí avanza, sin pausas, hacia lo que es fuerte y brilla – con este entusiasmo que casi quema, de manera benigna, a todos los que por allí caminan.

El alumno convertido en cubo, esta es una ideología muy evidente, en muchos países – que los programas y las evaluaciones a menudo imponen y a los cuales los profesores son casi siempre ajenos. El alumno como cubo pasivo transportado de un año a otro, de 3º ESO a 4º, de 4º a 1º de BACH, y así sucesivamente hasta el diploma final. Aquí es donde muchas veces estamos.

4.

Ningún método pedagógico está al nivel del entusiasmo, digamos; el entusiasmo es del ámbito de lo divino (o de lo mejor que puede hacer el humano), los métodos son del ámbito de las máquinas y de la utilidad. La utilidad es aquello que camina, el entusiasmo es aquello que salta.

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Traducción de Leonor López de Carrión. Originalmente publicado no Jornal Expresso